Compras

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Finalmente llegó el momento que él no deseaba, pero que era consciente de que arribaría tarde o temprano. No era que no quisiera comprar nada para sus hijas; por el contrario, intentaría darles todo lo necesario para que tuvieran una vida feliz. Sin embargo, tras una conversación con William, y luego de enseñarle los resultados de la decoración de su habitación y la de sus niñas, decidieron que no deseaban algo tan opulento para ellas. Es decir, tenían que comprar la vestimenta y accesorios personales para los preparativos del parto y para su guardarropa. Sin embargo, lejos estaba de sus intenciones un ajuar demasiado lujoso. Debió imaginar que tales pensamientos no serían más que ilusiones. Especialmente, si quien estaba a cargo de las compras era Elizabeth. En esta ocasión, sin embargo, él no la había acompañado. Nuevamente, el médico personal de su amo se había presentado para realizarle un nuevo examen, comprobando que, mientras que sus gemelas, afortunadamente, se encontraban bien y el embarazo marchaba dentro de los parámetros normales, el atravesaba un periodo de fatiga intensa.

—No sé si lo hayan advertido antes, señor Sebastian. Si no lo han hecho, debo pedirle, seriamente, que considere abandonar su trabajo al menos hasta que haya pasado un mes del nacimiento de sus hijas. Por otra parte, sin embargo, si puedo recomendarle que salga de manera periódica. Tal vez una o dos horas cada día le harán bien...

El mayordomo asintió, comprendiendo finalmente que el hombre estaba en lo cierto. Él mismo podía darse cuenta que hasta los quehaceres más sencillos le costaban un esfuerzo mayor del habitual. Se sorprendió cuando el propio Dr. Allman le sugirió acompañar a Elizabeth de compras, entendiendo que tenía planeado comenzar a preparar los elementos que necesitaría para el momento del parto, como también el ajuar para sus hijas. Aunque, una vez más, le advirtió que se moviera con cuidado. Y que, si necesitaba descansos, simplemente los tomara.

—Supongo que, al menos por esta vez, no se tomará tan en serio su deber como para acompañar a Lady Elizabeth como si de su custodio personal se tratara. Además, Lord Phantomhive me ha dicho que su doncella está perfectamente preparada para cumplir esa tarea por usted...

Michaelis sonrió. Vaya si lo estaba. Podía tranquilamente dejar a Lizzie en manos de cualquiera de los sirvientes. Quizá no fuera una mala idea aceptar la sugerencia del médico. No era alguien habituado a realizar paseos por simple ocio. Cada vez que salía a la calle, era junto al Conde o a su esposo y para cumplir algún encargo, ya fuera de la Reina en el primer caso o del propio Phantomhive en el segundo.

—Agradezco su visita, Lord Allman... —dijo inclinándose, mientras le ofrecía una sonrisa al hombre del bastón—. Consideraré su sugerencia. Creo que tiene razón; no me haría nada mal un poco de aire. Además, por fortuna, ellas se han calmado de momento. Debería aprovechar la oportunidad mientras dure. De todos modos, prometí a mi esposo y a un amigo en común que les acompañaría a almorzar hoy. Quiero decir, vendrán a la mansión, pero no suelo comer con mi amo y sus comensales...

—Hágalo. Es evidente que usted es algo más que un simple sirviente para Lord Phantomhive...

El medico se puso de pie dirigiéndose a la puerta, pidiéndole a Sebastian que se quedara en su sitio. A lo que, una vez más y sin el menor atisbo de protesta, el mayordomo obedeció asintiendo con su cabeza.

Minutos después, sala principal...

—Sebastian; ven, siéntate, por favor...

Pidió el Conde al ver a su mayordomo. El pelinegro asintió, para luego sentarse a la izquierda de William, quien rápidamente tomó su mano e, ignorando prácticamente al resto de los presentes, besó sutilmente sus labios. Michaelis no se opuso siquiera. El Shinigami luego puso una de sus manos sobre el vientre de su esposo y sonrió, comentando que, al parecer, las gemelas estaban descansando en ese momento.

¿Seremos... Padres?Where stories live. Discover now