SOSEN

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SOSEN

Antepasados

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InuYasha seguía con la mirada cada paso que daba Kagome en aquella danza destinada a invitar a las almas de los antepasados a disfrutar de la alegría de este mundo. La observaba efectuar los pasos aprendidos con una hermosa grácil delicadeza que parecía acentuarse en ella cuando la luz del fuego central la enmarcaba. InuYasha inhaló con profundidad, satisfecho de verla feliz después de un día largo que había iniciado tenso y cargado de complejidades emocionales de aquellas que a él le gustaba poco tener que tratar. Sin embargo, la sonrisa que ahora le regalaba Kagome era el mejor pago a cualquier esfuerzo pasado.

—Están felices —mencionó Miroku a su lado, ambos observando el circulo de danza.

Sango bailaba con las niñas, junto a Kagome. El monje a su lado sostenía al más pequeño de sus hijos en brazos, meciéndolo al ritmo de la música de los taikos.

—Lo están —aceptó InuYasha.

Kagome lo miró, esta vez de frente y sus ojos castaños, iluminados por la hoguera, se perdieron tras ésta cuando el baile la llevo hasta el otro lado. En ese momento el comenzó a hacer un repaso de los eventos que lo habían traído hasta aquí.

Recordaba haber empezado a experimentar algo a lo que Kagome llamaba ansiedad. Él simplemente lo definía como cansancio previo. Ella, su compañera, despertó muy temprano ese día y comenzó a hablar en cuánto despertó. InuYasha, aunque era de poco dormir, prefería desayunar antes de entablar una conversación fluida y trascendental; sin embargo Kagome la comenzaba en cuanto abría los ojos y en ocasiones ni siquiera esperaba a aquello. Los únicos momentos en los que él conseguía que la mente de su compañera se calmara por las mañanas era cuando la despertaba con caricias y luego le hacía el amor; a veces con calma trascendental y en otras ocasiones con furibunda pasión.

Hoy no había tenido ni lo uno, ni lo otro.

Se habían levantado cuando el sol apenas dejaba ver una línea anaranjada en el horizonte. InuYasha acompañó a Kagome hasta el contenedor de agua que tenían tras la cabaña y la ayudó a llevar un cubo hasta la puerta de la cabaña para comenzar a limpiar.

—¿Por qué empezamos así de temprano? —quiso saber, mientras se quitaba el kosode y se sostenía las mangas del hitoe.

—Hoy es el Obon ¿Recuerdas? —mencionó.

Sí, lo recordaba de todas las veces que se lo había dicho en los últimos días y de las preparaciones que se llevaban a cabo en el pueblo, además del sonido del taiko mientras el hijo del carpintero practicaba el golpeteo característico de la aldea.

—¿Por qué no te gusta el festival? —interrogó Kagome, al ver que no obtenía respuesta. En tanto comenzaba a subir a una banqueta para llegar a una esquina en el tejado de la cabaña.

—No hagas eso, déjame a mí —la tomó con ambas manos por la cintura y Kagome estuvo con ambos pies en el suelo antes de alcanzar a razonar lo que había pasado.

InuYasha la miró mientras tomaba de su mano la escoba pequeña de paja que usaban para limpiar los rincones, dispuesto a ponerse a la labor.

—No es que no me guste, es que no lo entiendo ¿Por qué estamos limpiando de madrugada? —preguntó, intentando mostrar a su compañera que para él hoy era un día como cualquier otro— Aún no desayunamos.

Kagome sonrió.

—Desayunaremos pronto —puso ambas manos sobre los brazos de él, un poco por debajo de los hombros, y lo guio para que se girara—. Termina con los rincones, yo repaso el suelo.

Ēteru-AntologíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora