Capítulo 5

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Era marzo de 1811, para Rodríguez de Francia todo lo que planteaba, había sido de muy gran valor, estaba seguro de que sus pares lo verían de igual forma. Paraguay podría lograr su total independencia y ser un país libre de la gobernación de los españoles. Pese a que las vías marítimas seguían cerradas por parte de Buenos Aires, eso no les impediría lograr, lo que se habían estado imaginando desde las victorias con las tropas bonaerenses.

El Cabildo era un constante ida y vueltas de nuevas noticias, nuevas estrategias políticas, y nuevos cambios para toda la provincia del Paraguay. Pero esa mañana, sin importar las obligaciones laborales, Fernando ya no pudo permanecer sin hacer nada respecto a esa hermosa joven, que lo enamoró. Decidió finalizar sus labores al medio día, y todo parecía estar a su favor. Estaba llegando frente a la catedral, cuando vio salir de allí, a Josefa junto con la misma señora que lo atendió aquel día, se acercó a ellas y saludó cortésmente. La muchacha se sorprendió, más se alegró de verlo frente a ella, porque esta sería su oportunidad de dejar las cosas claras.

— Buenos días, señora Catalina, señorita Josefa, está usté hermosa como siempre —, dijo con una aleve inclinación hacia ellas a modo de saludo — ¿Me permitiría acompañarla? —, dijo mirando únicamente a Josefa.

— Buenos días, señor Fernando, claro puede hacerlo —, respondió Josefa mientras que la señora Catalina solo devolvió del saludo —. Gracias por el cumplido.

— Me gustaría poder decírselo siempre —, dijo acercándose a ella sin importarle las miradas de los transeúntes, tomando las manos de la joven —. Quiero ser yo quién la acompañe, el causante de sus sonrisas y los desvelos de sus sueños y las razones de sus suspiros.

—¿No cree usté que es muy codicioso de su parte? —, respondió Josefa con una sonrisa ladeada mientras avanzaba un par de pasos acompañada de ese hombre apuesto y siguiéndole detrás, la señora Catalina.

— Creo que podría cumplirlo, señorita —, retrucó él con toda galantería —. He hablado con su padre, me ha concedido la oportunidad de cortejarla.

—¿Y por qué cree usté que yo querría eso? —, dijo empleando un tono de voz seguro y firme, tanto que Fernando temió no ser correspondido—. Tal vez no solo sea codicioso, sino que también, presuntuoso. Es usté toda una monería, señor Fernando.

— Pues me alegra saber que le agrado‒ sin darse cuenta ya estaban cerca de la casa de la familia Cohene, Catalina los dejó solos adelantándose al llegar y eso bastó para que Fernando se atreviera con osadía a sentir los labios de su amada —. Perdóneme, pero ya no puedo—, dijo desesperadamente.

—¿Por qué debería perd —, Josefa no concluyó lo que decía porque ese joven desesperado por besar los labios de esa mujer, ya le estaba robando su primer beso?

Para Fernando fue mucho más de lo que se había imaginado, no se sintió culpable de dejarse llevar hasta ese punto. Porque sentir que era el hombre más feliz en ese instante, fue todo para él. La muchacha no pudo seguirle el ritmo inmediatamente, pero luego intentó hacerlo porque también se sintió muy dichosa de tener su primer beso con el hombre que ella quería. Sin embargo, otras situaciones que tal vez cambiaría el rumbo de ambos se avecinaban, y tendrían que afrontarlo con entereza y sabiduría.

Se avecinaba una boda en la familia De la Mora, pero aún no sería la de Fernando y Josefa. Sino la de su hermana Rosa, con el abogado Mariano Martínez, la pareja decidió tomar fecha de casamiento justo una semana antes de que abril terminara. Fue así como la casa de la familia del novio, se llenó de gente que rodeaba una mesa larga, servida de mandioca, carne asada de una vaca que carnearon ese mismo día, en celebración de las nupcias, también servían vino y sirvieron a los invitados hasta hartar. Ese día, la familia Cohene estuvo presente y, tanto Fernando como Josefa no se habían separado, teniendo una mirada cómplice, sonrisas en sus rostros y esos besos que aprovechan darse cada vez que se escondían cuando iban a conversar alejados de los presentes. Había nacido un amor sincero, puro, sin saber lo que tendrían que vivir más adelante.

Un Hombre Temerario - Dr. Fernando de la MoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora