Tereso...

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Los personajes de este escrito no son míos. Solo la versión mexicana que aquí me inventé de ellos y las ocurrencias que les cuento.
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TERESO...
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Algunos le llaman Terry, aunque en realidad su nombre es Tereso, Tereso Campo Grande. No le molesta si sus allegados le dicen de una u otra forma. Los no allegados pueden ahorrarse la molestia de hablarle. Muy poco le importa.

Son pocos, realmente muy pocos los que logran entender la ambivalencia en su persona, los que logran amar sus grandes luces, pero también aceptan y respetan sus oscuras sombras. Y no es que se trate de un antisocial o un inadaptado. Es su naturaleza preferir la soledad antes que soportar el martirio de una mala compañía.

Tereso ha perdido algunos a quienes más ha amado: Su madre por ejemplo, en un accidente infortunado. Una novia de la preparatoria a quien adoraba con locura. Por otro lado, su reciente rompimiento no le duele tanto como creyó que dolería si ella llegaba a dejarlo.

Mira su reflejo en el espejo. Endereza su espalda y saca el pecho.

Mira sus ojeras y su largo cabello. Unas manchas grisáceas empiezan a marcar su rostro. La barba y el bigote le están creciendo.

Pero no tiene ni la más mínima intención de afeitarse, ni de bañarse. No ha dejado de comer porque -"Tampoco es para tanto"... -Se dice a si mismo en un estrafalario monólogo mental, mientras mira su desaliñado reflejo, el cual no deja de lucir atractivo y endemoniadamente sexy a pesar de su falta de aseo.

-"Y toda esta pantomima nada más y nada menos que por una cosa estúpida como el amor... o una aproximación a lo que debería ser."

La voz de barítono sale pesada de su boca, con flojera. Una voz grave, masculina, siniestra. Sin la chispa ni la energía que Tereso habitualmente posee.

Se mira una vez más al espejo, con su mano derecha acaricia su pecho, su abdomen. Observa y aprecia cada músculo marcado, la piel tersa de un hombre joven, sin cicatrices, sin tatuajes, pero también sin las manos de una mujer para tocarlo. Porque una lo ha dejado y no es que le esté costando mucho sacársela de cada pensamiento, de cada recuerdo. Pero por protocolo, se siente obligado a recluirse un rato. Y otra, aquella otra en la que se obliga a no estar pensando porque es prohibida. Porque recordar su imagen o cualquier cosa de ella, es pecado.

Suspira cansado, se da la vuelta y camina al buró junto a su cama. Toma la caja de cigarrillos y busca el último. Según él queda todavía uno. Pero está vacía, no hay nada.

Como vacío y sin nada se siente en esos días.

Aprieta la cajetilla en un puño y la arroja al bote de basura sin tener buen tino. Igual que las otras seis que esperan regadas por el piso.

Por fortuna no es un individuo que tienda a la depresión. Sólo se está dando permiso de vivir su duelo. Se ha puesto una fecha límite. Cuando empiece a llover dejará de rumiar su protocolario dolor por su ex. Sonríe travieso, sabe que es un tramposo. La tarde está repleta de gruesas y grises nubes y escucha con más frecuencia cada vez el tronar del cielo.

El calor es agobiante, abre la ventana para que corra el aire y se lleve su pestilente hedor a sobacos. Piensa en quitarse el calzoncillo pues vive solo y a nadie podría ofender -o exitar- si lo hiciera.

Y sonríe malicioso...

Cuando recuerda que la única que podría poner alguna objeción de mirarlo en paños menores es su curiosa vecina y ni a ella la ha visto. La madura mujer del edificio de junto que ha pescado en más de incontables ocasiones, fisgoneando hacia el enorme ventanal de su cuarto. Escandalizada, frunciendo el ceño, fingiendo una ofensa que no es honesta, pues tras cerrar la cortina de su ventana muy molesta, por ahí escondida se queda y sigue mirando sin darse cuenta, que su sombra la delata.

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⏰ Last updated: May 28, 2022 ⏰

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TeresoWhere stories live. Discover now