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Los miraba desde abajo y me perdía en el dibujo invisible de su espiral que descendía lentamente, rompiendo las capas del viento; bajaban hipnotizados por la gravedad. Luego me perdía en el cielo luminoso y en su vastedad; pensaba en que si eso era todo o si había más; más que los gusanos, los hombres-pájaro, la mujer misteriosa, de la que todavía no se me hablaba, pero ya oía rumorar, más que yo mismo ahí plantado, frente a chipotes de nubes que se juntaban y se iban en silencio a otros cielos.

Los miraba ansioso y esperaba que ya pronto se me dejara volar. Mi padre, Orlando, me llevaba a contemplarlos como parte de mi preparación. Decía una y otra vez que ya pronto me tocaría hacerlo y yo no veía pa' cuándo; por cada vuelta que daban me incrementaba el deseo como si su cuerda se fuera enrollando en mí y no en el palo y mis emociones apretujadas me hicieran cosquillas por dentro.

Era mirarlos e ir a la escuela donde se nos preparaba pa' volar. Recuerdo los preceptos: un hombre-pájaro no debe tener miedo. Este encuentra ranuras en los ojos o busca por otras partes, como el agua, pa' meterse. Debíamos desclavarnos los ojos y no ver las cosas con los mismos con que nacimos, esos están enfermos de instinto humano y necesitábamos despertar el de animal. Su miedo es crudo, pero no maligno. Entonces nos abandonaban varios días en las montañas para que la naturaleza se nos metiera por los sentidos y aprendiéramos a ver en la oscuridad como tecolotes. 

Segundo precepto: un hombre-pájaro debe ser ligero. Lo más pesado que cargan son sus plumas y eso porque les sirven pa' volar. La alimentación es importante, empezábamos a comer puras verduras y yerbas del campo pa' favorecer la ligereza y la pureza. Nos levantábamos tempranito como si fuéramos maratonistas y corríamos contra el sol. Cuando este salía, nosotros ya traíamos kilómetros en las piernas y en las venas porque se hinchaban como si fueran a reventarse.

Otro era la solidaridad. Allá arriba pareciera que cada hombre-pájaro lleva su vuelo independientemente y no necesita más que sus alas, pero pa' subir es necesario que haya amabilidad, amistad, lealtad en la parvada. Los dioses y diosas no aceptan la mentira y exigen la genuinidad. La búsqueda del ser-hacer se vuelve el objetivo de nuestra vida.

La importancia de cumplir con los preceptos es decisiva. Se nos hablaba poco de la mujer-madre, selectora, tenaz, misteriosa. Quizá por ello, porque nadie sabe mucho al respecto; pero se nos decía que debíamos estar listos para cuando vinieran y nos eligieran, debíamos ya tener nuestras plumas en el cuerpo.

Cuando subí por primera vez al palo chicho las enseñanzas que había recibido se aferraron al suelo y me dejaron subir solito. Me temblaban las piernas como cuerdas flojas y el cuerpo quería desmoronarse con el viento que me golpeaba. Mi madre me gritaba que recordara que tenía yo mis alas y que nada me haría bajar de golpe sin antes disfrutar del vuelo. "Tus alas, tus alas, las llevas. Vuela..." Y cuando me solté se invirtió el mundo y los colores y la estabilidad se esfumó de repente, las cosas bailoteaban con la música que nos guiaba y con el tiempo, otro gusano que no deja de moverse nunca. Sentí pronto que se me vaciaron los pensamientos y cuando movía yo los brazos los oía zumbar y seguía yo bailando, pero suspendido. Quizá el primer augurio benigno de nuestra danza fueron mis lágrimas que se escurrían sin poderlas cortar. Lloraba porque me sentía sin peso, vacío, ligero y la felicidad me invadía como los rayos del sol al intentar mirar al caporal.

Cuando aterricé, las personas aplaudieron y sentí cómo mi cuerpo, que se había desaguado, empezó a llenarse otra vez, sentí un nudo ciego en la garganta y un hormigueo recorriéndome el cuerpo, desde las piernas hasta la punta de las orejas. Luego me incliné, manteniendo la vista al frente y sonreí. Esa alegría se fue conmigo a casa y no quise devolverla jamás.

Kos'niinWhere stories live. Discover now