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「 ʟᴏs ᴛʀɪʙᴜᴛᴏs 」


Al despertar, siento un ligero dolor de cabeza que anexiono a la horrible noche que pasé; las pesadillas se encargaron de que no pegara ojo. Suelto un pequeño suspiro, intentando buscar la calma que me regala siempre el fresco de las mañanas, más no lo encuentro, ya que mi hermana no deja de revolverse entre las mantas y me desconcentra. Quizás esté buscando que permanezcamos juntos más tiempo, o está intentando huir de los demonios que la atormentan en sueños; muchas cosas pasan por su cabeza últimamente. Dándole otra mirada, estoy seguro de que cuando se despierte, quiere encontrarme a su lado. La voy a decepcionar, porque no puedo quedarme. Debo seguir mi rutina diaria y ella tiene que entenderlo.

La aparto con suavidad, mientras me aseguro de que las sábanas le den la protección que necesita y, sin más tardar, me marcho al baño a lavarme el rostro y así conseguir despejarme del todo. Tomo cuidado de no levantar a nuestros padres, que ocupan la cama de al lado, abrazados y con expresiones tranquilas. Se merecen descansar; al menos, antes de que llegue la hora de ir hacia la maldita cosecha.

No tardo en salir para vestirme. Me coloco unos pantalones de color marrón, algo desgastados y anchos, junto a una camisa de tonos beige, que me parece que no está demasiado sucia para reutilizar. Pronto unas pequeñas botas negras me acompañan, y simplemente le doy unas sacudidas a mi cabello sin ánimos de arreglarlo demasiado. La imagen que tengo me demuestra que puedo conservar mi esencia, aunque sea por un corto periodo de tiempo. Termino entonces por recoger de la cocina el trozo de pan que mi madre me guardó en la noche, y lo meto en uno de los bolsillos, queriendo esconderlo de ojos curiosos. Salgo de la casa a paso silencioso.

Una luz incandescente le recibe al darse paso a las afueras, la cual logra cegarle por momentos, pero no tarda en acostumbrarse a ella. El cielo está despejado, y le deja una gran vista de su hogar: el Distrito 12, al que suelen llamar La Veta. Esto es debido a que es la zona más pobre del distrito y la que suele estar repletas de mineros del carbón que marchan a a trabajar sin descanso, normalmente desde las mañanas. Sin embargo, en aquella fecha tan especial, nadie cumple sus jornadas ni sale afuera, al menos, mientras puedan.

Los angostillos están vacíos, dejando que un sonoro murmullo proveniente del fresco helado de La Pradera, rellene el lugar. El chico observa a su alrededor, queriendo que en sus memorias se queden grabadas las apariencias de su hogar. Tiene miedo de lo que pueda ocurrir en la cosecha de las dos en punto. De todas maneras, apartando cualquier pensamiento, se da presteza en emprender su camino.

—Tendría que haber salido antes. —Tiene los nervios a flor de piel.

Manteniendo su usual rostro lleno de indiferencia, se dirige al Quemador, el mercado negro que funciona en un almacén abandonado en el que antes se guardaba el carbón. Cuando descubrieron un sistema más eficaz que transportaba el carbón de las minas a los trenes, el Quemador fue quedándose con el espacio; algo que les quedó ni que pintado.

El chico se aprisa a reunirse con su mejor amigo, Minho Kahn, que seguro ya le espera impaciente. Siempre ha sido así; se juntan todas las mañanas para compartir el desayuno y disfrutarlo, antes de que el otro se vaya a las minas (ya que tiene diecinueve años, y es la edad en la que ya se está permitido trabajar; en dónde, además, tu nombre ya no aparece más en la cosecha). Cuando llega, por suerte, el Quemador está solitario.

—¡Buenos días, mi buen niño! —Escuchó aquella voz cantarina y jovial llamar de su atención.

Sae la Grasienta, con sus bien merecidos veintidós años, me recibe y enseguida me dice que mi compañero ya está en la parte trasera del establecimiento. Un lugar sólo para nosotros. ¿Qué por qué razón comemos a escondidas, ocultos ante los demás?

𝐓𝐇𝐄 𝐇𝐔𝐍𝐆𝐄𝐑 𝐆𝐀𝐌𝐄𝐒, Newtmas ( au ) [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora