La llamada

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Por un instante no supe que hacer, mi mente se puso en blanco y mis sentidos se entumecieron incapaces de recordar el fuego en el me envolvía unos instantes atrás. En un momento de lucidez me deje llevar por la inocencia de un amante apaciguado, pero listo para cumplir a cabalidad el rol de amante.

Me di vuelta y la envolví con mi cuerpo, sentirla tan cerca termino por enloquecer mis sentidos, pude ser participe de su calor combinado con el mío, pude extasiarme con nuestros aromas fusionados, pude verla totalmente desnuda entregándome ese intimo momento previo a dejar que el deseo nos invada. Esa piel mestiza y llena de lunares, que nunca me hizo falta verla para encender en mi, la llama de la pasión.

Yo me sentía el hombre más feliz del mundo, pronto mi deseo se transformó en caricias, suaves y sumisas antes sus encantos. Mis manos la sentían frágil, la sentía pura y sensible, como se regocijaba con el roce de mi piel en la suya. Continúe las caricias, olí su cabello, algunos suspiros cautivantes se escapaban al ambiente. Le pedí con mi voz ronca que me mirara, ella no lo sabía, pero su mirada dulce y coqueta, inocente y tierna, siempre me envolvía en su mundo donde todo era perfecto, donde todo es felicidad. En ese, nuestro momento no hizo falta hablar, aunque tampoco hubiera podido descifrar lo que pasaba por su cabeza. La convencí de que se diera vuelta, la abracé un buen rato sin decir nada, sin siquiera permitirme seguir oliendo su ser. Me pidió disculpas en un impulso tierno, confesando que estaba muy nerviosa, sonreí un poco aliviado, por un momento pensé que se sentía presionada, ofuscada por mi edad o por mi basta experiencia.

Las palabras empezaron a fluir como en la primera cita, dejando de lado los nervios y la ropa. Nos permitimos dejarnos llevar por la emoción de la compatibilidad, dejando que nuestros cuerpos se unan. Yo vibraba, estaba en una nube de placer, cautivado por completo por sus gemidos y mi insaciable sed de complacerla, que crecía cuando notaba que ella lo estaba disfrutando, tanto o mas que yo. Fue simplemente perfecto, oírla disfrutar aumentaba mi virilidad y me causaba placer, sentir todo su ser a ese punto logró despertar un lado en mí que creí había muerto. Era increíble como nuestros cuerpos se sincronizaron en un baile que parecía haber sido ensayado por años, jamás me imagine que ella lograría superar todas mis expectativas, esa noche fui el hombre más feliz del mundo y sentía que la hice feliz también.

No podía dejar de verla descansar, me tenía hipnotizado con su paz, estaba seguro que podía acostumbrarme sin problema a esa calma y sin duda podría acostumbrarme a su caos, si lo tuviera. No quería que la noche termine, al llegar las 10pm su teléfono no paraba de sonar indicando que deberíamos irnos, dejar el mundo fantasiosos, nuestro mundo fantasioso. Resignado a tener que salir de la habitación la abracé un rato más, intentando prolongar nuestro momento juntos.

Margarita había vuelto mi realidad hermosa, no podía con tanta felicidad, quería estar con ella todo el tiempo, al dejarla en su casa sentí tristeza, de verdad no quería separarme de ella, esa noche sentí la soledad en mi cama y deseaba con todas mis fuerzas tenerla entre mis brazos de nuevo, solo quería que nuestro encuentro se repita varias veces por qué no creía que pudiera cansarme de su compañía, de su piel o de sus suspiros.

Mi cabeza volvió a recordarla una y otra vez, desnuda bailando ante mi con los ojos cerrados y el cabello revuelto. En eso, otros recuerdos se atravesaron. Lo intentaba, intentaba no pensar en ambas, pero me resultaba muy difícil. Recordé mi primera vez con Lucía, ella era igual de dulce y tierna, pero más segura, también fue inolvidable, después de tantos años aun lo seguía recordando, pensaba que sería eterno, por alguna razón después de casarnos todo cambio, la magia que nos caracterizaba, la pasión desenfrenada que sentía al verla solo se fue apagando, o quizás ¿La apague yo y mi falta de atención? Pueden ser muchos los causantes de nuestro fracaso, no terminaba de entender cómo se perdió la magia a tal punto de ni siquiera necesitar tenerla a lado mío, no recuerdo cuantas veces discutimos y termine por dormir solo para no seguir escuchando sus reclamos, ¿Por qué se transformó? ¿O fui yo el que cambio? Ya no pude con sus reglas y exigencias. Ni ella con mi terquedad y mis largos silencios que Lucia asumía eran reclamos ahogados, enterrados en lo mas profundo de mi piel.

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