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this is me trying – taylor swift

Hazel fue a visitar a Theo al día siguiente, justo al salir del instituto. Jordan le había dicho que le habían expulsado durante una semana, la culpa acumulándose entre sus pulmones mientras él masticaba una de las patatas congeladas que les habían servido en la cafetería.

Annie la había mirado entonces, los ojos suplicantes y el asiento a su lado completamente vacío. También había un hueco en la mesa de Rose Wang-Clarke y los demás, justo desde donde Peter McLaren se dedicaba a tirar comida a todo el que se cruzaba por su camino.

Aquella mañana, Astrid había corrido desde la otra punta del pasillo al ver a Hazel. Ella se la quedó mirando en silencio, la sensación de que había dejado de habitar el mismo planeta que las personas que la rodeaban. Le escocieron los ojos mientras observó cómo la noruega se aturaba a medio camino, sus brazos suspendidos en el aire justo antes de abrazarla.

—¿Estás bien? —preguntó.

La castaña frunció los labios, las manos escondidas en el bolsillo de su sudadera de El Gran Gatsby. Astrid se había pasado el día anterior llamándola, pero ella no le había cogido el teléfono.

—Sí.

La casa de Theo no era la casa que Hazel había conocido, aquel edificio a las afueras con hierbajos rodeando la entrada

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La casa de Theo no era la casa que Hazel había conocido, aquel edificio a las afueras con hierbajos rodeando la entrada. Theo había vivido allí con su padre desde que Hazel tenía uso de memoria, aunque se había puesto en venta poco después de que desapareciera aquel verano de 2014. La castaña albergaba algunos recuerdos de aquel periodo de transición, el padre de Theo —que hablaba a gritos y siempre apestaba a cerveza— amenazándolas con que llamaría a la policía si volvían a llamar al timbre para preguntar por él. Annie se había echado a llorar entonces, pero Hazel ni siquiera se inmutó.

La nueva casa de su amigo de la infancia era más pequeña, pero estaba más llena de vida. Las paredes de la entrada eran de color verde y los muebles eran antiguos, la luz natural del exterior entrando desde el ventanal de la sala de estar. La estancia estaba llena de fotografías de familia y retratos de Edimburgo, una niña pequeña con el rostro repleto de pecas y una sonrisa que ocupaba el marco entero, un anciano con el rostro sereno y los ojos de un azul más intenso que el océano.

Hazel no tenía ni idea de quién era esa gente. Se preguntó cuántas cosas se le habían escapado de Theo, cuantas piezas del rompecabezas de todos sus años de amistad se habían extraviado.

Se le hizo bastante raro ver a la señorita O'Connor fuera del instituto. Ella no pertenecía allí, ella pertenecía a aquel universo paralelo donde pertenecían los profesores, los despachos con olor a café y los pasillos vacíos. Le dio la bienvenida antes de que apareciera Theo, su cabello pelirrojo recogido en un moño desordenado, sus gafas resbalándose por el puente de su nariz.

—Gracias —había dicho Hazel cuando la mujer le había ofrecido un té de arándanos, incapaz de decir en voz alta que a ella nunca le había gustado el té—. Tiene usted una casa muy bonita, muy...

Todos los días de inviernoWhere stories live. Discover now