7. Cumpleaños

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No era muy de celebrar cumpleaños, sobre todo en los últimos años en los que tampoco había hecho nada especial y los había pasado prácticamente sola. Pero ese día se había levantado bastante contenta y con especial ilusión.

Se permitió dormir algo más de la cuenta y, tras revisar y contestar los mensajes de su teléfono, se metió en la ducha para despejarse. Después se vistió con unos pantalones rotos anchos y una camiseta básica, aprovechó para peinarse y se maquilló lo justo para verse bien.

Desayunó con calma, cosa que no podía hacer habitualmente entre semana, pues aunque era de lo más puntual siempre andaba a las carreras.

Pensó en ponerse a limpiar ya recoger, pero la realidad es que no le apetecía ni lo más mínimo y la casa estaba medio decente, así que decidió sentarse un rato con su guitarra. Desde que hacía dos días había vuelto a tocar aquellas cuerdas no podía parar de pensar en aquello.

Pero su plan fue interrumpido por el sonido del timbre, así que no tuvo más remedio que apartar la guitarra en una esquina del sofá y abrir la puerta a sus invitados.

—¡Tita! — exclamó su sobrina en cuanto hubo cruzado el umbral de la puerta. — Muchas felicidades. — dijo, cuando Miriam ya la tenía en brazos, y ésta no pudo evitar comérsela a besos.

—Gracias, mi vida.

—Te he traído un regalito. — informó feliz la niña. Miriam miró a su hermano, que se encontraba cruzando la puerta todavía, y arqueó una ceja. Sabía que no le gustaba que le hicieran regalos, aquello de que se gastaran dinero en ella no iba con ella, y menos si no había sido ella misma la que se lo había pedido. O no al menos algo material.

—No me mires así, chulina, que yo no tengo nada que ver. — dijo el gallego, levantando las manos en señal de inocencia. — Felicidades, enana. — murmuró al llegar a su lado, abrazándola tan fuerte como siempre.

—Gracias, Efri. Te quiero.

—Y yo. — asintió el chico. — No sé que hizo click en esa cabecita, pero ten por seguro que voy a estar ahí para lo que necesites. — aprovechó para susurrar cerca de la oreja de su hermana.

—Como siempre. — asintió la menor, tratando de contener las lágrimas. No quería empezar a llorar tan temprano, aunque sabía que a lo largo del día iba a emocionarse.

Su cuñada también se encargó de felicitarla, acompañando sus palabras con un buen abrazo, como ya era costumbre.

Una vez se hubo acabado la ronda de besos, abrazos y felicitaciones, Sara corrió al bolso de su madre y rebuscó hasta dar con lo que estaba buscando. Se acercó a Miriam con un papel doblado en la mano y se lo tendió.

—Tu regalo. — dijo emocionada la pequeña. Le encantaba regalar dibujos y manualidades, pero su parte favorita era ver las reacciones de quienes los recibían.

—¡Qué bonito! — exclamó la gallega al desdoblar aquél folio y ver de qué se trataba. Era un dibujo de ellas dos, bastante elaborado para estar hecho por una niña de cinco años, en el que salían ambas haciendo uno de los miles de planes que acostumbraban a hacer prácticamente todas las semanas — Ven aquí, cielo, dame un abrazo.

Abrió los brazos y achuchó lo más fuerte posible a su sobrina. A veces no entendía cómo podía quererla tanto, incluso por encima de ella misma. Quizás porque era como una hija para ella y había llenado ese vacío que quedaba en su corazón después de la pérdida de su hijo. Pero tampoco la consideraba un remplazo a éste, pues no sería justo pensar de esa forma.

Aguantó las lágrimas como pudo, por segunda vez en el día, y se levantó con su sobrina en brazos, sin dejar de besarla y achucharla como ella sabía.

Miedos tatuados en la piel // Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora