Capítulo 9

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Un mes se había pasado desde el regreso del viaje de la isla privada en Bahamas. Los dos seguían iguales, follaban en la casa, en el coche cuando César lograba deshacerse de los hombres de seguridad, en el casino, en la oficina de Mariana y incluso la suya después de pelear por algo que no estaban de acuerdo.  Aunque se negaba a aceptar, ella tenía un gran tino para los negocios que en los últimos días estaban ayudando mucho a César a seguir con todo y a cambio, él le daba muchos orgasmos.

— Sergio llamó y dijo que tendríamos que posponer la junta que tendríamos en el viernes. — Comentó entrando en la sala sin dejarse ser anunciada como siempre, justo en el momento que César terminaba una llamada y él la miró por completo deteniéndose en las largas piernas cubiertas solamente por una falda negra. — Deja ya de verme como un trozo de carne, Lazcano y préstame la atención. —Ella lo reprendió.

— Ahora que pusimos derechos extras en este matrimonio no sé si es una buena idea que sigas trabajando en el casino. — Cogió el teléfono y pidió cafés a la asistente.

— Aún estoy a tiempo de pedir al señor San Román que no firme este contrato. — Puso una carpeta sobre él con una sonrisa desafiante.

— No me retes Mariana... — Unió las manos sobre la mesa y ella le guiñó un ojo en respuesta. — ¿Sabes algo de Prudencia?

Mariana esperó que Ester entrase con los cafés y algunas galletas para hablar del tema, después de dejarlos a solas otra vez, ella se sentó en el sofá con él sirviendo a los dos el líquido negro y sin azúcar.

— Hace rato estaba con ella... Está mal, dolida y decepcionada. — Dijo con una mirada perdida. — Ya sabes cómo es Prudencia, es muy sensible y aunque en el fondo nunca quiso creer que Luís la engañaba, verlo en su propria casa con esta zorra... Hay que tener estomago, ¿no?

— Sí hay algo que pueda hacer yo... Estoy as órdenes. —Dijo apenado.

— Que milagro estás al lado de Prudencia y no de Luis. — Mariana lo miró con desconfianza. —Yo pensaba que ustedes se protegían...

— Yo jamás apoyaría a que Luis o cualquier otro hombre hiciera eso estando casado y yo supiera. — La cortó serio. — Nunca fui un santo Mariana, pero mi papá dijo que eso era algo más serio que cualquier otro compromiso... — Señaló su anillo de bodas. — Así que desde que me lo pusiste he pensado que con eso no se juega.

— No seas ridiculo no estamos en publico. — Ella soltó una sonrisa que irritó a César. — Conmigo no es necesario que finjas... A mi no me importa lo que hagas o dejas de hacer.

César sonrió cansado... Realmente había encontrado una mujer que empezaba a quitarle del quicio. No había nadie en el mundo más contradictorio que Mariana.

— Ya me voy. — Se levantó de pronto pasando frente a César. — Invité a Irene y Prudencia para cenar en la casa anoche para distraerla, me dieron ganas de cocinar.

— ¿Y eso? — Frunció el ceño imitando sus gestos y caminando hasta la puerta para acompañarla. — ¿Tú en la cocina?

— Vas a probar por primera vez algo hecho por mí... — Se giró para mirarlo con una sonrisa desafiante. — Con la ayuda de Xóchitl y unas docenas de libros de recetas obvio...

— ¿Debo tomar una pastilla para la digestión?

— Llévame una también.

Naturalmente Mariana apoyó la mano en el hombro izquierdo de César para dejar un beso en su mejilla, era un gesto muy íntimo y cómo si fuera algo que hiciera siempre como una pareja normal. Él fue más hábil y la apoyó en la pared tomando su cintura, posando sus labios sobre los de la mujer que lo aceptó con gusto. Mariana estaba odiándose por ser tan entregada en momentos así, pero es que no resistía a tenerlo tan cerca haciéndole cosas de este patamar y eso porque no estaban en la cama desnudos amándose frenéticamente.

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