Capítulo 21

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Advirtió el miedo en sus ojos cuando sus miradas se encontraron. Confirmar que la persona que estaba detrás de las amenazas había entrado y escrito algo así en el espejo solo indicaba una cosa: era alguien cercano que ambos conocían y que no llamaba la atención con su presencia allí.

De pronto, la vio abalanzarse sobre la cómoda y tras buscar con torpeza entre sus cosas, comenzar a frotar la superficie con movimientos rápidos y bruscos. La oyó gruñir justo antes de quebrarse en llanto.

Sin siquiera pensarlo, se acercó a ella y la rodeó con sus brazos desde atrás para detenerla.

—Tranquila, estoy acá.

El calor de su cuerpo, así como la increíble sensación de seguridad y protección que él le transmitía tan solo con su cercanía, la fueron calmando poco a poco. Luego de unos pocos minutos, giró entre sus brazos y escondió el rostro en su pecho. Cerró los ojos al sentir los latidos de su corazón contra su oído.

Gabriel evaluó todo a su alrededor en búsqueda de cualquier cosa que le llamase la atención, pero todo estaba igual que siempre, salvo por la puta amenaza, de la que nada quedaba más que un borrón rojo. Mejor, no quería que nadie más lo supiese.

La abrazó con fuerza, cubriendo su cabeza con una mano en un intento por protegerla de un peligro que ni siquiera podía ver. ¡Carajo! Necesitaba sacarla de allí en ese instante.

Entonces, supo lo que tenía que hacer. La llevaría al departamento donde se estaba quedando y ya no volvería a separarse de ella. Solo allí estaría completamente segura. Nadie, ninguno de los empleados, ni siquiera Ariel o Gustavo, sabían dónde se encontraba este.

—Vamos, preciosa. Salgamos de acá —susurró antes de besar su frente.

A continuación, la tomó de la mano y la instó a moverse. Ana no opuso resistencia. Todavía aturdida, lo siguió hacia la puerta trasera. Por fortuna, no se cruzaron con nadie en el pasillo.

Una vez fuera, la condujo hacia su auto, el cual había dejado unos metros más adelante. El sonido amortiguado de la música se fue apagando conforme se alejaban de la discoteca hasta que solo fueron capaces de oír sus apresurados pasos.

Aceleró en cuanto la vio ponerse el cinturón y se mezcló con el tráfico de la ciudad. Su departamento no quedaba muy lejos, pero tomaría algunos desvíos para estar seguro de que nadie estuviese siguiéndolos.

A su lado, Ana permanecía en silencio con la mirada perdida y la respiración acelerada. Sus manos se encontraban unidas sobre su regazo, una cubriendo la otra, probablemente en un intento por controlar la intensidad de sus temblores. Maldijo para sí mismo. Odiaba verla tan asustada.

—Todo va a estar bien —afirmó a la vez que las cubrió con la suya—. No voy a dejar que te pase nada.

Ana exhaló de golpe al sentir su toque y giró la cabeza hacia él. No importaba lo mucho que lo hubiese ignorado durante una semana o el dolor que le hubiese causado con su indiferencia y sus duras palabras, allí estaba para ella, bridándole seguridad y contención.

—Lo sé. —Fue lo único que logró decir a través del nudo que se había formado en su garganta.

No sabía hacia dónde se dirigían, pero tampoco tenía importancia, no mientras estuviesen juntos.

Cuando finalmente llegaron a destino, apenas era capaz de moverse. El miedo la había debilitado a tal punto que no estaba segura de que sus piernas pudiesen sostenerla. Gabriel pareció darse cuenta de eso, ya que la rodeó con un brazo y sujetándola de la cintura, la guio hasta la entrada de la vivienda. Una vez dentro, la llevó hacia el único sillón que había junto a una pequeña mesa.

Su última esperanzaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon