Día 1

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Estaba enfermo.

Malditamente enfermo.

Un paño húmedo estaba sobre su frente para ver si eso conseguía bajar la fiebre que había tenido desde el día anterior, y parecía funcionar porque de un día para otro iba reduciendo.

Aunque lentamente.

¿Por qué se tuvo que poner enfermo justo cuando toda su familia había decidido irse de vacaciones?

Se sintió fatal cuando sus padres decidieron quedarse junto a su hermano en casa, evitando así el tener que dejarle solo. Pero él se negó a que eso ocurriese. Había escuchado como sus padres planeaban ir a pasar las vacaciones en el reino de Miyagi, donde residía su abuelo en un pequeño palacete en la frontera del reino.

Su abuelo vivía solo con Kuro, el perro real, tras la muerte de su abuela por la culpa de una enfermedad la cual no tenía cura.

El con sus apenas seis años, sabía de lo frágil que era la vida. Por eso no quería que sus padres se quedasen a su lado y se fuesen junto a su abuelo por si le llegaba a pasar algo al estar solo. El viaje hasta Miyagi tenía entendido que era largo, y él era solo un lastre tanto si iba como si no.

Así que, cuando sus padres y su hermano se despidieron el día anterior cuando se fueron, puso la mejor sonrisa que tenía aunque aquello le costase.

El sonido de la puerta de su habitación siendo abierta llamó su atención, por lo que movió ligeramente su cabeza y abrió su ojo derecho para ver como Suga, su nana y uno de los ayudantes de palacio, entraba con un balde probablemente con agua nueva para cambiarle el paño de su frente.

—¿Como se encuentra alteza?- sonrió sin mostrar sus dientes.

Él con sus, nuevamente, seis añitos, no había visto a nadie tan bonito como Suga.

Con su pelo de un hermoso y brillante gris, con ojos grandes y marrones, un lindo lunar bajo uno de sus ojos y una voz dulce y suave.

Desde que tiene memoria, Suga siempre ha estado con su hermano y con él. Los cuida, los baña -aunque eso le empieza a dar algo de vergüenza-, les enseña alguna que otra clase, les lee un cuento antes de dormir o se los inventa.

Un día, le dijo a su hermano Osamu que cuando fuese mayor, cuando su padre le dejase el trono para ser rey, pensaba casarse con Suga. El peligris apenas contaba con veinte años, y esperaba que para cuando él fuese rey, el chico del lunar siguiese junto a ellos en palacio.

—Me encuentro mejor.- contesto.

—Debió haber dejado que sus padres se quedasen con usted, alteza.- cambió el paño de su frente.— El cariño que ellos le brindan no se puede comparar con mi presencia.

—La compañía de Suga-chan es suficiente para mi. Me gusta tenerte aquí.

—Solo sois un niño, alteza. Cuando seáis mayor ya no me querréis a vuestro lado. Ni siquiera ya me dejáis asearos como antes.

Las pequeñas y redondas mejillas de Atsumu se sonrojaron al escuchar aquello último, pero debido a la fiebre lo pudo disimular.

—E-eso es porque me da pena.

El peligris suspiró con una sonrisa.

—Bueno. Por lo pronto, debéis de recuperaros por completo para que así podáis ir a ver a vuestro abuelo a Miyagi. A no ser que queráis pasar todas las vacaciones en este enorme palacio junto a mi.

Una pequeña y cansada sonrisa parecía empezar a aparecer por los labios del niño.

—¿Si me quedo aquí me harás esas galletas que tanto me gustan?

AtsuHina Week 2022Where stories live. Discover now