03

3 0 0
                                    




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Cuando desperté al día siguiente me desataron. Antes de hacerlo, obviamente, me amenazaron con inyectarme un tranquilizante, ducharme y vestirme ellos mismos y llevarme a rastras donde fuera que íbamos, si intentaba hacer algo. Cómo sabía que no iban de farol, hice caso y me porté bien, dentro de lo que soy capaz.

Me llevaron a unas duchas donde había más jóvenes como yo. Me lavé todo el cuerpo y el pelo, y al salir nos dieron un uniforme del ejército Alishnakano, como el negro que llevaban los dos doctores pero con la chaqueta y la camiseta de color azul oscuro. El pantalón y las botas seguían siendo negras.

Cuando todos estuvimos listos, miré a los demás. Había once personas aparte de mí, éramos seis mujeres y seis hombres. Todos eran jóvenes, ninguno pasaba de los treinta años, o eso parecía. Además, estaba seguro de que el más joven era yo, con diecinueve años, porque no creía que fuesen a escoger a un menor de edad para hacer esto, también había leyes para los nobles por desgracia para ellos.

Nos llevaron por pasillos amplios, con cuadros antiguos surrealistas, suelos de mármol blanco, columnas decoradas con tallados de sucesos anteriores al nuevo mundo, todo era elegante, limpio y espacioso. Había muchas puertas talladas en madera marrón claro con manijas de metal plateado y ventanas gigantes con marcos de roble beige.

Cuando finalmente salimos del recinto, el aire cálido del verano me golpeó y sumándole la ropa de soldado que daba calor, me estaba asfixiando. Al parecer a los demás les pasaba lo mismo porque nos miramos entre todos con muecas de fastidio.

El clima de Alishnak es así. En otoño e invierno hace mucho frío, en primavera clima entremedio y en verano un calor de muerte. Se me había olvidado que estábamos en esta estación, y eso que me lo habían dicho el día anterior.

Al lado de una avioneta del ejército, para mi sorpresa estaban los príncipes Perseo y Corvus con algunos generales a su alrededor. El doctor y la doctora que habían estado conmigo cuando desperté, estaban hablando con ellos. Por lo que escuché, estaban diciendo que la administración de los sueros y las terapias que supongo que utilizaron para borrarnos la memoria habían funcionado.

Si, bueno, no muy bien por lo visto.

Una vez llegamos detrás de los doctores, nos colocamos en una fila vertical, como nos habían mencionado con anterioridad que debíamos hacer, del uno al número doce. Eso me dejaba a mí primero. Me coloqué con la espalda recta, la cabeza ligeramente levantada, las manos entrelazadas en la espalda, las rodillas ligeramente dobladas en posición de descanso, y los pies separados a la misma altura que mis hombros.

Los doctores delante de mí asintieron con la cabeza en señal de saludo y de que había adoptado bien la posición que ellos me habían enseñado esta mañana. Los príncipes detrás de ellos me miraban. Pude notar cierta diversión en el brillo ocular de Corvus, quién era el mayor de los hermanos con lo que parecían veintitrés años. Perseo, en cambio, parecía tener veinte.

El ruido del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora