La noche se volvía oscura; la iluminación de las calles era absorbida por la sombría noche, llenando todo de penumbras, que solo se acompañan por el ruido de la lluvia chocando con el suelo de la calle. Las personas se habían encerrado en sus casas, solo quedaron aquellos que caminaban por necesidad.
Entre ellos Sandra, una chica de humilde familia, que no ahorro ese día para el transporte que la llevara de la universidad a su casa. Era algo común para ella, muchas veces había recorrido ese camino en las mismas condiciones, pero eso no evitaba que se pusiera un poco de los nervios.
A pesar de que el frío hiciera que todos escondan su rostro bajo sombreros, bufandas o abrigos, causando cierta desconfianza al cruzarse unos con otros, Sandra estaba consciente de que ella lucía igual de sospechosa que ellos, y se movía con cuidado para no causar ningún susto a nadie.
A pocas calles de su casa, sintió alivio, ya que estaba en sus terrenos y eso le daba seguridad, sin embargo, al girar la esquina, se dio cuenta de una oscura silueta caminando por la misma acera y en dirección a ella. Conforme ambos avanzaban, le inquietaba un poco no poder distinguir sus ropas, ni el sonido de sus pisadas, era tan solo una sombra que hacia parpadear las luces por donde pisaba.
Con un poco de precaución Sandra se fue a la otra acera, acelerando el paso, volteando para todos lados, y la sombra no estaba más… no estaba más en la lejanía, se había puesto frente a ella, agarrándola fuerte del cuello. Quitándole la vida y llevándola a lo más profundo del sufrimiento eterno.
Al mismo tiempo, Alba, su amiga de toda la vida, estaba sentada en medio de un pentagrama pintado con sangre, le pedía al maligno que se llevara a Sandra y la mantuviera cautiva en el infierno, pues tenía mucha envidia de ella, y no quería volverla a ver más en este mundo.
Los días pasaron, Sandra seguía desaparecida ante la consternación de todos, excepto de Alba, que ocultaba su sonrisa, pues estaba alegrada de que sus deseos fueran escuchados y cumplidos.
