Prólogo

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    —¿Sigue vivo?

—¡Lily¡, Dios mío! Ni se te ocurra volver a preguntar eso.

Sebastian apenas fue consciente de las voces a su alrededor, llegaban a él como si estuviese dentro de una cañería. Intentó mover el brazo, debía defenderse de los desconocidos, pero la frente le zumbó cuando apenas frunció las cejas, algo aprecio explotar en su cabeza de dolor.

—No te muevas. Está bien, estarás bien ¡Elara!

—Ay.

—Perdón, cariño, perdón. No quise gritarte. Pásame el teléfono, llamaré a un doctor.

—Te lo daré ¿Pero, sigue vivo?

—¡Lily!

—Ya voy, voy.

Sebastian se halló siendo levantado y trasladado a un lugar mucho más cálido que el frío fango en el que se encontraba. Qué cansado estaba, cuán fría era la noche, y qué cálidos eran aquellos brazos. No recordaba la última vez que su padre lo alzó de esa forma.

Su mente lo llevó a recordar cuando cerró los ojos. La sensación de vértigo cuando caía en picada por la colina le estremeció las tripas, las ramas y las rocas, golpeando y cortando su carne, sus brazos protegiendo su cabeza. Se había quedado medio inconsciente a orillas de una calle, escuchando el sonido de los autos por la carretera, el pasto humedecido debajo de su cuerpo era frío, helado. Con un gemido agonizante, rozó su hombro, y fue vagamente consciente de la sangre que emanaba. Por más esfuerzos que hizo para moverse, solo había logrado arrastrarse apenas, y cuando perdió las fuerzas, se quedó quieto.

No tenía ganas de continuar, sabía que cuando apenas demostrara mejoría, su padre le obligaría a cazar de nuevo. Dormir en la tierra dura y el pasto mojado, cargar con las cuchillas que pesaban tanto, pelearse con animales inocentes, pasar horas cubierto de tierra. Y si se negaba, los castigos de su padre eran mucho peor. No tenía ganas de seguir con eso... con nada.

Despertó de golpe. Lo recibió un techo azul marino, habían pintado esponjosas nubes blancas en él, unas que se veían reales, tan reales que creyó que había muerto y estaba en el cielo. Dos cosas lo trajeron a la realidad, la primera, que él seguramente no acabaría en el cielo, la segunda, había otras nubes de una esquina, pintadas por alguien con menor habilidad, que parecían manchas blancas, y supo que se trataba de una pintura en el techo.

Lo invadió la furia y la indignación ¿Dónde lo habÍan llevado? ¿quién lo había traído? ¿dónde estaba? En su estado, no podía levantar ni un brazo, era una presa en todas sus facultades. Su padre odiaba las presas.

La habitación era mucho más colorida que la suya, la cama era grande y el colchón grueso y duro, no como el de su casa, que era finísimo y cuando se quedaba por mucho tiempo, podía sentir las rejillas de madera en la espalda. Había un gran armario blanco a un costado, un sofá con una pila gigante de almohadones de todos los tipos y en la cómoda que estaba pegada a la cama, una lámpara que era la cabeza de un astronauta.

El hombre que lo había ayudado era amable, alto y pálido, toda aquella gentileza hacía cada vez más agresivo a Sebastian ¿A qué se debía, por qué? ¿Qué deseaba de él? ¿por qué lo había salvado? Él no había pedido ayuda. Si fuera por él, hubiera sido agradable tener un poco de paz, allí en el pasto frío, tirado en la carretera. Cuanto más amable era aquel hombre, más despertaba la hostilidad del pequeño.

Pero un día, había traído un montón de cajas de cartón gigantescas, y a pesar de la naturaleza desconfiada de Sebastian, no pudo morderse la lengua antes de preguntar.

—Oh ¿Eso? Nos acabamos de mudar, —había dicho, —Cuando te encontramos, veníamos aquí con la mudanza. Ayer fui... —pareció incómodo de golpe, y se cruzó de piernas en la silla de madera, donde siempre se sentaba para hablar con él desde que despertó. —Contacté a tu padre, pero, eh...

ᴛᴇ ᴅᴇꜱᴇᴏ ᴜɴ ʜᴏɢᴀʀUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum