Cap I

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No podría culpar a nadie más por esto, ni siquiera a Crouch que prácticamente lo arrastró a esa abandonada zona con amenazas y chantajes.

- Carajo, Snape- murmuró ronco. El aire se impregnó con el olor a licor puro- ¿Tienes complejo de animal o qué?

- Mira quién habla- respondió con agresividad, mordiendo aún más fuerte las clavículas- persiguiendome como perro toda la noche.

Los rugidos adolecentes chocaban contra la puerta de ese sombrío cuarto, pero ni siquiera lograba distinguirlos. Absorto en el pecho contrario; besándolo, mordiendo e hiriendo. Bebió los jadeos que se escaparon cada que sus uñas abrían un poco de la bronceada piel. Tan pegados que el calor de Sirius comenzaba a sofocarlo; pero estaba negado a separarse.

Sintió las manos del hombre recorrer sin delicadeza su cuerpo, masajeando su cintura y empujando su espalda para apagarlo contra su pecho. Cuando la insistente mano bajo hasta su cadera, bailando deliberadamente contra el borde del pantalón, las alarmas de su cerebro estallaron; pero con ayuda del whisky barato, fueron silenciadas por el placer.

- Te vas a arrepentir de esto, dulzura- tarareó sobre su cuello. Aún siendo como era, jamás podría negar que Black tenía una voz seductora. Muy acordé a su personalidad.

- No me llames así, imbécil.

Los labios se volvieron a estrellar y la rodilla del mayor presionó contra sus muslos.

- Oh, cariño. Imagina como lo pedirás- susurró sobre su piel, chupando su garganta y meciendo sus caderas- sólo piensa en lo que podemos hacer.

La atmósfera era pesada, apestaba a sudor y exitación. Apenas lograban verse bien con la ligera iluminación que les daba esa pobre ventana.

¿En serio estaba por permitir que el mal viviente de Black fuera tan lejos?

- ¿Mhm?- se separó un poco, lo suficiente para ver aquellos ojos plateados consumidos en deseo.

¿En verdad lo valía?

Como si quisiera responder la pregunta, tomó el ondulado cabello con fuerza, tirando para dejar libre la vista más sexi que pudo ver hasta ese momento. Vulnerable y deseoso.

Clavó sus dientes en el tendón que sobresalía de ese cuello sudado. Un gruñido ahogado lo hizo estremecer. Por otro lado, Sirius apretó los labios cuando los largo y fríos dedos se metieron por su camiseta sin mangas para tirarla en algún lugar del sucio suelo.

- Ya veremos quien lo rogará, Sirius Black.

Sonrió, ignorando el ruido de su raciocinio. Tomó al chico en brazos, las delgadas piernas le rodearon la cadera con rapidez, y él simplemente no podía esperar a saber hasta que punto se arrastrarían.

Sin esperar lo embistió contra una de las paredes, el jadeo adolorido que soltó le sacó una sonrisa.

Más victoreos se oyeron fuera, la música estridente les recordaba que no era ni de asomo el mejor lugar para eso.

Una corriente de sensación invadió su vientre bajo.

- Oh, cariño- los labios junto a la oreja ronroneaban como si cantara, manoseando sus muslos con fuerza, viajando por su cintura y tanteando su culo- Déjame arrastrarte por el infierno.

- ¿Cómo me-¡mhg!...

Una embestida simulada le hizo cerrar los ojos, la fricción tan buena que molestaba. El rostro deslumbrante se escondió en el delgado cuello, besando la mandíbula.

- Haré que sientas como es el verdadero placer, cariño.

- ¿Qué con esa mierda?- susurró, tirando del rostro ajeno. De nuevo pudo saborear el vodka y el humo en esa ardiente boca, mientras empujaba su lengua más allá de los labios.

Sirius le siguió el juego tomando su cintura con rudeza con una mano, mientras que la otra se deslizaba por su nuca, impidiendo la sóla idea de separarse. O al menos hasta que él quisiera hacerlo.

Hasta ese momento había mantenido su cabello largo, dejando que tocará sus hombros en ondas chocolates; pero Snivellus lo superaba, terminando cerca de sus escapulas. Fino, lacio y condenadamente obscuro.

No desperdicio la oportunidad de enredar sus dedos en aquella manta negra. Tampoco recibió una queja, más que el gruñido ronco que ignoró por completo.

Tal vez sus amigos lo estarían buscando. Tal vez aquella chica de busto exagerado este preguntando por él.

Nada de eso importaba, pues él arisco Snivellus, quien rehuye de todo tipo de contacto físico, se abría de piernas para darle la bienvenida.

Y él no era quién para negarse.

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