Último Baile

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Me habían dicho que era peligroso,
que era mejor salir de la pista,
tomar tu dignidad y hacerla mía,
dejarla ahí era sinónimo de perder algo que te importaba en la vida.

Me dijeron que no debía,
no salir con ese vestido a bailar,
ignorar cómo te me acercabas para moverme contigo en la última canción,
pero en el último minuto,
sonó y di unos pasos en asentimiento de esa acción.

Parecía como un himno que se canta a todo pulmón,
resonaba la melodía en armonía y las vistas parecían aplaudirnos con singular actuación,
pero mi piel parecía estar agradeciendo su atención.

Entonces comenzó,
una sonrisa cómplice de la sumisión,
me movía a su antojo en su dirección,
cuando entre los murmullos que iban dirigidos a mi confusión,
escuché que era el último baile en que rozaría su piel,
el primero en que me estaba obligando a dejarme volar,
pero entonces las luces oscuras inundaron el salón.

El volumen de la canción aumentó,
las risas surgieron como pájaros en mañana en compañía del Sol,
algo se aceleró,
el baile era disfuncional por eso me alertó.
En lo que parecía acabarse el ritmo,
intenté hablarle con algunos recuerdos,
mas ni siquiera lo rozó.

Su sonrisa era la luz del inmenso caserón,
la pista se asemejaba a una cueva en plena era de creación.
Las risas anteriores fueron bombillos que incendiaba cualquier razón,
la melodía no acabó,
el frío del viento entrado por unas ventanas bailó,
el último baile era peor que el que un día se inició.

Él rozaba mi espalda con agrado,
lujuria con un particular significado,
después todo volvió a ser como antes se había imaginado:
la música paró,
el frío desapareció,
las personas agitaron sus manos,
su cabello se acomodó,
su rostro era el mismo que recordaba antes del apagón,
mas mi alma era un maratón,
la pista estaba maldita con un maldición.

La Luna envidiaba la celebración,
el último movimiento que conocería jamás,
la memoria de lo que había ocurrido me agitaba la moral,
por que quería huir además,
pues no podía,
si me iba,
significaba que sería el último instante  en que sintiera su calor en mi columna vertebral herida.

Que seguido a marcharme,
las puertas se cerrarían y ninguna otra canción sería capaz de dar vibras a este rincón sin alma viva,
mucho menos reunir tantos fantasmas y darles armas a ser demonios en jóvenes llamas.
Si giraba mi espalda,
moriría,
y sin ninguna duda de que el ser que me atrajo aquí,
era el dueño de la demencia,
vestida en una cordura.

A pesar de que me lo dijeran de nuevo,
yo hubiese bailado,
una,
dos,
   tres,
solo por el simple agrado de estar siempre a tu lado,
solo porque el último baile era tuyo y yo tuyo pruebo los más grandes pecados.

Tu dignidad no estaba tirada en un lugar mal cuidado,
no te hacía falta y luego de haber dado el paso final,
lo tomé como la respuesta que estaba dudando:
de que yo era el imán adecuado.

Entre Letras, Tú Where stories live. Discover now