Prólogo

937 93 19
                                    

Bosque de Whispers House, afueras de Londres, Inglaterra.

Anochecía y los bancos de niebla descendían desde las sierras abriéndose paso entre la compacta floresta circundante, cual pálidos espectros, deseosos por posar sus incorpóreos cuerpos en su lecho de tierra.

Sus pasos eran presurosos, abrían surcos entre la densa bruma, pero algunos girones quedaban atrapados entre sus pies bordando los volantes de su deslucida falda. Su corazón latía agitado y la sangre golpeaba con fuerza en sus oídos. Sus delgadas manos estaban trémulas, más que por la gélides nocturna, por una emoción arrolladora. Mientras que sus órbes refulgían, como carbón encendido, en aquella oscuridad que se volvía cada vez más opresora.

¡Lo había hecho!

Desde ese punto en adelante, ningún ocupante de aquel impío paraje olvidaría a su madre, ni a su legado.

Inspiró hondo y siguió su marcha abriéndose paso entre la espesura del boscaje, que parecía cerrarse cada vez más a sus espaldas, con la intención de no volver a cruzar esas tierras infaustas jamás, excepto cuando llegara la hora de contemplar las ruinas que su obra había causado.
De momento, todo quedaría en el pasado: aquella maldita propiedad con sus condenados ocupantes -¡los odiaba a cada uno! Incluso a los que no habían sido responsables directos de su desventura-, el infame bosque con sus laberínticas entradas a las minas -verdaderas trampas mortales-, la cueva que durante algún tiempo fue su único refugio, su hogar, su guarida...

Elevado había sido el precio que había tenido que pagar para lograr su propósito, pero no le importaba que su alma estuviera condenada si lograba que la de aquella que le había dado vida pudiera encontrar al fin la paz.

Una última mirada hacia atrás: la amplia entrada a la caverna era apenas un surco visible a esa distancia, en un sitio donde los rayos lunares no lograban traspasar el pesado techo vegetal para aportar algo de luminosidad.

Sus malogradas botas se enredaron en una retorcida raíz que se contorsionaba desde la profunda tumba abriéndose paso al exterior.

Se desplomó en el suelo y maldijo por no haber guardado un mísero cirio que le sirviera como faro en las tinieblas, pero todos los había usado en el ritual.

Lo había hecho a la perfección, como el manuscrito místico indicaba.

Ella no era una bruja como tal, contrario a como algunos hombres y mujeres ignorantes y temerosos de la ira Dios la habían llamado, pero sí era una mujer maltratada, olvidada, dolida, ¡desesperada!. Sabía de magia, era cierto y, al igual que muchos (incluída la misma reina), recurría a esta en ocasiones. Sus ungüentos curativos, posiones y hechizos le habían servido para ganarse la vida todos ese tiempo, el resto se lo había dado el bosque y el ingenio.

Jamás había practicado magia oscura, pero cuando la fatalidad acontece y todo parece volverse en contra, la ira y la frustración afloran y el velo que separa la luz de la oscuridad, lo correcto de lo incorrecto, se vuelve aún más delgado de lo que es en realidad.

Intentó incorporarse, retirando la capucha de su pesada capa, que le había cubierto parcialmente el rostro y se percató del fulgor que parecía manar desde el seno mismo de la tierra y comenzaba a extenderse por aquellas paredes rocosas a velocidades extraordinarias, como magma brotando de un volcán.

Una silueta se materializó en la noche, una figura humana que, como un péndulo, se mecía desde lo alto de la pared de roca vigilando con ojos ciegos su andar.

Por primera vez sintió miedo. ¿Y si ahora venía por ella? Una sola víctima había sido suficiente para abrir el portal, pero quizá no servía para calmar el hambre de la bestia que había logrado liberar. Aunque había prometido que habría más. No obstante, ¿qué tan confiable era eso de hacer pactos con el mal?

Su corazón aleteó enérgico por última vez y la sangre se le heló en el interior del cuerpo dejándola petrificada en el suelo.

Una brisa antinatural comenzó a levantar la hojarasca a su alrededor, aprisionándola, al tiempo que nuevos brazos nudosos la arrastraban cada vez más hacia abajo, mientras la turba revuelta se deshacía bajo su cuerpo facilitando el descenso...

Entonces, entre los mudos abedules de aquel silente bosque, únicos testigos de sus viles acciones, el primer secreto fue velado y el prístino murmullo comenzó a cantar, cada vez con más intensidad, girando entre las hojas, reptando por los troncos de árboles centenarios.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Whispers House. El origen del mal. (En Curso) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora