Capítulo 22

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Ambos se separaron lentamente, sus respiraciones estaban agitadas debido a los nervios. Horacio abrió los ojos y sonrió ante la imagen que tenía frente a él. Ahí estaba, Volkov seguía con los ojos cerrados, la boca aún entreabierta y algún mechón de pelo descansaba sobre su frente, regando el rostro con pequeñas gotas.

Tras unos segundos, el ruso abrió los ojos y pudo ver la mirada de Horacio fija en él. El agarre de su cintura se aflojó, más no se soltaron. Ambos sonreían levemente y estaban sonrojados.

—Preferías algo así, ¿no? —se atrevió a preguntar Horacio.

—Eh, eso... Eso estuvo mejor, la verdad.

Ahora fue Volkov el que volvió a acortar la distancia, apoyando su frente en la contraria y posando su vista en el rostro del pelirrosa. Los carnosos labios de Horacio temblaban ligeramente debido al frío que empezaba a recorrer su cuerpo junto a los nervios que tenía acumulados.

—No sé en qué pensabas cuando te tiraste al agua —rio Volkov—. Anda, ven.

Acercó su cuerpo todo lo que pudo al de Horacio e intentó acogerlo en un abrazo. No obstante, siendo consciente de que seguían en el agua, decidió apartarse para tomarle de la mano y salir de la piscina. El menor se quedó parado, viendo cómo el ruso iba rápidamente detrás de la barra del porche para sacar un par de toallas.

Se acercó a Horacio, abriendo una de estas y lo envolvió cuál rollito. Él, también tembloroso -aunque más por los nervios que por el frío-, le rodeó con los brazos y los movió enérgicamente en un intento de calentarlo.

—A ver si te secas un poco y vamos para adentro. Puedo... dejarte algo de ropa.

Horacio sonrió enternecido, era demasiada información la que debía asimilar, y a pesar de que había pasado aquello por lo que tantos años había soñado, aún no terminaba de creérselo. De hecho, imaginaba que en cualquier momento podría despertar de aquel sueño.

Horacio dejó la toalla en el suelo y empezó a quitarse la ropa. A su lado, Volkov le miraba un tanto avergonzado:

—¿Q-qué... haces, Horacio? —dijo intentando no rastrear el cuerpo del moreno de arriba a abajo.

—¿Crees que voy a entrar con la ropa chorreando? —rio— Tú deberías hacer lo mismo.

Una vez se quedó en calzoncillos, emprendió el camino adentro de la mansión. Volkov, con el calor aún en sus mejillas, vio cómo la figura del moreno desaparecía por aquella puerta. Suspiró hondamente y comenzó a quitarse la ropa, tal y como Horacio había hecho hacía unos segundos atrás. Sin embargo, él decidió enrollarse la toalla alrededor de la cintura y, una vez bien colocada, dirigirse hasta su habitación.

Cuando llegó, Horacio estaba con su armario abierto de par en par, analizando cada prenda que veía. Se dio cuenta de la presencia del ruso y, obviando que estaba en calzoncillos como si nada pasara, añadió:

—Tenemos que ir de compras, eh.

De repente, vio aquellas camisas florales que el ruso había comprado con anterioridad, su rostro cambió por completo.

—Pero... ¿Y esto? —dijo mientras las sacaba.

Volkov carraspeó y el calor que había abandonado sus mejillas, empezó a notarlo de nuevo.

—Eh... las compré... las compré hace poco, me apetecía algo diferente.

Horacio notó el ligero temblor en su habla y no se convenció demasiado con aquella respuesta.

—Ya... —frunció el ceño— algo diferente.

Volkov, intranquilo ante la situación, se colocó detrás del moreno y le ofreció una camiseta básica, unos joggins que a él le quedaban algo justos y una sudadera ancha.

El arte de olvidarte [volkacio]Where stories live. Discover now