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Hades

Mi madre llevaba fallecida ya una semana cuando pisé por primera vez aquella gran mansión.

Si me preguntaban a mí, llevaba medianamente bien que mamá había muerto. No la veía desde hace más de un año. Estaba siempre de viaje, trabajando, comprando caprichos...

Lo que sea menos estar con nosotros, Joel y yo.

Se perdió nuestro cumpleaños y todos los días especiales de aquel año. Estaba acostumbrado a estar sin ella.

Estaba enfadado. Pero no lo quería admitir. Simplemente fingiría que no me importaba.

Sofía, la dueña de aquella gran mansión y mejor amiga de mi madre, nos presentó amablemente nuestro nuevo hogar, y donde nos tocaba vivir, al menos, un añito.

Ya conocía a esa familia. A Sofía, a Ricardo y a sus cinco molestos hijos.

Todos los veranos desde que tenía uso de razón íbamos a una casa de campo que tenían a medias pagada mi madre y Sofía, allí pasabamos los tres meses de vacaciones.

Lo único, que hacía más de seis años que no volvimos a pisar aquella casa, por lo que no sabía nada de ellos.

Mi madre sí que estaba actualizada de todo lo que pasaba con aquella familia, pero tanto yo como mi hermano no queríamos saber nada de ellos.

Todos eran odiosos.

Me tumbé en mi nueva cama después de que Sofía me enseñase la habitación y desapareciese por la puerta.

Solté un suspiro, para colmo, tenía que compartir baño con la niña más pesada del planeta.

Evelyn.

Salí de mi nuevo cuarto poco después, no había mucho que ojear allí, era una habitación vacía blanca.

Me adentré en la habitación de Evelyn. Olía a lavanda y vainilla.

Menuda casa de pijitos.

Me fijé en su escritorio, había dos fotografías enmarcadas, las dos eran antiguas, una era del último verano que pasamos todos juntos hace seis años. Ella estaba a mi lado, tenía una sonrisa de oreja a oreja dejando mostrar sus horribles dientes mientras me abrazaba. Sus cejas se escondían en su horrible flequillo negro, yo, en cambio, tenía el ceño fruncido e intentando quitarme a Evelyn de encima. Era extremadamente intensa con todo.

La otra foto era incluso más antigua que la anterior, eran ella y su mellizo Hugo. Evelyn estaba dándole un beso en la mejilla a él mientras que Hugo posaba haciendo morritos, suponía que en esa foto no tenían más de siete años.

A lo largo de su escritorio, tenía tonterías innecesarias ocupando espacio. Había un muñeco de nieve de plástico, un llavero de la Torre Eiffel, un colgante con una estrella, una pulsera con una tabla de surf en miniatura, una carta con corazones dibujados y pequeñas notas de papel diciendo "Te quiero" o "Vas muy guapa hoy", entre muchas otras con gilipolleces por el estilo.

Cosas demasiadas cursis y absurdas para una chica de diecisiete años. Aunque los años pasasen, estaba seguro que lo de niña pesada, intensa e inmadura, iba a seguir como siempre.

Me piré de aquella habitación sin ni siquiera entrar al baño. La puerta estaba cerrada y se escuchaba la ducha, lo que suponía que iba a estar ocupado por mucho tiempo.

***

Al rededor de las diez de la noche, llamaron a mi puerta, murmuré un leve pasa. No tenía ni idea de quién pudiera ser, y no tenía ni pizca de ganas de encontrarme a mi hermano, o a los hermanos Bianco detrás de la puerta.

Permíteme Este BaileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora