𝐊𝐀𝐓𝐒𝐔𝐊𝐈 𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎

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Primulas Sieboldii





Fue en esos días de abril, calurosos y con cielos ceñudos de nubes. Vientos tórridos, que refrescaban al ocaso. Thyra, sonriente y humedecida en optimismo, salía a dar vueltas por la ciudad luego de las clases. Como un bribón le decía a él que sólo iban a ser unos treinta minutos afuera, que terminaban convirtiéndose en horas espesas y les quedaban los talones doliendo por minutos cuando llegaban al dormitorio. Aun así, Bakugo se mantenía taciturno, copiándole en un reflejo irónico y transmutado la personalidad a Shoto. De verlo él mismo, no se lo creería.

Ella sonrió cuando las vio ahí, tupidas entre estantes sepias y melaza, papeles de madera y folletos con pegatinas. ¡Qué bonitas!, exclamó mirándolas, queriendo alcanzarlas con las yemas de los dedos, pero se volvía tímida al ver al vendedor ahí, esperando a que las compre con una sonrisa de medialuna. Miró las Primulas Sieboldii de colores lirios y amatistas que les recordaron a las licras de su traje. Bakugo, en el esplendor de su impaciencia que ya sacaba brillo al pasar las horas, la agarró del hombro lanzando gruñidos y la alejó de ahí.

—Quiero ir a ver television, Thyra —le dijo escaso de expresiones.

—Ay, pero... las flores —musitó ella, de mueca torcida y hombros caídos por un deseo aplastado. Atrás de ella le saludaban los pétalos con banderas de tristeza, despidiéndose indefinidamente hasta volverla a ver. Escuchaba el sonido de los pies de él hundir los suelos y el corazón se le encogía al pensar que esas son las cosas que sabía que tenía que prohibirse. Se las podría comprar ella luego, pero no iba a negar que ilusión le hacía que él lo hiciese.

—Las flores son una miseria —respondió él, sin girar a verla—. Se marchitan rápido y cuando se pudren huelen como la mierda. Además, ¿qué sentido tiene tenerlas en el cuarto? Es lo más ridículo que alguien puede comprar.

Thyra lo pensó durante varios segundos, pero terminó en la conclusión de que, en efecto, Bakugo estaba equivocado. Una dádiva perfecta es lo que son, que encierran un deseo amoroso entre los tallos y las venas de las hojas. A ellos los une algo así, esa clase de amor fresco que es un cóctel de casualidad, espacios aireados y contactos los cuales varían su intensidad. Sin embargo, sus gustos son muy diferentes; se detuvo en medio del camino manteniéndose seria, esperando que él se de la vuelta y le diga algo. Un no sabe qué, ¡pero algo! Bakugo la miró tras escasos segundos, siendo consciente del cambio en el ambiente y la expresión almagre de su rostro.

Ella le pasó por el lado dejándole como dádiva la fragancia impresa en su pelo, suelto y sin ataduras. Las aletas de él se agitaron en un deseo ansioso; llegaron a los dormitorios, y Thyra desapareció por completo. Kirishima le hablaba, y él, demasiado metido en el vórtice de la duda prematura, juró volverse loco por un misterio con nombre y rostro. Qué difíciles son las mujeres, le dijo a su tan fiel amigo al costado, el cual se rio, y le dijo que justamente eso es lo que las hacía especiales. Claro, desde su punto humilde de vista.


[...]


Muchas paredes le rodean, decorativas y otras sosas de un claro perlado y basalto. La cocina es el verdadero corazón de los dormitorios, de un verde espárrago y salvia. Ve a Thyra salir de ahí, con una caja de frutillas caramelizadas en la mano y que saborea unas dos en la boca. Hace una mueca, mudo de confusiones. En sus ojos ve todo lo que le hace feliz. Esa felicidad de carne y hueso tierno, con greñas largas y una actitud jodida que contrasta con la suya que ya es un problema evidente la mayor parte del tiempo.

Cada vez entiende menos, pero, cada vez la entiende a ella un poco más. Es extraño, estólido. Él juraba que para amar no estaba hecho, pero un deseo le colonizaba las venas cuando a ella la veía desde lejos y lo saludaba para pasar de largo completamente. ¡Mírame!, quería gritarle. Pero no para que lo vea siendo el mejor... él sólo quería que lo barriera con la mirada y le encantara lo que la luz le dibujaba en frente. Mucho que ofrecer, no tenía. Y lo poco, quería dejárselo para ella hasta que no queden ni las migajas. Le cuesta hablar, es bruto, y probablemente demasiado áspero en cada caricia que le regala. Cuando correspondió sus sentimientos una parte nueva de él abría los ojos después de un letargo que duró unos quince o dieciséis años. Un año van ya... con esos días que pasaron volando y a él, eso le asusta más que nada.

𝐋𝐄𝐌𝐎𝐍𝐀𝐃𝐄 | 𝐛𝐨𝐤𝐮 𝐧𝐨 𝐡𝐞𝐫𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora