16 | Mika

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Mi reciente alegría se había convertido en una agridulce cuando menos lo esperé. Podía recuperar la relación con mi padre pero deterioraría la que tenía con Harvey, como si no pudiera tener ambas cosas.
    Los tres cenábamos juntos todos los días, pero desayunábamos sólo Harvey y yo. Casi no hablábamos por las mañanas, bebíamos café en silencio, y en las noches mi padre y él se entendían tan bien y conversaban desde trivialidades hasta sus mayores inquietudes, que había comenzado a ser espectador de dos Harveys completamente ajenos entre sí. Así que aún tenía permitido ver la faceta viva de Harvey, algunas horas durante la noche en cuanto mi padre llegaba a la casa. Puede que lo hiciera para pagarle, al menos con amabilidad, su hospitalidad, decidí creer eso en lugar de que Harvey prefiriera estar hasta con mi padre en lugar de conmigo.
    Lo que pendía de un hilo estalló cuando mi padre recibió una llamada que revelaba lo sucedido en North Place. Harvey se encontraba en nuestra cama, leyendo algo de la colección de mi padre, cuando entré y cerré la puerta detrás de mí, antes de darle las últimas noticias.
    —Acaban de llamar de North Place —Harvey apartó la vista de su libro y me miró, esperando a que siguiera—. No tenían cómo contactarse con nosotros directamente… Además, el cura decidió no levantar cargos, llamaron a mi padre…
    —Como si fuéramos niños a los que deben vigilar su comportamiento. Ese maldito quiere quedar como el mártir y dejarnos a nosotros como los malos cuando le dimos menos de lo que merecía.
    ¿Tanto lo había marcado desde niño esa clase de religiosos que no podía soltar una pizca de odio por un momento? Casi mató a ese hombre y no sentía ni el más mínimo atisbo de remordimiento. Pero claro, tampoco podía juzgarlo ya que fui participe y cómplice en aquella venganza.
    —Esto puede ser una oportunidad —dije y simplemente me miró, como si no creyera lo que acababa de salir de mi boca. Y aún con aquella incredulidad, volvió su vista hacia su libro antes de contestar en voz baja, sin mirarme:
    —Ese desgraciado quiere redimirse, justo como haces tú ahora.
    Volví a quedar en blanco, una sensación que se estaba convirtiendo en costumbre junto a Harvey. Soltaba frases con las que no podía terminar de lidiar y respondía con cualquier cosa que no me dejara como un lento, porque aún cuando no me lo decía explícitamente, Harvey estaba decepcionado de mí y de todo lo que estaba haciendo. Se alegraba por mí, pero ya me lo había dicho, yo no conservaba nada de lo que había causado que se enamorara de mí. Y por muchas sonrisas que me regalara durante el día, ya no quedaba más por decir, sino esperar.
    Me esforcé por continuar el camino de retomar mi vida. Mi padre me ayudó como nunca imaginé. Su apoyo fue desde ofrecerme la oportunidad de estudiar nuevamente y rentar un departamento para Harvey y para mí, hasta conversar aunque fueran pocos minutos, todos los días conmigo.
    A diferencia de Harvey, a mí me agotaba analizar cada razón de mis actos y sentimientos, así que me limité a disfrutar de ser hijo de nuevo. Necesitaba algo de tranquilidad, una seguridad. Intentaría hacer las cosas bien, y si no lo lograba, no deseaba cargar con la consciencia de haber sido… malo. Un pensamiento cruzó mi cabeza, complaciente conformista, pero lo negué al instante y proseguí con cada paso que me llevara a esa vida que todos presumían.
    Cuando pasaron varios días, casi una semana, intenté llamar a mi madre. Sin embargo, cuando escuchó mi voz, cortó la llamada. No me sorprendió, porque ella también prefería eludir las cosas cuando se sentía culpable. Había sido así desde que me advirtió desde pequeño: si eres buen chico, seré buena madre. Y ya no era gracioso, entonces no quise insistir.
    Poco después de nuestra primera semana en Nueva York, Harvey consiguió trabajo como barista en una cafetería independiente para hipsters; me gustaba molestarlo con eso, porque todo él era perfecto para aquel trabajo. Así que regresaba todas las tardes agotado. No era distante realmente, a decir verdad, ya no respondía solamente con monosílabos, me preguntaba por mi día y sobre el avance de mi inscripción a la universidad. Sólo lo era físicamente, habían pocos abrazos de buenos días, y nada más.
    —¿No te da miedo de que tu padre nos vea? ¿O nos atrape in fraganti? —dijo riendo, para que no sonara similar a un desprecio.
    Aún así, las cosas continuaban tranquilas. No se salían de control, todo fluía en una dirección que no me agradaba, pero lo hacía de manera natural. Y ninguno podía hacer nada al respecto. Harvey intimaba con sus compañeros del trabajo y llegaba cansado, mientras que yo recorría universidades en busca de charlas informativas y nuevos departamentos para pareja. Cuando le preguntaba si estaba de acuerdo con la mudanza, simplemente asentía o me respondía que no tenía ningún problema. Mi padre incluso le ofreció conseguirle una beca en la universidad que él quisiera, pero se abrumó, fue gracioso y algo tierno, y rechazó la oferta. Así que nada quedaba que pudiéramos ofrecerle.
    Sin embargo, una tarde fue diferente. Llegó dispuesto a recibir todo lo que pudiera brindarle y a devolvérmelo también. Se interesó por la opinión que tenía sobre todas las carreras que despertaban mi curiosidad, a pesar de estar un 90% seguro de retomar Derecho. También volvimos a compartir las pocas canciones que estábamos gastando durante aquella semana mientras preparábamos la cena.
    Mientras lavaba los platos después de cenar sin mi padre, se acercó desde atrás y me abrazó como lo hacía en San Francisco. Su agarre me apresuraba para que lo siguiera y dejara lo que fuera que estuviera haciendo.
    —¿Ya no te importa que llegue mi papá?
    Negó con su cabeza al mismo tiempo en que hundía su rostro en mi cuello y me llevaba con él hacia nuestro cuarto. No habíamos entrado a la habitación sin dejar de besarnos desde nuestra primera noche en la casa de mi madre y John. Fue igual de dulce y nuestros cuerpos volvieron a entenderse, aún más ahora que se conocían bastante. Nos saboreamos como no lo hacíamos en días, extrañando la intensidad de la unión que hasta entonces, no habíamos experimentado con nadie más.
    Harvey se detuvo en cada uno de mis tatuajes con sus dedos y labios, aún cuando la sincronía de nuestros movimientos era demasiado brusca, como si quisiera memorizarlos y guardar cada diseño como parte de mi recuerdo.
    —Cuando seas un gran abogado deberás gustarle a tus nuevos jefes también, para que te contraten aún con los tatuajes —bromeó sin apartarse de mi cuerpo, en memoria de nuestro inicio. No recordaba haber visto a Harvey tan satisfecho y contento como aquella vez que consideré su despedida.
    Luego, cuando se levantó para ir al baño, me invitó a compartir la ducha. Entonces ni siquiera me alegré o le seguí el juego, porque él se estaba divirtiendo y no dejaba de sonreírme, sino que tragué saliva y deseé llorar. Él lo notó cuando lo abracé debajo del agua, quizás en una súplica por no acabar con aquellos momentos que me hacían sentir inmortal, porque con Harvey me olvidaba de la monotonía que me esperaba y que mi único destino era la muerte. Volví a besarlo, desde sus labios hasta cada rincón de su cuerpo, sin saber si podría repetirlo algún día. Tal vez me encontraba a punto de perder algo más valioso de lo que hubiera imaginado.
    ¿Por qué quise cambiarlo? ¿Acaso no era mejor agradarle a una sola persona importante para mí en lugar de a un colectivo que siempre me había juzgado? Ojalá no guardara tanto arrepentimiento desde mi juventud. Podríamos haber tenido vidas convencionales y no aborrecerlas tanto. Nos pudimos ahorrar penas y exprimir cada gota de vida, pero yo no era tan valiente como Harvey creyó desde un inicio. Y siempre lo supo, porque no creía en que existiera una persona salvadora. Él siempre me trató de igual y yo no supe estar en medio, debía fingir que podía ver todo desde una cima o rebajarme como ahora.
    Y lo que más me dolía, era que comprendía mi agotamiento, que ya no quería cuestionar a nadie más, deseaba que los demás pudieran verme y seguir caminando como si mi existencia no les representara una basura. Harvey no había vuelto a mencionar el tema y no hallé ningún resentimiento o juicio contra mí. Siguió besándome como siempre cuando regresamos al cuarto.
    —Todo estará bien —susurró sobre mi oreja, cuando mis besos habían descendido hacia su cuello, leyendo mis pensamientos—. Estarás a salvo de todo lo que me advertiste cuando salimos de San Francisco —dijo mientras acariciaba mi cabello, pero volvió a besarme cuando no recibió respuesta de mi parte.
    Cuando la tensión cesó su intensidad, me pidió que le mostrara los departamentos que hasta entonces me interesaban, y así aligerar el ambiente que no dejaba de alternarse entre pasional y trágico.
    —¿Cuál de estos tres prefieres? —le pregunté desde mi computadora, Harvey respondía con los pros y contras de cada uno de ellos. Hasta que no pude evitar continuar con lo que habíamos intentado olvidar:— ¿Aún crees que nada de esto tiene sentido?
    —¿Debería? —preguntó y rió un poco, luego se echó boca arriba, dejándome a mí boca abajo con la atención sobre la computadora—. Si te distrae ya debe tener sentido, ¿no? Pero a mí nada me funciona —dijo sin apartar su vista del techo—. ¿Qué es lo que tendría que escoger ahora? No tengo una meta máxima y creo que de alcanzarla también perdería sentido. Lo único a lo que puedo aspirar es al placer momentáneo porque… Me da pena suicidarme a los veinte, ¿no sería demasiado dramático? —Ni siquiera estuve al tanto de que había cumplido años, o que sintiera tanto desdén hacia la vida misma—. Si lo hiciera sería para vengarme de mis padres, o de todas las personas con las que me crucé, como si quisiera demostrarles que son una mierda y lo único que han provocado es mi muerte. Pero esa razón no vale la pena, ¿no crees? Imagina qué triste debe ser terminar con tu vida para demostrarle algo a alguien, nadie lo vale realmente.
    Pero es lo que haré.
    —Además, si aún no lo he hecho, es porque de verás no quiero hacerlo. Debe haber algo en mi interior que aún conserva esperanza por algo que valga la pena, algo que me dé sentido, pero no sé a qué se refiere. Tengo la libertad que muy pocos lograrán en toda su vida, ¿así que de qué tengo esperanza?
    A la mañana siguiente, Harvey no se alejó de mí a pesar del calor que había en el cuarto. Cuando despertó, apoyó su cabeza sobre mi pecho como lo hacía cuando nos deteníamos en los hoteles de camino a Colorado. Se vistió primero y encendió un cigarro en lugar de desayuno, se acercó a la ventana para no inundar de humo todo el lugar. Desde ahí, fue espectador mientras me vestía. Encendió un segundo cigarro y arrojó una avalancha de piropos ridículos para hacerme reír.
    —¿No quieres acompañarnos? —pregunté cuando mi padre tocó la puerta, terminaríamos con el proceso de mi inscripción y los aranceles.
    —Creo que pasaré —dijo sin apartarse de la ventana. Y como sabía que no me molestaba el gusto a tabaco, me besó cuando me acerqué a él. Fue el beso de 《hasta luego》 más largo que jamas haya recibido, porque fue delicado y lento, parecido a la timidez de nuestras primeras caricias.
    —Te veré luego —dije antes de cerrar la puerta y recibir la última sonrisa de Harvey.
    Porque cuando regresé, él ya no estaba. Ni en nuestro cuarto, tampoco en su trabajo, y de seguro ya estaba fuera de Nueva York también.
    —De seguro salió a comprar algo —dijo mi padre sin comprender lo que sucedía.
    Cerré la puerta y me dejé caer sobre ella. Ya estaba hecho, así de simple fue nuestra despedida. Era difícil imaginarlo sobre la ventana fumando cuando ya lo había sentido igual de lejos desde que llegamos a Nueva York. Sólo pude reír al recordarnos la noche anterior en la cama frente a mí… antes de echarme a llorar. Porque ahora Harvey era sólo un recuerdo, una persona más con la que había cruzado mi camino.
    Él no había sido mi primer amante, y de seguro tampoco sería el último, sin embargo, fue el único que dejó aquel silencio desolador en la que solía ser nuestra habitación. Me sentí aún más vacío que en San Francisco, porque en aquel entonces al menos estaba buscando algo. ¿Ahora qué me quedaba? Justo lo que había deseado desde entonces, una rutina en la sólo debía obedecer cada paso que me dictaran terceros.
    Me acerqué a la ventana en que Harvey había fumado aquella mañana y sequé mis lágrimas para poder ver mejor qué es lo que él vio antes de marcharse. Imaginé todo el recorrido de su partida. Me vio salir por la puerta de nuestro cuarto y supo que sería la última vez en que lo haría, aún si deseaba que nos viéramos de nuevo. Luego volvió a darse una ducha fría para estar seguro de lo que haría, aunque siendo Harvey, su determinación no se hubiera tomado tantas molestias. Recorrió la casa y visualizó todo lo que podría tener, para afirmar que quería otra cosa, algo más acorde a él. Lo que fuera contrario a todo lo que establecían como normal y lo que debía hacer, así que puede que no estuviera escogiendo manejar su rebeldía. Y después, simplemente se fue y tomó el primer taxi que lo alejara de aquí…
    Entonces fue tan libre como había deseado, porque ni siquiera me tenía a mí atándolo a un sólo lugar. Mientras que yo había alcanzado esa comodidad reconfortante en que, lo único que tenía por llorar, era el rompimiento de un amante que nunca había sido una pareja formal. Si los dos habíamos logrado encontrar lo que siempre quisimos, ¿por qué dolía tanto? Quizás Harvey tenía razón cuando decía que se sentiría vacío al alcanzar lo que buscaba. O puede que hayamos escogido mal nuestra meta, porque a decir verdad las intercambiamos.
    Harvey no era tan romántico como creía, porque ni siquiera me dejó una carta. Me dio aquella realidad que despreciaba en un inicio pero que yo tanto calificaba como auténtica y necesaria. Aún así, no había metáfora alguna.
    Continué mi vida. En cada paso que di siempre tuve su voz preguntándome si realmente estaba viviendo. En ocasiones la oía y obedecía, así que conservé algo de la vitalidad de su juventud en mi memoria y alterné su voluntad con la mía. Por ejemplo, nunca me casé y pensé que así lograría emular algo de su libertad. Porque yo solía ser así, esa parte que Harvey decidió que lo definiera era la que yo juré que nunca moriría en mí.
    Sin embargo, ahora estoy seguro de que Harvey es el único que se encuentra haciendo lo primero que le venga en gana. Disfrutando de cada instante de su juventud hasta que entrado en madurez, continúe haciendo lo mismo. Aunque debe de sentirse solo, y de seguro aún no tiene un rumbo fijo, cuando esté a punto de morir, estará satisfecho por haber vivido como nadie hasta con sus últimas fuerzas, incluso con la desoladora realidad que aquello conlleva. Ojalá pueda verlo de nuevo algún día, porque estoy seguro de que Harvey siempre será mi recuerdo más vivo y hermoso.

Flores sin raícesWhere stories live. Discover now