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Ese día empezó demasiado bien para ser verdad, pero no terminó como esperaba o hubiese deseado sintiendo que, desde ese encuentro desafortunado con Derek, todas las malas vibras se habían pegado a ella

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Ese día empezó demasiado bien para ser verdad, pero no terminó como esperaba o hubiese deseado sintiendo que, desde ese encuentro desafortunado con Derek, todas las malas vibras se habían pegado a ella. Tenerlo de jefe directo era más que mala suerte, una terrible pesadilla, su misma experiencia se lo recordó a gritos.

Llegó a casa después de las siete de la noche, habiéndose pasado una hora de su horario normal y todo gracias a su discusión con él. ¿Castigo o trabajo? No lo tenía seguro. Sus encargos más que ser de utilidad y acorde a su labor, retrasaba el que ya tenía pendiente, como si su objetivo fuese solo provocarla. Aunque, analizando el panorama de forma más imparcial, creía tener aún una luz de esperanza en todo aquel alboroto, no la había despedido de inmediato.

—¿Qué son estas horas de llegar, señorita? —reclamó Matthew con burla al verla entrar, cambiando su tono notando la expresión de Anaira— Qué cara, ¿exactamente qué sucedió hoy? Por lo visto nada bueno, ¿no?

—Mi suicidio laboral, solo eso —se lamentó Anaira, tirándose en el sofá boca abajo ahogando sus lloriqueos.

Matthew sabía que, cuando estaba de ese humor, lo más conveniente sería dejar que respirara y tranquilizara su aura asesina antes de iniciar el interrogatorio obligatorio. Y como buen amigo, calentó y le sirvió la cena. Creía que, sin importar que mal se sintiera alguien, no había nada que un buen aperitivo calmara. Por algo existía el dicho, «barriga llena, corazón contento».

—La cena está servida y ya sabes que nunca acepto un no por respuesta, así que buen provecho —dijo Matthew con una sonrisa tierna en su rostro—. Hecho con mucho amor, la mejor medicina para tu malestar.

Sin decir palabra alguna, despegó el rostro del sofá sentándose con más comodidad. Frente a ella, un gran rollo de huevo con verduritas y papitas fritas humeaba desprendiendo un delicioso aroma, decorado con una carita sonriente hecha de salsa de tomate. Inevitablemente, sonrió por el gesto de su amigo. Le enternecía, adoraba y había extrañado esa dulzura que siempre demostraba.

Agradeció y comió con calma, disfrutando de momento su compañía y el consuelo que le hizo falta la primera vez que conoció a Derek. Para ese entonces Matthew ya vivía en esa ciudad, con algunos semestres cursados y una agenda bastante apretada entre trabajo, estudio y los quehaceres de la casa. Sufrió mucho, no lo negaba, pero le sirvió para aprender una muy buena lección. El poder y el dinero, pueden cegar la conciencia.

—¿Te sientes mejor? —indagó Matthew viéndola un poco más relajada.

—Algo así —suspiró con desgana, apoyando la cabeza en su regazo—. Gracias, estaba delicioso.

—Fue un gusto, y como pago vas a contarme. ¿Cuál es la gran desgracia del día? —se aventuró a preguntar, siempre tan curioso.

—¿Alguna vez te conté sobre alguien llamado Derek Fox? —tanteó su memoria viendo solo desconcierto en su rostro— Es mi jefe, y también hijo del dueño de la empresa.

✅Esto es guerra, jefecito [DISPONIBLE EN AMAZON EDICIONES MOB]Where stories live. Discover now