New Castle

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«Los humanos solían fardar de cosas que no eran ciertas. Se creían superiores, sobre todo por el pensamiento común de que nadie más en todo el universo poseía inteligencia y raciocinio. Se equivocaban a tantos niveles que jamás podrían percatarse de ello ni teniendo frente a ellos a alienígenas y criaturas mágicas variadas; cosa que, a menudo, sucedía. En el mundo de las hadas, vampiros, sirenas, licántropos y demás seres había un montón de normas para convivir en sociedad. La primera de ellas y más importante consistía precisamente en no sacar de su ignorancia a aquellos de los que solían alimentarse o a quienes acostumbraban a engañar para beneficio propio. Se les permitía, eso sí, flirtear, engañarlos y dejarles con una especie de duda sobre qué habían presenciado. Es de ahí de donde surgieron los relatos de ficción que recogen, de un modo muy poco certero, a los auténticos líderes planetarios».

Eran las cinco de la tarde. Estábamos a finales de septiembre y los días eran ya tan cortos, que a esta hora era de noche. Al abrir los ojos, ha venido a mi mente esa cantinela que había escuchado en una de esas series de televisión que estaban tan de moda en los últimos años de este siglo y a la que me había enganchado de manera irremediable, pese a sus incongruencias. ¿Qué es eso del mundo de los seres mágicos? Tremenda estupidez. Lo que hay de cierto en ello es que hace años la gente se asustaba con gran facilidad. Eran todos mucho más supersticiosos. Ahora nadie me señala y me grita que sea una vampira, aunque puedan bromear con ello porque no me ve de día si no es de manera excepcional, bajo una sombrilla y con capas y capas de una crema de factor 100, como Cassidy; ése sí que es uno de los buenos. Daría un brazo (no mío, por supuesto) a que su ficción sí la escribió alguien del colectivo. Para quienes no conocen mi condición auténtica, poseo una afección llamada fotofobia. Que piensen que soy vulnerable me convierte de manera automática en alguien con mayor poder.

Esta noche es la sexta edición de las damas y señores de la noche que nos alimentamos de ese néctar rojo desde nuestra conversión. De quienes hemos luchado por sobrevivir teniéndolo todo en nuestra contra. Mi antepasado, Vlad Tepes, nunca ha querido agarrar el báculo pese a haber resultado el más votado y querido durante los dos primeros encuentros. El inicial tuvo lugar en 1622, tan solo ocho años después de que fingiera mi muerte. Fue fácil abandonar ese cuerpo y dejarlo tirado, frío, sin vida, en aquel precioso castillo que me vio nacer y que fue el escenario de tantas noches de lujuria, placeres inenarrables a través de torturas que daban una inmensa paz a mi retorcido corazón, conversaciones tan efímeras como intensas... en resumen: experiencias inolvidables que me han ayudado a ser quien soy.

Soy una conquistadora nata. Hoy pretendo alzarme con la corona. Durante los últimos dos siglos he estado cada vez más centrada en todo lo relativo al funcionamiento de la Organización Vampírica. Somos muchos quienes aspiramos a ser reconocidos como la máxima autoridad, pero considero que tengo más favor que otros tantos y no me refiero a mi parentesco con aquel a quien todos respetan y temen, sino a cómo he demostrado que velo por nosotros, que soy capaz de sobrevivir y renacer ante cualquier tempestad y que me amoldo a todo lugar que se me ponga por delante, sin importar lo lejos de mi Hungría natal que me encuentre.

Para la ocasión, he decidido vestirme con un elegante y recargado vestido gótico de color negro con bordados rojos que simulan esa sangre que ansiamos y obtenemos mediante la intimidación, la seducción o la donación. Este último caso sería el más complicado, por garantizar que viene de alguien que es o será tu familiar y que jamás expondrá tu caso ni el de nadie más de modo que peligre la perpetuidad vampírica. Es el más común.

La fiesta comenzaba a las nueve. Habrá picoteo variado y vinos tintos, pero no comida de verdad para alguien de la vieja escuela. Rechazo esa vertiente que nos indica que no hay cazadores y presas, que, puesto que por naturaleza no podemos ser veganos o nuestros allegados —de tenerlos— llorarían nuestra ausencia, debemos alimentarnos de todo tipo de productos cárnicos animales. Tengo suficientes reservas en casa como para no haber venido en ayunas, eso me agriaría el carácter y preciso estar serena para continuar camelándomelos a todos, aunque sea detrás de una máscara e incluso utilizando la persuasión en muchas almas jóvenes que no saben siquiera hacer uso de sus habilidades por sentirse tan semejantes a quienes deberían ser tan solo unos compañeros efímeros en pos de la diversión y la nutrición.

He llegado a primera hora. No por el ansia de conocer quién será la máxima autoridad el siguiente siglo —que también—, sino por mostrar mi dedicación, mi entrega por los hermanos de grandes colmillos que afloran cuando se excitan. Al decir mi nombre para acceder al recinto, una mujer aparece de la nada frente a mí. Sin duda ha hecho uso de la aceleración, eso me indica que no es alguien demasiado joven y que además podría ser afín a mi manera de pensar.

—¿Erzsébet? ¿Eres tú?

—Sí.

—¿Eres la misma o una reencarnación, o chica joven que ha tomado prestado el nombre de la señora de Csejthe? Allí no habita nadie desde... ni se sabe.

Por supuesto que soy yo. ¿Qué tontería es esta?»

—Ya, he cambiado. Todos lo hacemos. Dejé mi castillo en 1614, después estuve un poco aquí y allá. Ya sabes. Siempre en Europa, cuna de nuestra especie. Ahora mi base se encuentra en New Castle.

—¿Newcastle? ¿Inglaterra?

—No, mi New Castle es un restaurante de curry en Ginza, aquí en Tokio. Vivo justo arriba. No puedo abandonar un castillo ni cuando no es tan sencillo habitarlos.

—Ostras, pues no sé si habrás echado solicitud, pero como sea así... Que no sé cuántos de los nuestros habrá por estos lares, pero la última vez tuvimos la celebración en Luisiana y justo escogieron a Anne Rice, no sé si me entiendes.

—Claro. Perdona. ¿Quién eres?

—Anna Darvolya. 

«¿Mi Anna?»

«¿Mi Anna?»

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ErzsébetWhere stories live. Discover now