67. CABEZA FRÍA, MENTE DE ACERO

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Stella Di Lauro

Observo el nombre en la lápida y me sorprendo al sentir pena. Pensé que su muerte me daría mayor regocijo, pero no, solo siento alivio por no tener que volver a verle y lástima por alguien cuya ambición desmedida le llevó a la tumba.

Ni siquiera lo velaron, puesto que no tenía nadie que lo llorara e incluso ahora, el sacerdote y yo somos los únicos asistentes.

«Patético»

Me cuesta cumplir mi promesa y me reprendo por sentir compasión por alguien que liberó mi peor pesadilla, sin embargo, me recuerda que soy humana y que por mucho que me junte con el Diablo, sigo siendo yo.

—Buen viaje al infierno, imbécil.

Me coloco las gafas oscuras y me marcho sin siquiera esperar a la bendición del sacerdote. A ese muerto nadie puede librarle de sus pecados.

Giro las llaves, tomo una profunda respiración y emprendo en camino hacia mi nuevo objetivo.

Bajo del auto con la mayor seguridad que puedo mostrar en estos momentos y al ver lo que busco, finjo mi mejor sonrisa, conteniendo las ganas de vomitar que me provoca su presencia.

—Debes estar muy desesperado cuando actuaste en menos de veinticuatro horas —me tomo la libertad de tutearle para conseguir mayor contundencia.

—En cambio tú te has tomado tu tiempo —replica—. No me digas que has tenido dudas.

—Lo bueno se hace esperar y además, tenía que despedir a mi buen amigo, Dawson. Me extrañó no haberte visto en la despedida antes de partir al otro mundo —añado tratando de mantener la compostura con todas mis fuerzas—. Me alegra saber que esta vez tu puñal no falló.

—Nunca lo hace —aclara, dándome a entender  más de lo que puedo asimilar en estos momentos— y yo ya tuve mi propia despedida con él. Siendo honesto, Leonardo Dawson era un piedra en el camino de ambos. Me hiciste un favor al pedirme quitarlo del medio.

—Yo no te pedí que lo asesinaras —objeto casi al instante.

—No, pero cuando tu cómplice se convierte en tu enemigo, no queda otra opción más que eliminarlo antes de que termine hundiéndote.

—Ahora resulta que actuaste por obligación —arqueo las cejas con escepticismo.

—Me gusta cómo piensas, hermosa Stella —su sonrisa solo aumenta los retorcijones en mi estómago—. No voy a negar que matar a Dawson fue un acto muy... placentero.

«Te tengo, hijo de puta»

—Escupir sobre su tumba también lo fue —señalo en respuesta con desafío.

—Ahora mismo, no sé si sentir envidia de ti, o de Enrico...

Me aguanto del capó del audi y aprieto los puños para no tirármele encima y acabar esta mierda.

«Cabeza fría, mente de acero», repito mi mantra para resistir.

—Te agradecería que no mentaras el nombre de mi novio con tu boca sucia —expreso conteniendo la respiración—. Mejor pasamos a lo que vinimos, ¿no te parece?

—Me parece bien.

Saco el documento para extendérselo. La lectura es rápida, pues no son más de dos hojas y la tensión en mis músculos no desaparece hasta que le veo firmar.

Tomo la pluma entre mis dedos y tras un suspiro, hago lo mismo. Ya está hecho.

»Ha sido un auténtico placer hacer negocios contigo, Stella Di Lauro.

Princesa de AceroDove le storie prendono vita. Scoprilo ora