El día en que todo cambió

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El día en que todo cambió



Aún no podía creerlo, hacía unos minutos Harry estaba a punto de que comenzar su cumpleaños en Londres, pero ahora se encontraba a bordo de un yate saliendo de Battery park en Nueva York, aún con luz de día, y deslizándose suavemente por las aguas del Hudson hacia mar abierto.


Se sostuvo del barandal maravillado con la vista, el sol estaba por ponerse y todo el cielo se teñía de colores rojos y naranjas.


— Estoy soñando. —se dijo en voz baja cuando Severus se reunió con él en la proa—. No puede ser cierta tanta alegría.

— Te dije que tenía preparado lo mejor para tu cumpleaños. —le respondió el Profesor girándolo para abrazarlo.

— Pero, Sev, ¿cómo pudiste conseguir un traslador hasta acá sin que el Ministerio se enterara?... ¿y el yate? ¡Es asombroso! ¿de dónde salió?... ¿y los permisos? Se deben de necesitar cientos de permisos para...

— Calla. —le ordenó colocando sus dedos suavemente sobre sus labios—. ¿Qué nadie te ha dicho que las sorpresas no deben ser explicadas?

— Lo sé, pero no quisiera que te metieras en problemas por mi culpa.

— No te preocupes, te lo diré para que estés tranquilo: El traslador fue lo más fácil, el Ministerio no es infalible, muestra de ello es su absurda burocracia que siempre es posible ser burlada. Y lo demás, pues resultó fastidioso tratar con muggles, modificar ciertas memorias y torturar a otros tantos... —se interrumpió al ver la expresión alarmada de Harry para sonreírle—... Sólo bromeo, tonto, fue cuestión de usar algo que llaman crédito.


Harry recuperó su sonrisa, le divertía imaginar a Severus investigando las formas de pago muggles. Pero él tenía razón, no tenía caso cuestionar más su sorpresa, iba a disfrutarla con cada fibra de su ser. Y lo mejor de todo es que ahí podían amarse sin riesgo a ser descubiertos.


Severus pareció tener la misma idea. Dejó que el hechizo de conducción llevara el yate mar adentro y él llevó a Harry al camarote donde podían hacer el amor hasta cansarse.

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Una situación muy diferente la vivía Ronald Weasley del otro lado del océano. Aquella noche llegó más tarde de lo normal a su encuentro con Draco, le había costado demasiado poder sentirse seguro de sí mismo para no dejarse afectar por sensaciones que cada día se hacían más difíciles de controlar.


Apareció en el bungalow orando en silencio para que aquella noche fuera otra más, quizá la última, que tuviera que apagar lo que su cuerpo empezaba a sentir. Vio que Draco estaba dormido sobre la cama, aún vestido, probablemente cansado de esperarlo y creyendo que ya no aparecería.


Se sintió tentado a dar la media vuelta y marcharse, pero fue mayor la curiosidad por saber qué era lo que le sucedía. Caminó hasta la cama procurando no hacer ruido y fue inclinándose hasta quedar al nivel del rostro de Draco.


Verlo dormido era una imagen nueva, no tenía el gesto de arrogancia acostumbrada, sus labios se mantenían relajados luciendo en verdad suaves y rosados. Notó que el cabello rubio caía sedoso sobre la almohada y dejándose llevar por un impulso se acercó a olerlo, parecía recién lavado, le gustaba así, sin goma ni fijadores, brillaba mucho más de lo que recordaba.


Su corazón fue acelerándose irradiando por todo su cuerpo un calor que sólo había sentido una vez cuando le vio masturbándose, pero ahora era más suave, menos impetuoso y más agradable. Quizá demasiado agradable.


Estuvo a punto de volver a salir corriendo pero en esta ocasión sus pies no le respondieron, continuó en el mismo lugar acostumbrándose a las fuertes palpitaciones en su sangre.


Sus ojos recorrieron la figura esbelta de Draco, muy diferente a la de Hermione, pero que extrañamente le parecía más frágil. Tuvo que respirar profundamente, el aire le faltaba, su mente quiso advertirle que estaba jugando con fuego al olvidarse de las barreras que con tanto esfuerzo logró colocar entre ellos. Pero ahora las odiaba. No quería seguir obligándose a no sentir, era demasiado delicioso sentir su vientre endureciéndose de deseo.


No lo pensó más. Suavemente se recostó sobre Draco procurando no aplastarlo con su cuerpo y unió sus labios a los suyos. Eran más deliciosos de lo que pudo haberse imaginado.


Draco gimió en medio de su sueño. Por unos pocos segundos reaccionó instintivo restregando su cuerpo contra el cálido que lo cubría, pero al abrir sus ojos y ver que era Ron, le apartó sorprendido.


— Dijimos que sin besos.


Ron no le hizo caso, lo calló con otro beso, y aunque Draco intentó separarse realmente no lo hizo con ganas. Para sorpresa del pelirrojo, el joven rubio dejó de resistirse muy fácilmente y terminó permitiéndole que sus lenguas se rosaran. Ese fue el inicio de un cadencioso intercambio de caricias, de miradas estremecedoras, de besos fogosos y roces apasionados.


Se desnudaron uno al otro, sin prisas, como si aquella noche fuera la primera entre dos enamorados que vivieron deseándose toda la vida. No era su caso, ambos se odiaron siempre, pero esa noche fueron los dos amantes más dulces y fieles del mundo.


No tuvieron que decirlo, Draco se mantuvo boca arriba sobre la cama, abriendo sus piernas para permitir que por primera vez alguien penetrara en su cuerpo. Gozó al sentir que Ron tenía las mismas consideraciones que una vez tuvo con él, fue suave y firme al mismo tiempo, apasionado y dulce si era necesario.


Se enredó en su cuerpo, pidió más, le entregó todo... hasta que finalmente llegaron juntos al más intenso de los orgasmos que ninguno de los dos imaginó antes podía ser posible.


Ron salió de él aún sin lograr recuperar la respiración, todavía con la sensación de placer a flor de piel... lo más sublime que había vivido en su vida.


En silencio, ambos se dieron la espalda como acostumbraban, pero en esa ocasión todo era diferente, en lugar de lágrimas y humillación, sus rostros mostraban asombro y deleite. Al mismo tiempo se dibujaron en sus labios una exclamación que decía todo con sólo tres mudas letras: wow.


Ya no me ignoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora