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Llego a la empresa y, esta vez, hago varios amagos de entrada frente a la puerta acristalada cerciorándome que realmente se abre, no vaya a ser que vuelva a estrellarme contra ella.

Laura me saluda con efusividad y se acerca a mí dando pequeños saltitos.

—Somos las únicas chicas –me comunica, pasándome el brazo por los hombros con cierta complicidad–, así que tenemos que ser buenas amigas, no te puedes hacer una idea de lo que supone estar todo el día rodeada de hombres...

Saca la lengua y hace el inconfundible gesto de vomitar, llevándose dos dedos hacia la boca. Me echo a reír.

—Bueno, pues desde hoy ya somos dos.

—¡Y no sabes cuánto me alegro de que sea así!

Me abraza de improviso y me quedo helada. No me gusta la gente que sin conocerme de nada es tan afectuosa, eso me hace desconfiar. Quizás sea porque yo soy mucho más prudente, pero esta vez intento relajarme, quiero empezar con buen pie, así que correspondo a su alegría lo mejor que puedo, aunque me sale con cierta rigidez.

Me muestra mi mesa de trabajo y me envuelve una alegría indescriptible; ¡me encanta! Esto es justo lo que necesito en mi vida: estabilidad; a continuación, ocupo la silla y me acomodo.

Es una habitación sencilla: escritorio, archivador para los documentos, un ordenador y una pequeña ventana que da al almacén de la planta baja. Al ser una habitación interior, no dispone de luz natural, no obstante, la iluminación es la adecuada para desempeñar mis funciones frente al ordenador.

Acaricio el teclado con mimo, abro los cajones para indagar en su interior, aspiro el inconfundible olor a papel nuevo que desprende mi agenda... ¡Ahhh...! Esta sensación es increíble, la he vivido muchas veces, pero por alguna razón, siento que esta es la definitiva.

Lo primero que hago es entrar en la base de datos de la empresa para familiarizarme con los nombres, clientes, facturas...; cuanto antes lo haga, mejor.

«Y ahora, calculo el porcentaje mensual destinado al pago de facturas y...»

—¿Cómo lo llevas? –Doy un respingo en mi asiento ante esa inesperada pregunta.

Apoyado en el marco de la puerta de mi despacho hay un chico joven, con gafas, no muy alto y poca cosa; parece la versión masculina de mí.

—Bien... –Sonrío con timidez.

Se acerca con decisión hasta colocarse a mi lado.

—Soy Alberto –¡Oh, no!, otro nombre que empieza por Al... Esto es una mala señal.

—Yo soy Sara.

Sin darme tiempo a incorporarme, me planta dos besos en las mejillas.

—Trabajo en el almacén –explica–, llevo la carretilla elevadora.

—Ajá...

—Solo quería darte la bienvenida y decirte que si necesitas cualquier cosa..., bueno, puedes contar conmigo.

—Gracias.

Nos quedamos en silencio unos segundos, mirándonos. En su rostro se dibujan rasgos definidos y simétricos, pero demasiado pequeños para su cabeza, como si alguien hubiera concentrado todo en medio de la cara para dejar sitio a algo que no ha llegado a materializarse.

—Esto, eh... ya nos iremos viendo por aquí, supongo –dice mirándome por encima de la gruesa montura de pasta de sus gafas.

Sale de mi despacho y me quedo literalmente a cuadros; qué hombre más raro...

Friend ZoneWhere stories live. Discover now