Capítulo 14

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La casa me parece más solitaria que antes. Intento organizar toda la información que Claudia me ha proporcionado y formar una idea coherente pero no consigo unir una cosa con otra.

En lugar de ponerme a pensar decido inspeccionar la casa de arriba a bajo. Empiezo por el salón. La televisión es antigua, bastante ancha comparadas con las televisiones que hay ahora. En frente hay un sillón naranja que parece mucho menos cómodo que el de Claudia. Detrás de este hay una estantería con cajones. Los abro de uno en uno pero no hay nada. Todos están vacíos.

Cuando llevo medio piso de arriba revisado mi pierna me pide clemencia, y como no quiero volver a gritar de dolor, decido darme un respiro. Vuelvo a la habitación con las paredes azules y me siento en la cama. Acaricio con las yemas de los dedos la suave textura de la colcha oscura. Parece imposible que hace solo tres o cuatro semanas estuviera viviendo en un mundo que no se estaba separando constantemente, y aun así aquí estoy yo. July Wells, una chica corriente de Portland, sentada en una casa fría y vacía de una ciudad que nadie puede situar en el mapa y temiendo que el suelo se abra bajo sus pies.

Me recuesto en la cama y meto los brazos bajo las almohadas. Observo las rendijas de luz que forma la persiana y que se proyectan en la pared que tengo enfrente.

Me siento muy sola en estos momentos. Se que aunque saliera fuera seguiría igual de sola. Es más, podría estar rodeada de miles y miles de personas y aun así seguiría buscando unos ojos grises.

Me inclino para mirar a la pared, y solo entonces me permito llorar en silencio.




Mi sueño se vuelve a ver interrumpido por mis gritos. Me despierto sobresaltada, con la frente empapada de sudor y con el corazón bombeando fuerte en mi pecho, tan fuerte que creo que me está haciendo daño.

La habitación esta oscura. La noche ha caído y a sumido todo en la oscuridad. Me cuesta acostumbrarme, pero segundos después ya vuelvo a ver sombras. Pero no hay nada que ver. Me siento, por muy sorprendente que sea, incómoda en esta nueva normalidad en la que se ha convertido mi vida. Y aunque una vocecilla me dice que estoy paranoica mis sentidos me dicen que aquí hay algo que huele mal.


De todas formas nunca fui muy buena en detectar a mentirosos.




Me encuentro un baúl pequeño lleno de ropa en la planta baja cuando me despierto. Por una parte me perturba el hecho de que cualquiera pueda entrar a esta casa, pero agradezco la nueva ropa. Cojo una camiseta deportiva verde y unos vaqueros simples. Me abrigo con mi chaqueta y decido salir fuera.

El frío me azota y el cielo se torna gris avisando la tormenta que se avecina. Las hojas de los árboles se menean de un lado a otro de forma harmoniosa.

Solo veo a un chico corriendo por la calle. Es pequeño, de unos siete años. Lleva unas gafas de pasta, un anorak y el pelo rubio revuelto.

Debe ser difícil vivir tu infancia de esta forma.

El niño pisa una pequeña piedra de la acera y tropieza. Ni siquiera se inmuta. Se agarra la rodilla con la que ha frenado la caída y se muerde las mejillas por dentro. Corro a socorrerle y me agacho cuando le alcanzo.

- ¿Estás bien? -le pregunto de la manera más inocente posible.

El niño en vez de responder se limita a asentir. Me mira durante un segundo y la aparta para dirigir la vista a la rodilla.

- ¿Puedo? -digo mientras señalo la rodilla.

Asiente de nuevo y aparta la mano que cubría su rodilla. Levanto poco a poco la pierna del pantalón y descubro la rodilla raspada. Sale un poco de sangre, pero no parece demasiado grave.

- Mmm -empiezo-. Parece que podría haber sido peor -le miro y sonrio para tranquilizarlo, pero el niño me mira con ojos curiosos. Le bajo la prenda y le tiendo una mano para que se levante-. Soy July.

El niño me coge la mano que le he levantado.

- Adam -su voz es aguda, baja, tanto que me cuesta entenderlo al principio-. Gracias.

Adam se da la vuelta y reanuda su marcha.

-¿Sabes donde está todo el mundo? -le grito antes de que desaparezca.

El niño se vuelve y señala una pequeña iglesia que hay al final de la calle.




Al principio decido no ir, pero la soledad me oprime, asi que me dirijo a la iglesia que Adam señaló y abro la puerta, que me abre el paso con un chirrido. La iglesia está hasta los topes. Los bancos, a excepción de unos de la parte de atrás están llenos. Algunos se dan la vuelta para ubicar la fuente del ruido y me miran extrañados. En los primeros asientos, al lado del atril donde un hombre anciano habla sobre el Apocalipsis, se encuentra Claudia. Me saluda y me hace una señal para que me acerque.

Tímidamente voy avanzando hasta que me siento al lado suya. En el banco que esta al otro lado del pasillo encuentro a Sty y Magda. Les saludo con una sonrisa. Me pregunta sin levantar la voz si estoy bien y asiento para no molestar a nadie. Giro para dirigirme a Claudia, que me mira atentamente.

- Me alegro de volver a verte, July -su voz está acompañada por una canción. No se muy bien de donde proviene, pero consigue relajarme.

- Igualmente -no se si lo digo con total sinceridad.

- Si no te importa me gustaría que tu y tus amigos os presentarais delante de toda la comunidad. Ya sabes, para daros a conocer -percibo cierta reticencia en su voz, pero como no me queda de otra, accedo.





Sty cuenta a los demás la misma historia que me contó a mí. Por otra parte, Magda se derrumba a mitad de su discurso y es disculpa. Aunque sus abuelos me daban mala espina siento lástima por ella. Es duro perder a la gente que quieres y nunca es fácil dejarles ir.

Claudia me da un leve codazo en el brazo.

- Adelante -susurra.

Me levanto y me aproximo a la tarima donde se encuentra el atril. Me aclaro la voz y me doy la vuelta. Bajo el micrófono para ajustarlo a mi altura y miro al fondo de la iglesia. La puerta se abre y Adam se cuela dentro, sentandose en la última fila. Y empiezo a hablar.

- Soy July.








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