Pesadillas en Caja

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Invoco un pequeño fuego en su mano para poder verlo mejor, Atlas estaba sentado en el rincón de su cuarto. Estaba hiperventilando y por lo que dejaba ver la luz de la llama su cara estaba empapada de lágrimas y sudor. Estaba temblando y al ver a la pequeña flama que bailaba en la mano de Lucio se tapó la cara con las manos, al acercarse un poco más Lució pudo oír como estaba diciendo algo bajo su respiración, no podía entenderle, asumió que estaba hablando en greco, debido a que pudo distinguir una que otra palabra en sus susurros.

Lucio se agacho a una distancia considerable de su hermano, Atlas ya había notado su presencia evidenciado por la mano que puso en su boca para amortiguar sus sollozos, aunque Lucio había oído el sonido de sus bruscas aspiraciones miles de veces, la piel de gallina nunca se le quitaba cuando veía el brillo de su desesperado ojo.

—Atlas— Le llamó suavemente, su voz era tan baja como un susurro, no sabía si Atlas lo había oído, pero no se atrevió a decir de más. Pasaron algunos segundos en silencio, la turbia respiración de Atlas siendo el único sonido en la oscura habitación.

—Atlas, lo que sea que vistes no es real— dijo en un tono un poco más alto, Atlas subió la cabeza y lo miró soltando un bufido, su ojo estaba rojo e hinchado, tenía el ceño fruncido mirando a la llama en la palma de Lucio con un odio desmesurado.

—Solo, apaga esa estúpida luz— dijo con voz ronca, quitó sus manos de su cara y enterró la cabeza en sus rodillas. Lucio dejó salir un suspiro y extinguió la llama observando a Atlas atentamente, sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad por lo que empezó a buscar con su vista por si Atlas había sido herido.

—No me mires así— dijo Atlas irritado poniendo sus manos sobre su cabeza. Lucio lo miró bien una última vez y se levantó del suelo.

—¿Quieres tomar un sedante?— le preguntó, acercándose a la cómoda donde los guardaban. No parecía necesitarlo esta noche, pero cuando Atlas tenía pesadillas era como jugar a la ruleta rusa, en el mejor de los casos volvería a dormir por su cuenta, en el peor de los casos tendrían que administrarle el sedante más fuerte que tenían.

—No— le respondió parándose de la esquina, su andar era irregular, se veía a millas que no había podido dormir en toda la noche y que se encontraba débil. Aun así Lució sintió como gran parte de su preocupación dejó su cuerpo, si podía levantarse y caminar por sí solo esta sería una noche fácil.

—¿Quieres que te busque otro parche?— pregunto, aunque habían hecho esto miles de veces, Lució aún no sabía qué hacer exactamente, mucho más ahora que su padre no estaba.

Atlas no respondió. Se sentó en la cama, la luz de la ventana dejaba ver que estaba temblando y el sudor se adhería a todo su cuerpo, respiraba con dificultad y aún habían lágrimas en su cara.

—Están en mi mesa de noche— dijo sin mirarlo. Lucio asintió y a ciegas buscó en la mesa de noche de Atlas hasta que consiguió uno de los varios parches médicos que tenía esparcidos por ahí.

Se sentó en la cama junto a Atlas y le dio el parche —¿Me puedes traer un vaso de agua?— le dijo sin voltear a mirarlo, parecía estar intentando desenredar el parche médico que estaba usando, probablemente estaba mojado por las lágrimas.

—Voy— le dijo levantándose de la cama, mirando una última vez a Atlas antes de cruzar la puerta.

Cuando iba de camino a las escaleras oyó la puerta de enfrente abrirse, y vio con desconcierto como su padre caminaba por el vestíbulo. Lo miro desde el barandal del balcón silenciosamente caminando con algo en las manos, sus botas dejando pisadas oscuras en la madera.

El Fuego Que Se Llevo El CaminoWhere stories live. Discover now