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Era bastante extraño que estuviera en un evento del estilo, pero la estaba pasando bastante bien. Su mejor amigo, tan inadaptado como él, trataba de bailar con una chica  y fallaba. Era el primer año en aquél mundo de jóvenes adultos y excesos; y ellos inexpertos.

Entre risas, paseó la mirada por el gentío y allí la vio. Era fresca, desenvuelta, hermosa. Y bailaba sola, revoleando una cabellera larga y negra. Algunos mechones se adherían a la piel de su cuello, húmeda. Seguramente, la estaba mirando con una intensidad extrema, pues ella le devolvió la mirada. Unos ojos intensos y penetrantes. Le sonrió, coqueta, y siguió moviéndose al ritmo de la música.

Sebastian miró a ambos lados, casi avergonzado por lo que se le había cruzado por la mente. Aquello había sido una invitación. Le había sostenido la mirada y le había sonreído, pensó. Eso debía ser una luz verde.

Apuró el vaso de cerveza y lo dejó sobre una cómoda, al pasar. Se acercó, fingiendo no tener nervios, no sufrir vergüenza. Ella ya lo había visto, lo esperaba allí, con su vestido suelto.

Cuando se acercó lo suficiente, pudo apreciar lo bella que era. Se sentía tonto, torpe y lacónico.

—Que audaz, no vienes con obsequios —él la observó, claramente confundido, a lo que ella rió—. No has traído bebida. Es lo que hace la mayoría.

—Tienes un hermoso rostro —soltó, con toda su torpeza.

Ella lo encontró gracioso. Aquél fue el comienzo de una noche llena de líneas fallidas con un acabado exitoso. No fue, hasta que sólo quedaban algunos seres intoxicados y que la música se detuvo, que se armó de valor. Hizo acopio de toda la información que había obtenido de las películas románticas con las que se había cruzado, le quitó el pelo de la cara, apoyó la mano en la pared de detrás de ella, y se acercó hasta besarla con ternura.

No era la primera vez que besaba a una chica, pero nunca había sentido lo que con ella. Difícil de explicar, superaba a las mariposas. Era fuego en sus venas, era un hormigueo en las manos, que se sentía en su cuerpo como un terremoto.

La noche concluyó con un broche de oro. Ella anotó su teléfono en el dorso de la mano de Bastian.

Ann.

Creyó que ese nombre lo perseguiría por algunas horas, pero no cesó la persecución aún luego de la primera cita formal. Tampoco, cuando conoció a sus padres, ni cuando Dave le dio el visto bueno y la llamó "una preciosa señorita".

Con ella todo era risas, libertad, arte. Había comprendido, al cabo de unas semanas, por qué algunas locas ancianas llamaban "ver la cara de Dios" al sexo. Y por qué tantos artistas habían buscado emular la perfección del cuerpo femenino. Claro que él sólo podía ver divino el cuerpo de Ann, la voz de Ann, el perfume de Ann.

Durante muchos meses, fue muy feliz. Había comenzado a ir al gimnasio para ella, para que estuviera orgullosa de llamarlo su novio. Había mejorado su estilo y estudiado mucho. Quería ser exitoso para ella. Y Ann parecía ser tan feliz como él, amarlo igual.

Por eso, el alma se le cayó al suelo cuando, sin querer, por inercia, leyó un mensaje que no era para él. Pensó en no decirle nada, en fingir que ese mensaje no había caído en sus manos. Trató de convencerse de que él había estado mal, al ver el celular de su novia.

Pero no podía evitarlo, necesitaba saber. Así que, con más miedo del que nunca había tenido, le preguntó quién era el remitente.

Se sentía débil por tener los ojos vidriosos, vulnerable. Ella lo miró con sorpresa, era claro que la había atrapado con las manos en la masa.

Pariente LegalМесто, где живут истории. Откройте их для себя