Somos estupidos, nos gusta la mala vida.

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El conductor del auto sólo subió el vidrio tintado que separaba a sus pasajeros de él en cuanto los gritos empezaron, sabiendo a consciencia que ni siquiera podían culpar al alcohol en ellos cuando estaban más sobrios que él mismo.

—¡Eres un cabrón idiota! ¡Estúpido, estúpido, estúpido!—

—¡¿Entonces tú sí puedes hablar con cada par de piernas que se te ponen enfrente y yo no?! ¡No me pruebes, Megumi!—

—¡No, no puedes hablar con ellas!—

Le siguieron los golpes, el chofer sólo escuchaba el jaleo en la parte de atrás. No era nada nuevo, era lo mismo, y él sólo tenía que escucharlos, ignorando la pelea.

En la parte trasera, un par de hechizeros en ascenso peleaban como cada vez que salían de fiesta, o incluso cuando no lo hacían. Se daban puñetazos, bofetadas, gritaban lo hartos que estaban del otro, lo bien que se la pasaban con alguien más aunque no fuera cierto, pellizcaban sus costados, soltaban patadas.

Siempre era lo mismo, todo el mundo ya estaba acostumbrado a esas cosas y por eso siempre les tenían un carro por separado, en más de una ocasión habían arrastrado a otros en el proceso.

—¿Por qué no vas y te la follas, mejor?— gritó el menor de los dos, el pelinegro que siempre parecía iniciar todo.

—¡Tal vez ya lo hice!— gritó el otro, empujando el menor hasta el otro extremo —Tal vez ya me aburrí de ti.—

—¡Entonces lárgate, pollas para meterme en el culo me sobran!—

El chofer llegó a su edificio y se metió directo al estacionamiento subterráneo, como le dijeron que hiciera desde la primera vez para evitar posibles enemigos. No había necesidad de alertarles que habían llegado, pareciera que ellos se olvidaban de él durante el viaje, tan sólo reaccionando cuando el auto se apagaba, uno apresurándose a salir e ir al ascensor mientras el otro tomaba las escaleras.

Una vez a la semana, a veces hasta tres, Megumi e Itadori peleaban como sólo ellos sabían. ¿Cuándo empezaron a pelear así? Nadie lo sabe, un momento parecían la pareja más linda del mundo, apoyándose en sus sueños, y al siguiente sus amigos los ven lanzarse los trastos a la cabeza, gritando hasta las venas en sus cuellos se hinchaban queriendo reventar, yéndose a los golpes antes de tener que separarlos.

Nadie sabe qué pasó, ¿cómo fue que cayeron en picada tan pronto? Y, lo más sorprendente, ¿cómo es que seguían ahí? En el transcurso de los dos años que lleva saliendo habían roto más veces de las que podían contar, a veces Megumi echando del apartamento a Itadori y otras veces siendo Itadori el que se iba por su cuenta para no soportarlo.

Todos sabían que separados funcionaban mejor, lo vieron cuando en una de sus rupturas ambos parecieron salir adelante, al menos Itadori ya estaba conociendo a alguien.

Y cuando menos pensaron estaban juntos de nuevo, reduciendo las peleas los primeros meses y volviéndose radioactivos en los siguientes. Un ciclo de nunca acabar.

Lo que recibió a Itadori cuando abrió la puerta del apartamento fue un florero volando en su dirección, impactando por pocos centímetros en la puerta, haciendo que pequeños fragmentos de la cerámica salieran disparados hacia su rostro y le hicieran rasguños en las mejillas.

Su respuesta fue lanzar el primer porta-retrato que alcanzó en la misma dirección que había venido el florero, haciendo que los cristales estuvieran a nada de encajarse en el bonito rostro de Megumi.

Cerró la puerta detrás de él, decidiendo que si el mundo entero supiera lo que siempre pasaba entre las paredes de su apartamento, sin duda sabrían la mierda loca que eran como pareja a pesar de lucir impecables ante la gente.

Dos personas, Cuatro paredes.Where stories live. Discover now