Capítulo XXXIV

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—Hijo, deberías estar feliz. Tú padre está vivo, joder.

—Sí, sí... lo estoy...—Se levanta de la cama. Se acercó al comisario que estaba junto a la camilla. Sacó el arma que tenía en el bolsillo y lo tomó del cuello con su brazo y le apuntó—Escuche comisario, dígame donde están los noviecitos.

—¿Qué haces, Gus?

—¿Dónde están los novios?

—¿Horacio y Volkov?—recibió un "ujum" como contestación—En la cafetería descansando...

—Bien... como están ocupados compartiendo tiempo de pareja... yo voy a salir de aquí ileso a menos que quiera que le vuele la cabeza con un tiro.

—Vale... vale... solo tranquilízate.

Saca el móvil—Estoy por salir. Apresúrate.

—Bueno, yia estoy.

Colgó la llamada y fue saliendo con Gordon como rehén. En el pasillo no había nadie.

—Usted me dejará subir al vehículo y no quiero que sea gilipollas y quiera hacer de héroe.

—Te vas a arrepentir de esto...

—Ay, sí... llevo arrepentido hace meses. Pero es la única salida.

Al pasar por recepción la gente se alteró. Cosa que llamó la atención de los ex federales que se encontraban en el hospital.

—Cálmense, no pasa nada... mantengan la calma.

Trataba de calmar a los civiles para que Gustabo no hiciera nada en contra de ellos ni con él.

—¡Deténgase, Gustabo!

El peligris de ojos azules le estaba apuntando con su arma.

—Gustabo... ¿Qué estás haciendo?—preguntaba mientras mantenía a raya a los civiles, alejándolos del rubio—Suelta al comisario.

—Somos mayoría, suéltale.

—Cállate, ruso.

—Volkov... calma, no me va a pasar nada. Confíe...

—Aléjate y baja el arma si no quieres que los sesos del comisario manchen tu bonita camisa.

—Hazle caso.

Volkov bajó de a poco su arma.

—Déjala en el suelo y lanzala lejos.

El ruso no despegó su vista del rubio mientras hacía lo que le ordenaba. La dejó en el suelo y luego la pateó, alejandola de él.

—Bien. Saldré de aquí sin ni un solo rasguño y dejaré al comisario en paz.

Fue hacia la salida sin darle la espalda a la pareja que lo estaban viendo. Uno enojado, el otro desconcertado y confundido por su actuar.

Logró llegar al coche que lo estaba esperando y empujó al comisario cuando pudo abrir la puerta y luego entró. El coche arrancó y huyeron.

Al instante salieron Horacio y Volkov.

El ruso se dirigió hacia su coche. Horacio ayudó al comisario a levantarse.

—¡Sube, Horacio!—Era el ruso, quien acercó el coche—usted también, comisario.

—Vayan, ahora los alcanzo.

Horacio subió rápido y el ruso aceleró para alcanzar al rubio que se había fugado.

Ambos preguntándose porqué cojones Gustabo hizo lo que hizo.

¿Se había... ido con la mafia? ¿Había vuelto a traicionar al cuerpo policial como en antaño?

¡Gustabo, me gusta tu hermano! 《Volkacio》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora