Capítulo 2

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Había invertido tanto en su carrera que se había olvidado de disfrutar gran parte de su vida joven. Divertirse y salir a emborracharse para él no eran sinónimos, por lo que, aunque consideraba que quedarse en casa y ver una serie de criminales era su pasión, ni siquiera pudo hacer eso. Apenas bebía alcohol porque se mareaba con facilidad y le hacía sentir náuseas a niveles que tenía que dormir a un lado del retrete, salió a varias fiestas del gremio médico, sí, pero en ellas no hacía más que bailar por un par de horas para terminar en su auto, lidiando con un dolor de cabeza extremo mientras se dopaba con aspirinas. Tuvo citas, sí, encuentros de una noche, también, pero que no llegaban a tres, porque lidiar con su orientación sexual le costó tres años de abstinencia y terapia, hasta que tuvo dos novios, uno que terminó por engañarlo y otro con potencial, pero que por algún motivo auto-saboteó la relación, mandando dos años y medio por el caño.

Y luego, una vez más en menos de dos semanas, unos hombres desconocidos discutían qué iba a ser de su vida ahora, entre dejarlo vivir —¿a qué costo exactamente?— o morir —¿de qué modo? ¿un disparo?— y, como siempre sucedía cuanto menos desde que lo secuestraron, habían terminado la conversación en nada para después irse a sus actividades de robo, asesinato, extorsión o lo que fuera. Definitivamente era una nueva forma de tortura que no esperaba para nada, pero que no debía sorprenderle el poder de la mente en esas ocasiones. Tortura psicológica, maldita sea, sabía que de eso se iba a tratar. No parecían ser del todo sanguinarios al menos que se lo propongan.

Pasaron alrededor de diez minutos en silencio hasta que el Sr. Nuevo entró a la habitación con una risa socarrona y, por lo que pudo escuchar, se dejó caer en el sofá de dos plazas que habían movido hacía un par de días.

Los acontecimientos de la vida hicieron que terminara allí. Sin noción del tiempo, muy apenas sabiendo si era de noche o de día por el tragaluz en su cabeza y el cronometrado horario de comidas: una de almuerzo y otro de cena. Consistía en un obento del supermercado y una botella de agua. La misma comida una y otra vez, apreciaba al menos que no fueran sobras o comida de perro. Otro punto: mucho mejor que la comida del comedor del hospital.

Tomaban turnos para tenerlo bajo vigilancia. Para ese punto Baekhyun creería que los hombres sabrían que no escaparía por cuenta propia, pero todavía lo hacían. Sr. Herido no lo veía sino hasta cuando le revisaba la herida y le cambiaba las vendas, el Sr. Auto tomaba el turno por el medio día, no más de dos horas y se limitaba a insultarlo, sacar su arma y amenazar con jugar ruleta rusa. Lo golpeó un par de veces por diversión, pero eso fue todo. Yifan (inevitable recordar ahora su nombre) se pasaba un rato por las mañanas, se dio cuenta que miraba su trasero en ciertas ocasiones, pero la mayor parte del tiempo estaba en su teléfono. El Sr. Nuevo —el peor, de lejos—, venía por la tarde, lo aterrorizaba disparando balas al azar, haciéndole escuchar conversaciones telefónicas amenazando a sus otras víctimas y lo había visto masturbándose en un par de ocasiones, mientras veía vídeos porno con gritos agudos que le dejaban ver que no era porno convencional y había algo sadomasoquista en eso. Al parecer tampoco había cruce de género, porque se había acercado a él en ocasiones para tocarlo, pero por suerte siempre ocurría algo que lo detenía.

Afortunadamente, una de esas ocasiones fue justo en ese momento.

Baekhyun, como se había acostumbrado, estaba con las piernas pegadas al pecho en la esquina más alejada de su cama. Su mano atada con una tela a la cabecera y sumido en sus pensamientos sobre qué cosas pudo haber hecho mejor. El imbécil del Sr. Nuevo estaba en su rutina antes del atardecer: frotarse el pene sin descaro frente a su ruidosa pantalla acompañado de pequeños ruidos que le aseguraban que, si iba a terminar traumatizado, probablemente sea por eso más que por su captura.

Incluso quiso reírse, y lo hubiera hecho si su vida no dependiera de eso probablemente. Lo toleraba hasta cierto punto, sin embargo, su sangre se heló cuando un movimiento de un peso extra llegó a su cama y una mano tocó su muslo, haciendo que por inercia lo empujara a un lado. Sus ojos se abrieron en grande, al mismo tiempo que su corazón latía al mil.

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