A solas en la ventana

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Joao estaba ahí parado junto a la ventana labrada de fierro de una casa colonial, bien cuidada, en una tarde fresca de verano de esas que gusta a todos y que no molesta a nadie, no hacía mucho bochorno. Él estaba mirando el paso de la gente que se encaminaba rumbo a la playa y que no eran de la zona, luego de que sus brazos se cansaran de estar apoyados regreso a su sillón preferido. El muchacho no podía salir de casa, ese día. No estaba castigado, solo le había pedido, su madre, que no saliera hasta que ella regresara, luego podría arrancar a mataperrear con sus amigos a la calle. Su progenitora dejaba discurrir en sus palabras que el lugar más seguro para su hijo, mientras ella estaba ausente, era su casa «al menos estando ella lejos» y ahí no le iba a pasar absolutamente nada.

El mozo tenía 13 años, estaba en plena edad de adolescencia, era un chico tranquilo, no era problemático, salvo algunas travesuras propias de su edad, pero nada que su madre tenga que preocuparse. Algunos conocidos de él mas bien andaban en malos pasos, no tenían dinero y siempre veían la forma de recursear unas monedas para salir el fin de semana, jugar al pinball del distrito donde vivían o estar a la moda con las zapatillas y la ropa. Joao en cambio no le interesaba eso. Él era pepón y con eso le bastaba para que las chicas se fijen en él.

Joao se paró del sillón, nuevamente y como un tigre encerrado, se encaminó nuevamente hacia la ventana, a mirar por ella, maldiciendo el no poder salir en ese momento. Sus amigos ya estaban jugando pelota, otros jugando videojuegos y algunos, aprovechando que que el sol no quemaba, en la playa. O simplemente estaban haciendo tiempo en la casa de alguien mas. Y él ahí encerrado. Por un momento se figuraba que era capaz de abrir la puerta y largarse pero luego volvía a entrar en conciencia y reprimía el deseo de su pensamiento.

Él era un chico responsable, así lo describía su madre, palomilla pero responsable y él seguía mirando, sireando a la chicas guapas que pasaban por su ventana, para matar el tiempo, luego se escondía detrás de la cortina.
Pasado unos minutos se estacionó un carro, cerca de su casa, era un Volkswagen, color amarillo, del cual bajo un tipo que parecía de lo mas normal, se dirigió a las escaleras que daban a la bajada del puente, se acercó al heladero, parecía que le preguntó algo, compró un helado, abrió la envoltura y empezó a comerlo, a morderlo, a lamerlo de una forma rara. Joao vio la escena a unos cuarenta metros del sujeto y le pareció graciosa. Pensó para sus adentros «viejo marica», pero no como pensaba de algunos de sus amigos que se recurseaban; sino como de un viejo chivo afeminado. Lo de sus amigos era una mariconada, estaba claro, pero el no se metía en eso y no por eso iban a dejar de ser sus amigos salvo que su madre se entere y ahí si que se armaba la de san quintín —A estas alturas del relato cabe aclarar que Joao no era homofóbico, ni mucho menos sabía el significado del término.

El muchacho siguió mirando pero hacia otra dirección, había olvidado la escena, por un momento. El tipo caminaba de regreso hacia su escarabajo, cuando se percató del mozuelo en la ventana y decidió seguir avanzando hacia él. Con una habilidad que solo los fulanos con malicia tienen toco su mano y le peguntó su nombre.

—¿Cómo te llamas, amiguito?
— Joao, ¿Y tu? —Con la cortesía que le habían enseñado en casa. Luego miró para otro lado safando rápidamente su mano.
—Mike.

A Joao no le interesaba seguir la conversión. Mike volvió al ataque.

—Y tu, ¿no sales, no tienes amigos?
—Si, solo que estoy esperando a mi madre para no dejar la casa sola. —Joao pensó, en no dar más información.

El tipo seguía comiendo su helado, el cual no se derretía tan rápido porque el clima era benévolo esa tarde, y le permitía hablar mas que comer. Pero cuando lo hacía parecía que quería mandar un mensaje subliminal al pobre chico.

Nuevamente fue al ataque.

—No te gustaría pasear un rato, total es una zona segura, no creo que le pase nada a tu casa. —Sonrio.
— No. —respondió Joao de forma cortante.
— No conozco muy bien la zona, no sé, si me puedes ayudar a llegar a una dirección. —Insistió Mike, mostrandole en ese momento un papel ilegible.
— No puedo salir señor —Le respondió nuevamente Joao.
Por enésima vez el viejo volvió a la carga y fue directo, «que muchacho no se resistiría a unos billetes», pensó.
— Mira hagamos una cosa. —dijo el individuo—. Yo te doy los billetes que quieras y tu solo me acompañas. Además tu madre no se enterará.

El chico respondió rotundamente con un no y el viejo infirió que no se lo podía levantar. Efectuó una última pregunta, una última marranada.

—¿Y sabes donde puedo encontrar muchachos?
—¿Muchachos? —Devolvió la pregunta el juvenil.
—Muchachos de esos que quieren ganarse un sencillo. —el mocoso respondió, con la ingenuidad y sabiduría que solo se le permitía a los de su edad.
—Búsquelos en el parque.

Cerro la ventana, la tiro con fuerza, se alejó de ella y el vejete regresó a su carro, lo encendió y se marchó.

Ese día por alguna razón la madre de Joao llegó un poco más temprano y todavía el sol alumbraba, como para permitir a su hijo salir a buscar a sus amigos. Sabía que su retoño estaría ansioso por salir.

—Hijo sal al parque regresa temprano, busca a tus amigos, todo el día encerrado, mi pobre.
—No mamá. No quiero salir, por lo menos hoy no. El parque puede ser un lugar peligroso. «Pensando él que el peligro estuvo en la propia puerta de su casa».

Luego Joao tras razonar consigo mismo hacia sus adentros soltó una queja contenida por sus miedos «¡Maricón de mierda!», pero ahora con más rabia.

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⏰ Última atualização: Aug 15, 2022 ⏰

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