Capítulo 23

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Viveka salió corriendo de la habitación. De poco le importaba no saber orientarse ni para encontrar la salida, tan solo quería dar con su hermano. 

-¡Vivi!

La voz de Tora a sus espaldas la hizo detenerse. Al girarse, ella tan solo movió su cabeza en una dirección, indicando el camino correcto, y apretó el paso para llegar junto a ella. Tora entrelazó su mano con la de Viveka y, al igual que había hecho antes, tiró de ella por los pasillos.

-¿Sabes dónde es?

-Conozco el castillo -confirmó-, acompañé al jarl en una de sus visitas.

Viveka no hizo más preguntas y se dejó llevar. Tras ellas oía más pasos, quizás los de Eeva o el propio jarl Einar, pero no estaba segura y tampoco quería girarse a comprobarlo. En esos momentos, el único pensamiento que ocupaba su cabeza era su hermano.

Su hermano herido.

Su hermano jarl.

Su hermano muriéndose.

Conforme se acercaban, la zona era un completo caos. Había personas sentadas por el suelo, esperando a ser atendidas mientras se sujetaban el hombro, el codo o cualquiera que fuera su parte afectada. Había sangre manchando las telas, tanto las de las ropas como las de las vendas, y no había herida que fuera pequeña. Tampoco había distinción de edad ni de sexo, tan solo gente que estaba sufriendo, luchando por sobrevivir mientras esperaban, quizás porque alguien había decidido que sus heridas no eran tan graves. Viveka procuró no fijarse en sus rostros, no quería reconocerles.

Casi al final del pasillo, Tora se adentró en una de las habitaciones y llevó a Viveka con ella. La estancia era pequeña, un simple cuarto de curas, pero estaba muy bien equipada. Los muebles de las paredes dejaban ver el equipo y una cama cuyas sábanas tenían ligeras manchas rojizas. Al menos parecía bastante cómoda.

-¡Kalevi!

Viveka casi se lanzó sobre él al verle, pero se detuvo al comprobar su estado. El médico estaba limpiando su abdomen abierto, un corte limpio casi tan largo como un pie. La sangre brotaba, pero las vísceras no asomaban, indicando que no era demasiado profundo.

-¿Vivi?

Al oír su nombre, ella miró a su hermano con los ojos llorosos y él la respondió de la misma forma.

-¿Qué haces aquí, Vivi?

-Los dioses querían que estuviera aquí -eso era lo único que parecía tener sentido dentro de todo ese caos. Quizás querían que pudiera darle un último adiós a su hermano, hablar con Sigurd antes de que la vida que ella conocía se derrumbase.

-Benditos dioses -murmuró él, pero el final de la frase fue ahogado por un grito de dolor.

-Mejor que te mantengas en silencio -le dijo el médico-. Y mejor que no le hagan hablar demasiado -se dirigió al resto-. De todas maneras, tampoco podrían oírle bien.

-¿Hay algo que podamos hacer? -preguntó Viveka.

El médico soltó una risotada.

-¿Sabes algo de medicina, niña?

-Recibí algunas lecciones -afirmó Viveka-. Hace mucho tiempo, pero intentaré ayudar.

La expresión del médico cambió, dejando de lado la burla. Rápidamente le dio algunas indicaciones y ella no dudó en obedecerlas. Tan pronto retiraba gasas empapadas en sangre y colocaba nuevas, como conseguía hilo para la sutura. 

-Lise...

-Kalevi -le cortó Viveka-, no hables, no ahora.

-Pero ella... -la frase se ahogó por un gruñido de dolor-. Necesito saber dónde está.

La jarl de EngerestWhere stories live. Discover now