Capítulo VI: Ajuste de cuentas.

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Aquel día simplemente no había podido ser más accidentado de lo que ya lo era o al menos eso era lo que Bianca hubiera querido creer, pero simplemente no podía hacerlo ahora y menos aún cuando al despertar en el auto de Raymond, vio como él y su maestro se encontraban uno frente al otro observándose de aquella manera tan fría e implacable. Su primer impulso fue el de detenerlos, pero para su desgracia aún se encontraba débil para luchar y por si fuera poco sus padres, adelantándose a sus pensamientos, la habían detenido antes de que pudiera hacer algo.

— Si ya sabes quien es ese joven, entonces debes saber que ninguno de nosotros tiene derecho a intervenir en esto, Bianca —Dijo en un suspiro Leo, ayudándola a salir del auto— este asunto es entre ellos dos y nadie más. Y por si acaso no fui lo suficientemente claro, esto también te excluye a ti Liz, aunque seas la líder del clan.

— Lo sé —Murmuró Liz jugando con una pequeña bola de fuego entre sus manos, en un vano intento de calmarse— pero sabes tan bien como yo, que uno de los dos morirá si llegan a pelear, ya que Alexander no solo es implacable, sino que puede llegar a ser muy cruel cuando se lo propone y, por otra parte, no sabemos que ases bajo la manga pueda tener su hijo, ya que si ha logrado sobrevivir todos estos años, no podemos permitirnos el lujo de tomarlo a la ligera. Él podría ser otra amenaza para nosotros.

Bianca quiso replicar, pero estaba tan concentrada en aquel inoportuno encuentro, que ni siquiera se molestó en hacerlo.

Sin decir nada, Alexander y Raymond comenzaron a moverse hacía el parque de la ciudad con absoluta calma, caminando uno detrás del otro a una considerable distancia, siendo seguidos de cerca por la familia Carusso, quienes fungirían como testigos de aquel combate entre padre e hijo.

En cuanto llegaron a un lugar lo suficientemente alejado y solitario, Alexander se dignó a voltearse finalmente hacía Raymond.

— Acabas de perder la única oportunidad que tenías de siquiera llegar a tocarme niño —Espetó Alexander cruzándose de brazos con autosuficiencia.

— No necesito ventaja, viejo—Replicó Raymond creando una esfera de aire en la palma de su mano, que sorprendió levemente a su padre— puedo acabar contigo cuando lo deseé y eso es lo que voy a hacer.

Dando por zanjada la conversación, Raymond se abalanzó sobre su padre, atacándolo con potentes y filosas cuchillas de viento capaces de cortar el acero más resistente como si de una simple hoja se tratase. Por su parte Alexander, sin moverse siquiera un poco, interceptó el ataque con un imponente muro de fuego que impregno de fuego las mortales cuchillas, que peligrosamente se dirigían hacia él ahora envueltas en llamas.

Una leve sonrisa se vislumbro en sus labios ante la cara de su hijo cuando las cuchillas pasaron justo a su lado sin hacerle absolutamente nada, se cruzaron detrás de él y con tan solo un leve gesto del experimentado mago, estas salieron disparadas hacia su asombrado hijo, quien fácilmente las disipó extendiendo la palma de su mano frente a él absorbiendo el ataque. Una leve sonrisa se dibujo en los labios de Raymond, mientras esquivaba las consecuentes e implacables llamaradas, bolas de fuego y feroces torbellinos en llamas que su padre comenzó a lanzarle uno tras otro en cuanto disipó las cuchillas, dispuesto a acabar cuanto antes con él, sin darle siquiera un mísero segundo de paz entre cada ataque.

Justo lo que hubiera esperado del implacable Alexander Grant, un perro viejo que aún seguía siendo tan temible como lo fue en su juventud y que incluso se había vuelto mucho más feroz de lo que era en ese entonces. Leo sonrió al ver la intensidad de aquel encuentro y como Alexander se lo estaba tomando en serio a pesar de que no lo aparentara en lo absoluto, una clara muestra de que sus ojos no habían perdido su agudeza con los años, después de todo solo un idiota o un mago sin experiencia cometería el error de subestimar a un mago que irradiaba tanta fuerza como lo hacía Raymond, a pesar de sus intentos por ocultarlo.

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