6. Matar A Las Aves De Estínfalo

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Frente al espejo está Jack.
Un asesino que hasta el día de la lluvia no se había detenido a ver su reflejo con tanta esperanza como lo ha hecho los últimos días.

Siempre hay un asesino cruel, despiadado e infeliz el que está del otro lado del cristal. Quizá por eso odia los espejos, pues nunca se han dignado a cambiarle un poquito la percepción propia.

Ahora puede ver a un humano al que se le elevan un poco los pómulos por la terquedad que las comisuras de sus labios demuestran ante la mención del semidiós, obligándole a sonreír como un idiota.

Puede ver a un hombre que acomoda por octava vez la corbata de bolo con el dije anaranjado que en cierto momento apareció en su mesa de centro, sin necesidad de avisar remitente, pues el mero color lo dice todo.

Puede verse a sí mismo con la camisa beige arremangada hasta los codos y el liso pantalón negro que le entalla hasta la cintura. Mucha de su ropa ha sido confeccionada por Ann después de que la dama descubriera una fascinación por la costura. Aunque la idea sólo era hacerla para sí misma y no ha perfeccionado el estilo de caballeros, por lo tanto, mucha de la ropa de Jack se ve influenciada en ese detalle. Por ejemplo, el pantalón que está usando es liso hasta la cadera, desde donde se extiende algo muy similar a un corset tan masculino como la capacidad de Ann le permitió, siendo delatado principalmente por los hilos intercalados en la parte de atrás.

Puede verse por completo y conocer cada detalle en su persona, después de todo son gajes del oficio al tener una vida para conocerse.
El asunto es que hay momentos como este, donde no es visible la única característica que desea conocer.

Se decanta por dejar el monóculo cuidadosamente guardado en una cajita, después de todo en presencia de Hércules casi nunca lo usa.

Al bajar está ahí, siempre está ahí. Riendo junto a Ann, con quien comparte las galletas que acaba de hacer la mujer.
Si fueran polos opuestos de un imán se abrían dado un buen golpe, menos mal que Hércules se detiene a medio metro de distancia, pero eso no quita que apenas al poner un pie en el último escalón el semidiós se lanza a su encuentro.

—Jack... —a espaldas del pelinaranja se escucha la ligera risa de Ann, pues parece ser que el único acostumbrado a escuchar esa palabra casi en un suspiro es el propio Jack.

—Sir.

—¿Puedo abrazarte?

Desde aquel día Hércules se permite muchas más cosas, entre ellas el excesivo contacto físico con Jack como tomarle de la mano o darle abrazos cada dos por tres. En otra situación el británico se sentiría tan agobiado que hace mucho habría usado uno de sus cuchillos para ahorrar tiempo, sin embargo, se está acostumbrando tanto a ello que lo único agobiante es que el pelinaranja pida permiso para todo.

Asiente sabiendo que del otro lado del enorme cuerpo que le cubre la visión está Ann, tomando fotografías con el celular que le consiguió hace poco y enviándolas al grupo con Eva, la gran mayoría de las hermanas valquirias, la madre de Lu Bu, la de Raiden y Chiyou. Grupo que por cierto se supone que ellos desconocen su existencia.

Pero ese grupo ni ninguno importa cuando espera, quietecito, a que Hércules se canse de rodearlo y oler su cabello.
Hablando de aromas: ¿Hércules siempre ha olido así de bien?
Piensa Jack.

Siente el agarre afianzarse cuando acerca su cuerpo solo un poquito para tratar de identificar el aroma. Pero claro, el semidiós sintió el cambio de su quietecito Jack y en un acto impulsivo pero del que no se arrepiente, deja un beso en la coronilla del asesino.

Jack sabe que el color a su alrededor se ha intensificado, junto con la calidez, pero ese pequeño acto le grita que no se puede separar hasta que su rostro deje de arder. No tiene problema con estar sonrojado, el asunto es que si se separa un segundo sabe que le llegará el flash que Ann no ha aprendido a desactivar.

13º Tarea [Hércules X Jack The Ripper] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora