Yo te cuido

Amaba sus días de trabajo en la hacienda Meraki, disfrutaba de lo que hacía, era su vocación. Se pasaba todo el día entre caballos, vaqueros y sus labores administrativas, dándolo todo, junto a su esposo, para que su nuevo bebé fuese excepcional. Tenían tan solo un mes viviendo allí, brindando amor a su nuevo hogar, pero para ella era como si siempre lo hubiese estado, esas tierras ya se sentían parte de ella. Allí quedarían sus raíces, allí crearía una familia con el amor de su vida, allí vería los años pasando al lado a él. En aquellos instantes su futuro estaba claro, era muy dichosa y nada la podría hacer más feliz.

Tras un día productivo, se montó en su caballo predilecto, preparada para un largo recorrido. Las cabalgatas con sus hermanas eran uno de sus pasatiempos favoritos. La mujer de ojos marrones, cabellera castaña y presencia imponente siempre encontraba tiempo para dedicar a sus seres queridos. Los paseos, por los terrenos de todas sus tierras, era algo muy habitual en el trío Elizondo. Luego de una jornada de trabajo en su propia hacienda, ella se había dado el tiempo de despejarse con los cuentos de Norma acerca de las nuevas travesuras de su ahijado Juan David. El pequeñín ya tenía dos años y estaba más curioso que nunca. Jimena también tuvo mucho que contar: acababa de recibir una propuesta de modelaje para una marca muy reconocida, aunque ella y Óscar tenían pensado crear su propia marca, aquello era un gran prestigio, un honor que no se podía dar el lujo de rechazar. Al final, le sería de gran ayuda para crear una imagen internacional.

Al regresar, Sara notó que el auto de su esposo estaba estacionado en su lugar. Había regresado temprano de las oficinas que quedaban en el pueblo, eso la extraño, Franco solo visitaba las oficinas dos veces por semana y esos días se quedaba hasta pasado el atardecer. Ella misma ya no las frecuentaba como solía hacerlo un mes atrás, como tenían el alma y el corazón puestos en la hacienda, se habían permitido delegar el trabajo en las empresas. Contaban con un equipo impecable que los apoyaban con lealtad, dándoles la oportunidad de apartarse un poco sin sentir que estaban descuidando los negocios.

Cuando Sara entró a su casa miró a todos lados. Era fácil enterarse de casi todo con tan solo un vistazo, el concepto de espacio abierto que habían elegido les daba esa ventaja. Pero no vio a quien buscaba así que supuso que estaba en su estudio.

"Quintina," llamó a la mujer que estaba de espaldas a ella, haciendo algo en la cocina. "¿Qué estás cocinando? Huele muy bien," se sentó en una de las sillas detrás de la barra para desayunar. 

Se exaltó un poco al escuchar que le hablaban "Señora Sarita, no la escuche entrar," se dió la media vuelta con una cuchara de madera en mano. "Es un cocido para la cena, espere que lo pruebe. Se van a chupar los dedos, se lo aseguro," alzó los dedos de su mano libre para simular un beso de cocinero.

Ella rió antes de hablar, "no me cabe la menor duda. Si sabe como huele no dejaré nada en el plato." Quintina era una gran cocinera.

"¿Cómo le fue con sus hermanas?" Le pregunto mientras volvía a mover los contenidos de la olla que tenía en la estufa.  

"De maravilla. Hablamos de todo un poco y el tiempo se nos volvió nada. Norma contó que ahora Juan David rehúsa a que le den de comer, quiere comer todo él solito o mejor no come nada," le comentó.

"Ahh me hace falta ese hombrecito. Tengo solo una semana sin verlo pero me parece una eternidad."

"No te preocupes, este fin de semana estarán todos por aquí. Hemos quedado en eso, al parecer les hace falta tu comida."

"¡Esa es una gran noticia! Desde ya voy a comenzar a planificar lo que voy a cocinar, si tiene algo en específico que quiera que prepare me avisa."

"Uy... ¿Recuerda ese pastel de piña que hizo para el cumpleaños de Franco? Estaba delicioso, hasta me había soñado que lo volvería a comer. Tenemos que hacerlo..." Se le hizo agua la boca de tan solo pensar en el pastel.