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Tres meses, tiempo desde el cual ya estaba viviendo en el palacio Garnet con una habitación algo cercana a la del emperador, su hermano mayor.

La oficina del emperador era muy hermosa, los grandes ventanales permitían por mucho el ingreso del sol, las mesas con tocados dorados y grandes pilas de papiros enrollados listos para usarse en conjunto a los libreros inmensos repletos de libros con gran conocimiento lo volvía uno de sus lugares favoritos desde su llegada al palacio.

Sus ropas del ducado fueron modificadas a una camisa blanca con parte de la espalda semitransparente en conjunto en blondas en el cuello, su pantalón oscuro se apegaba a su torso, mientras que sus piernas eran cubiertas por unas botas blancas con símbolos de flores reales en la parte superior. Por un tiempo solía mirarse en el espejo ante sus cabellos que comenzaron a crecer hasta tocar sus hombros en cascadas onduladas, optaba siempre por dejárselo amarrado al cumplir con sus deberes.

Los cuales ejercía en esos momentos.

— ¿Dónde está el emperador?

Esa pregunta se le fue dada por un noble de la facción antiimperialista, lo que lograba sorprenderlo, ya que su hermano solía tener un carácter demasiado fuerte sobre todos y aún más de sus opositores.

— Pido disculpas de ante mano. —respondió dando una profunda reverencia a los mayores, podía sentir sobre si las miradas juzgadoras del resto. — Más su majestad se encuentra indispuesto para atenderlos en estos momentos.

— Como siempre...


Apretó sus labios, guardarse sus palabras ante el sonido de las sillas que retrocedían, los pasos firmes de la mayoría saliendo del salón le indicaba que nuevamente tendría que organizar una reunión para atender los asuntos del gobierno con ayuda del duque Lobain y su padre.

Suspiro cuando uno de ellos paso muy cerca de su lado logrando empujarlo un poco, tuvo que aferrarse a la mesa para no caer, no comía muy bien debido a los castigos brutales que la emperatriz ejercía sobre algunas doncellas y tendía a ceder sus alimentos a ellas.

Retomo su postura para contemplar a los únicos nobles que se quedaron para atender los asuntos, sonrió levemente para entregarles unos papeles.

— Si pudieran revisar el contenido, lo agradecería mucho... —menciono para tomar el resto de papeles apilados, otra vez tendría trabajo extra. — Pueden dejar una hoja con el asunto que deseaban informarle al emperador, no duden de que lo entregaré.

— Sabemos bien que lo harás, joven Alfierce. —respondió amablemente la marquesa de la casa Elaine. — Pero... ¿No son ya con esta ocasión, cuatro veces que el emperador no viene a una reunión del senado?

No le quedo otra más que asentir con una sonrisa algo tensa. — Lo lamento, fue por mi descuido que-...

— Joven Alfierce. —interrumpió el conde Judith. — No es su irresponsabilidad, fue la de su majestad... no debe echarse la culpa por algo de lo cual no tuvo control.

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