Capítulo XV: Memorias

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(Música: Youth - Daughter)

Los edificios empezaban a desaparecer a medida que se alejaban de aquel lugar. Pronto, la acera se acabó y lo único que podía verse eran frondosos árboles y campos infinitos de cultivos.

Habían salido por la mañana, más o menos a las diez, y él aún notaba en su interior el mar de lágrimas que se había obligado a encerrar. No había llorado, no podía hacerlo. Tenía que estar feliz, ¿no? Se dirigía a su casa después de tanto tiempo, con la persona que supuestamente amaba y a la que había entregado toda su vida. Pasaría cada día con ella, dormiría a su lado y reirían juntos. Volvería a su rutina, de casa al trabajo y del trabajo, a casa. En Navidades irían a cenar a casa de sus padres, o tal vez, a casa de sus suegros. Años más tarde ella quedaría embarazada y tendrían un precioso bebé, y luego quizás otro, y otro... Debería estar tan contento, debería sentirse tan dichoso por tener esa maravillosa vida...

Entonces, aquél joven de ojos rasgados y mejillas abultadas volvía a colarse en sus pensamientos. Su voz melodiosa resonaba en su cabeza y abrazaba su alma, como si de un manto cálido se tratase. Aún lo notaba entre sus brazos, el recuerdo de la noche anterior todavía seguía fresco en su corazón. Lo había visto tan frágil pero, a la vez, tan distante...

Y ese era el problema. Guillermo ya tenía alguien en quién pensar, una persona a la que había regalado su corazón y, posiblemente, le habían correspondido. Samuel no tenía nada que hacer contra eso, y era tan triste... Tenía mucho, pero deseaba aquello que no podía obtener.

Qué lástima que el corazón fuese tan caprichoso.

– ¿Estás bien, cielo? –Miró a aquella mujer, tan hermosa, tan amable... El sueño de cualquier persona. Ella estaba allí, siempre con una sonrisa en sus labios, desprendiendo ese aura de paz y tranquilidad que calmaba un poco su corazón. Y él, tan egoísta y mentiroso...

– Sí, solo estoy un poco cansado –Fingió una sonrisa, aunque lo único que quería hacer su rostro era llorar. Debía acostumbrarse a aquello, a fingir y mentir siempre. Elena le había entregado su corazón y lo menos que podía hacer era corresponderle, aunque se sintiera totalmente estúpido. Aunque notara todo su interior marchitarse poco a poco.

Unas horas más tarde entraron en su ciudad y recorrieron las calles hasta llegar a su apartamento. Samuel vivía en un déjà vu constante, viendo todos esos edificios que alguna vez ya se habían reflejado en sus ojos, esos comercios, esos puestos... Incluso los árboles le sonaban.

Aparcaron entre una furgoneta blanca y un mini rojo y se bajaron del coche, Samuel mirando para todos lados y Elena cerrando los retrovisores y comprobando que había dejado el automóvil bien posicionado.

Lentamente, caminaron hacia el portal del edificio. En la cabeza del joven se reproducían algunas escenas que habían ocurrido en ese lugar, retales de vida que surgían borrosos en su mente. Abrieron la puerta y subieron en el ascensor hasta la sexta planta, dirigiéndose luego a la segunda puerta a mano izquierda. En cuanto tuvieron acceso al apartamento, soplos de recuerdos empezaron a inundar el cerebro de Samuel. Recordaba haber ido a comprar esos muebles alguna vez, y el día que había pintado esas paredes. Se acordaba del momento en el que había colgado las cortinas y se había tropezado al bajar de la escalera, luego a su mujer poniéndole hielo en la cabeza y trayéndole sopas para que se recuperara, aunque realmente no estaba enfermo. Recordaba las veces que habían visto películas juntos en ese sofá, y cuando los dos acababan dormidos y las palomitas desparramadas por el suelo. Recordaba también las caricias, los abrazos y los besos... Aunque eso no fuera del todo plato de buen gusto para él.

– Samuel –Elena se acercó y se puso a su lado, sosteniendo a continuación una de sus manos entre las suyas con delicadeza– ¿Recuerdas algo? –Preguntó, con voz suave.

On-Love (Fanfic, Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora