· NUEVE ·

124 15 8
                                    

Mérida.

Pasábamos por lo bajo de una empinada colina, en la zona rocosa por donde apenas empezaba el río. Mis pies, humedos y descalzos, andaban por aquellas rocas bajo agua intentando no hacerme caer. Yo traía levantado un poco el vestido, para intentar no mojarlo. Haddock iba adelante con los pantalones arremangados y sus pies también descalzos.

No sabía con exactitud cuantos días llevábamos en el bosque, pero el chico Hooligans no se apartaba de mi lado en ningún momento, a pesar de que su comportamiento había cambiado un poco. Hablaba menos, era algo cortante y no entendía por qué.

Pero gracias a tanto silencio pensé mucho y me había dado cuenta de lo malagradecida que fui con él. A pesar de los castigos que podría recibir, me había apoyado en mis tonterías, en mis malcriadeces. Me había seguido sólo para que llegue a salvo a mis objetivos, a pesar de sus intentos de hacerme regresar. De verdad se había portado muy bien conmigo. Y yo, segada por una tonta idea que creía que la gente tenía sobre mí, lo había desprestigiado.

Quería disculparme, pero no sabía cómo. No quería arruinarlo diciendo algo tan simple por algo que no lo era.

—Eh... Haddock —traté de llamar su atención mientras cruzábamos un camino de piedras junto al río. Él no me miró, siguió caminando sin siquiera darme a saber que me escuchaba—. Quisiera yo... pedirte disculpas —aún así no dijo nada. Eso me hizo sentir más culpable—. Sé que no te he tratado bien y espero que puedas llegar a perdonarme por todo lo malo que te he dicho y ¡HECHO! —grité al resbalarme con  las piedras cayendo sentada.

Él inmediatamente se volteó y al notar que me había caído se apresuró a rescatarme.

—¿Estás bien? —me tomó del brazo con delicadeza para evitar apretar muy fuerte. Yo sólo logré asentir, al mismo tiempo que mis lágrimas se estancaban en mis ojos. Apreté mis labios intentando no llorar.

Estando de pie, él me tomó de los brazos para evitar otra caída. Pero la distancia era poca, muy reducida, y cuando levanté la mirada me sentí acorralada. Mis labios se volvieron temblorosos, ya las palabras no salían.

Sus ojos verdes me examinaron, como si averiguase por qué me había puesto así. Bajé la cabeza, apretando los puños y labios.

—¡Lo siento! —empecé a sollozar, lo cual me dio mucha vergüenza, pero ya no podía aguantarlo más—. ¡Perdóname por cómo me he comportado! ¡He sido una irrespetuosa e insensible contigo! ¡Con todos ustedes!

Él se quedó quieto, sólo escuchándome. No sabía con qué cara me estaba viendo, porque yo no quería mirarlo. Sentía mucha pena.

—Princesa...

—No diga nada. Ya sé que he sido muy mala persona. No merezco compasión de ninguno de ustedes, cuando yo no la he tenido. Discúlpeme por mis malos caprichos...

—Mérida... —tomó mi mentón haciéndome levantar la cabeza en alto y observar su aceitunada mirada.

El silencio fue extenso, duradero. Nos contemplamos el uno al otro, sentía el nudo en mi garganta más apretado.

—Yo... soy alguien muy desobediente, no me gusta seguir normas y reglas. Para mí son absurdas y siento que nadie puede mandar sobre mí, mi vida o decisiones —suspiré—. Ese es un terrible defecto para una princesa —sollocé otro poco y cuando volví a mirarlo, me sorprendí un poco al no ver un rastro de desagrado en su rostro. Parecía más bien que sus ojos... brillaban.

Un silencio se prolongó entre nosotros. Me sentía algo incomoda por el echo de estar llorando frente a alguien, al mostrarme débil y no fuerte, como debía ser.

Latidos | Escape con DragonesWhere stories live. Discover now