Anna Darvolya

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De haber sido humana, el corazón se me habría detenido. Otra ventaja más de ser una muerta en vida. Las dudas me incitan a transformarme en murciélago para volar rápidamente hasta donde está ella. Allí, vuelvo a mi apariencia habitual. Con un chasqueo de dedos quien me ha invitado a retomar mi antigua vida, a habitar mi lugar favorito en el mundo ahora como la mayor gobernante de mi pueblo, hace que la plataforma gire sobre sí misma y ascienda un par de metros antes de hacernos desaparecer de ese tumulto de vampiros que, imagino, se han quedado demasiado anonadados.

Volamos hasta su refugio. Un rostro conocido nos da la bienvenida. Es Bernard, un antiguo criado, confidente y amante que compartí por diversión con la única con la que había establecido un vínculo tan fuerte como para prometernos amor incondicional eterno.

—¿Por qué eres tan rara?

—Excéntrica, querrás decir. No menos que tú, mi reina. Y te encanta.

Ahora lo soy de verdad, de manera oficial. Antes no y ella me llamaba así.

—¿Por qué me rondas? ¿A qué juegas conmigo?

—La curiosidad no mató a ningún gato, porque la habrías devorado, ¿verdad?

Me conoce. Lo hace de verdad. Sabe que adoro a los gatos y a las brujas. Que tenemos un pacto secreto desde mi propio nacimiento.

—¿Quién eres?

—Te lo he dicho. Anna Darvolya.

—¡Mientes! —Le grito yo mientras Bernard, que estaba ocupado encendiendo una chimenea en la sala se vuelve sorprendido.

—Bernard, por favor —indica ella, señalando el piano.

El vampiro al que acogimos en su momento y que un buen día decidió partir de mi casa con la promesa de no regresar hasta hacerlo con su señora, con mi amada, se sienta en la banqueta y comienza a tocar una melodía que hacía siglos que no escuchaba. Es la música que nos embriagaba a Anna y a mí, esa tonadilla barroca especial compuesta por nuestro querido Bernard, el mejor compositor del planeta.

Soy yo quien le ofrece la mano. En una fracción de un segundo estamos las dos bailando juntas. Esos sonidos y su tacto me responden. Es ella. Está cambiada. No la había visto en siglos. Pero sin duda es mi Anna. La intensidad del beso que nos damos es tan solo comparable a la de la luz que emiten todos los astros si la multiplicásemos por 666. Con bastante probabilidad, me he quedado corta con esta afirmación. Solo sé que ha despertado en mí todas esas sensaciones agradables que murieron cuando abandonó la existencia.

—¡Anna! Tienes tanto que contarme.

—¿Quieres que cenemos y hagamos el amor? —Me susurra al oído. Entiendo que su secreto no puede o debe expresarse con palabras. Siempre hay otras maneras para ello y más para los vampiros.

De manera rápida, sin demasiados juegos porque ansiamos que nuestros cuerpos se encuentren y se entreguen al placer, devoramos a nuestras víctimas en la alcoba de mi amada. Con parte de su sangre, Anna hace un dibujo. Es el símbolo de las brujas. Gesticula para darme a entender que no ha sido una cualquiera. Muerde ligeramente mi labio inferior y proyecta una pequeña imagen borrosa en mi mente. La Gran Hechicera la ayudó. Bernard hizo todo cuanto pudo para convencerla de ello y lo consiguió. Me pregunto cómo. Después de que nos entreguemos la una a la otra, de que recordemos la intensidad de los orgasmos con amor, mido mis palabras para saciar la curiosidad. No podemos pronunciar el nombre de quien está detrás de esto. Es magia prohibida y ella alguien que aparece en las leyendas, alguien que todos piensan que pereció hace siglos si es que alguna vez llegó a formar parte de mundo alguno. Tan solo con mencionar su nombre podríamos desgarrar el universo, así de poderosa es esa información en caso de ser pronunciada.

—¿Por qué no acudiste a mí antes? ¿Cómo es que has perdido tu aura?

—Tampoco yo he podido detectar la tuya. Debía ser invisible de nuestros enemigos hasta que fuera el momento idóneo. El día de tu alzamiento.

—¿Llevas todos estos años viva?

—No. No todos y a la vez sí. Es confuso. Viajé a través del tiempo gracias a mi nueva madre. Ella me ha enseñado un montón de cosas y me ha dotado de un gran poder. También he tenido que vivir experiencias sobre las que prefiero no hablar ahora, pero sí, llevo anhelando verte siglos, milenios incluso.

—Te quiero.

Volvemos a besarnos. Una vez más experimento el dulzor de sus labios y lo transcurrido sin ella me parece un mal sueño, un parpadeo a cambio de esta recompensa.

—Como te he dicho antes. Sé cómo recuperar tu castillo. Ahora que eres la reina eres la poseedora de nuevos poderes que irás descubriendo por ti misma. Contamos también con poderosos aliados como Bernard y otros a los que veremos mañana mismo. Esta vez, podremos desenmascarar y acabar con los traidores, con esos cazadores de vampiros siendo ellos mismos unos.

—El mundo ha cambiado mucho en tu ausencia.

—¡Y más que lo hará, mi reina! Nos vamos a 1601.

—¿No desataremos una paradoja?

—La más bella de ellas. Podremos contemplar juntas la eternidad.

 Podremos contemplar juntas la eternidad

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ErzsébetWhere stories live. Discover now