Capítulo XV: Una Nueva Esperanza

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Otra vez en el camino. El nuevo destino: Lindslade. Según Miguel, era un pueblo modesto, de gente trabajadora y gentil. «Mientras mas cerca de Londres, mas gentil la gente, pero también mas hipócrita» pensó Isabel.

La gente de esos pueblos vivía de la apariencia que daban a los extranjeros o viajeros.

Isabel y Miguel viajaban en silencio. Ella estaba sumergida en sus pensamientos. Eso la atormentaba. Antes, al iniciar el viaje, disfrutaba del hermoso paisaje, respiraba hondo atrayendo el fresco aroma del bosque a sus pulmones, disfrutaba también de la caminata y evitaba pensar en el futuro. Pero al dejar atrás Baechampton, o mejor dicho el monasterio, no podía estar tranquila. Pensaba en las palabras del Abad Milius, en el siniestro hombre de Stareton que se le había vuelto a aparecer en el mercado de Parslow; en Charles Angels, en la marca, en lo que haría si lograba saber algo de la misma, y por ultimo y no menos importante: en Miguel.

Ahora le dolía verlo a la cara.

-En Lindslade vamos a tener que buscar trabajo —comentó Miguel-, las compras del mercado de Parslow nos dejaron algo cortos... solo nos quedan cinco peniques.

Isabel no dijo nada, solo pudo volver la mirada atrás para cerciorarse de que nadie los estuviera siguiendo.

-Te vas a convertir en una estatua de sal si sigues mirando hacia atrás. —dijo Miguel, en un tono entre enfadado y burlón.- ¿Qué tanto buscas?

-Nada. —dijo ella, volviendo la mirada al camino.

-Vamos, hay que darnos prisa entonces...

Caminar y más caminar. Saltar entre las piedras, cruzar una quebrada.

Isabel se detuvo. Miguel la imitó al darse cuenta, unos pasos mas adelante.

-¿Qué te ocurre? —preguntó él.

-No... -balbuceó ella-, no puedo seguir...

-¿A qué te refieres? ¿Te duele algo?

Ella negó, con la cabeza gacha. Miguel se acercó.

-Es... -susurró ella sin poder decir nada. Las lágrimas empezaron a correr por su rostro-, es solo...

Miguel la abrazó.

-Es el peso que llevas en tu corazón... -dijo él a su oído en un susurro. Isabel se sorprendió ante su gesto-. Viaja ligera de pensamientos, abre tu corazón a lo bueno que te rodea y no dudes... -le dijo.

Ella gimió ante sus palabras y se aferró más a él.

-Lo siento —sollozó. Él le acarició el cabello largo.

-Descuida, pequeña... -dijo con suavidad.

Isabel se apartó y se secó las lágrimas. Él le sonrió, y ella le correspondió sutilmente.

-Vamos, debemos continuar.

Ella asintió.

* * *

Que relajante había sido, que confortables sus brazos, que amable su caricia...

La pena y el peso que llevaban en el corazón la habían abandonado, sintiéndose libre y con ganas de soñar.

Aun quedaba mucho por delante y no debía perder las esperanzas. Debía ser fuerte, no importaba lo que las palabras del Padre Abad contuvieran, no importaba lo que encontrara en St. Albans... no, ya no importaba.

¿Y Miguel? Ya no le dolía mirarle, cada gesto era un gozo, cada mirada era una alegría y cada sonrisa era como tocar el cielo con sus propias manos.

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