¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Michael no era un hombre de muchas palabras o cualquiera. En los últimos seis meses que habían pasado juntos, viviendo dentro de la carcasa quemada de su antigua casa, en realidad no podía recordarlo murmurando ni un "ay" cuando se golpeaba el dedo del pie.
Eso no significaba que te unieras a él en el mutismo. No eras la persona más habladora del mundo, pero había momentos en los que no podías soportar el silencio.
Te cantarías a ti misma cuando prepararas sándwiches, siempre asegurándote de lavar el cuchillo antes de usarlo para untar los condimentos. En verdad, Michael no era la persona más limpia del mundo y, a veces, simplemente lo clavaba de nuevo en el bloque de cuchillos.
Estabas cortando un poco de carne de las sobras la noche anterior cuando el cuchillo se resbaló y atravesó la carne de tu pulgar: un corte limpio, pero doloroso.
"Joder", dijiste, llevándolo a tu boca, lamiendo la sangre. "Eso realmente dolió".
Oh dios, entonces podrías sentirlo más de lo que podrías sentir el dolor.
La forma en que te miraba a través de los agujeros para los ojos de la máscara. Tan fuerte, tan intensamente. "Lo siento", dijiste , dejando el cuchillo en el mostrador y te diste la vuelta para mirarlo. "Sé que odias-"
Un gruñido. Odiaba cuando lamentabas. La gente a lo largo de su vida siempre había maldecido. Los novios de su madre. Los novios de su hermana. Los otros reclusos en el manicomio.
"Lo siento", dijiste, mirando al suelo.
Otro gruñido, y luego se dio la vuelta para volver a su trabajo, lo más parecido al perdón que podría obtener.
