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14 días después

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14 días después.

29 de septiembre de 2011


Salvador se aferró a la mano de Sebastián con fuerza.

En cuanto sintió que la camioneta se detuvo, jaló la mayor cantidad de aire que le fue posible a sus pulmones y contuvo la respiración. El rancho de los Meléndez se encontraba rodeado de militares, de no ocupar Hilario el puesto político que tenía, Salvador habría creído que su idea para sacarlos de ahí era mala; sin embargo, el padre de Sebastián ostentaban el cargo de alcalde del llamado municipio de la muerte y eso le daba privilegios.

A pesar de ello, el general Lozano detuvo la camioneta en cuanto dejó atrás la entrada principal del rancho, los perros que los soldados utilizaban para rastrear personas y droga ladraron, alebrestados. Hilario se detuvo, a través del diminuto orificio por el que les entraba aire, Salvador logró apreciar el reflejo de las linternas de los militares contra los vidrios polarizados de la camioneta. Apretó la mano de Sebastián con mayor ahínco.

Sebastián y Salvador se transportaban en un espacio que iba desde la cajuela hasta los asientos centrales de la camioneta, con ayuda de los hombres de seguridad y mayor confianza de la familia, Denisse abrió y adecuó ese espacio para que sus corpulencias pudiesen pasar desapercibidas. A Salvador le impresionaba la firmeza con la que Sebastián afrontaba el escape del que era su hogar, creyó que sería él quien tendría que darle su apoyo y confianza para que estuviese tranquilo, sin embargo sucedió lo contrario, Salvador era quien estaba nervioso.

Quizá el hecho de ser consciente de que Boris se encontraba en peligro influía en esa ansiedad que sentía correr por sus venas. De igual forma, cuando abandonaron el refugio que los padres de Sebastián construyeron, Salvador logró observar a la distancia a Isabela jugar en la sala de la casa, eso lo trastocó y derrumbó su entereza, quiso ir abrazarla, a darle un beso en la mejilla, decirle lo mucho que la amaba y disculparse con ella por haberla abandonado, por no cuidarla como lo había prometido..., pero tuvo que contenerse, guardó en su memoria la tranquilidad con la que su hermana jugaba y se despidió de ella en silencio. La conversación que mantuvo a solas con Hilario tampoco lo ayudó a estar tranquilo, por ello se obligó a poner en práctica esa técnica de respiración que en el pasado le enseñó a Sebastián.

—Señor alcalde, ¿adónde se dirige? —interrogó el general Lozano.

—Tengo que viajar a la capital del país para resolver algunos pendientes que mi trabajo como presidente municipal exige —respondió Hilario con una serenidad que incluso tranquilizó a Salvador.

—¿Hay algún problema, teniente? —cuestionó Denisse, que iba en el asiento del copiloto.

Los perros ladraron con más vehemencia y Salvador volvió a aferrarse a la mano de Sebastián.

El general Lozano guardó silencio, apuntó con su linterna hacia el interior de la camioneta y estiró el cuello tanto como le fue posible en un intento de vislumbrar algún indicio que le permitiese ordenarle al alcalde y a su hija que bajaran del vehículo para inspeccionarlo, no obstante la camioneta estaba vacía en apariencia y el cargo que el hombre ocupaba le daba blindajes. El teniente apretó los labios e hizo una señal a sus hombres para que le echasen un vistazo a las camionetas del equipo de seguridad que acompañaban a Hilario. En cuanto los elementos negaron el teniente se vio obligado a dar un paso atrás y dejar iluminar el interior con la linterna.

Trilogía Amor y Muerte ll: El Hijo DesgraciadoWhere stories live. Discover now