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¡Ya estaba yendo para casa! Eso significaba que dentro de nada Katsuki se iría de la plaza donde caminaba. El pánico le rodeó el pecho con fuerza, pensando en que debía apurarse en salir para no cruzarse con su pareja, llegar antes a su hogar y que no se entere que le mintió.

Oh, mierda. Oh, mierda. Oh, mierda.

Tranquilo, Eijiro, solo respira. Se dijo, estás bien escondido, no te va a ver.

Cuando estiró su cabeza para pasar sus ojos de manera furtiva y cerciorarse que Bakugo seguía en algún lugar cercano, notó la cabellera rubia caminar en su dirección, ¡en su maldita dirección!

Rápidamente bajó la cabeza, metiéndose tras una columna de camisas que estaban colgadas con perchas.

Las manos le picaban, sentía una sensación de peligro aplastarle el pecho, de esas que te dicen —más bien, gritan— que pronto sería descubierto, similar al vértigo. Y el incesante sudor que seguía bajando por su cuello. Antes de que el pánico escalara a un nivel mayor, una mujer algo jovencita —la compañera de la chica que le atendió en la tienda, de hecho— se plantó frente a él.

—Disculpe señor, pero está prohibido entrar al locar con gorra y capucha —le dijo en un tono amable.

Kirishima asintió, aún agachado detrás de la ropa, y se quitó las prendas como le había indicado.

Es verdad, antes no me habían dicho nada porque me las había quitado cuando entré. Supongo que el temor me hizo olvidarme de hacerlo cuando volví para esconderme.

Una vez retirada la gorra, su cabello rojo saltó sin remedio en todas direcciones, revelando su pequeña cicatriz oculta y su rostro al completo.

La mujer ahogó una exclamación de sorpresa.

—¡Usted es...!

Kirishima hizo un gesto con el dedo para que guardara silencio, a lo que la chica entendió enseguida y asintió sin emitir palabra.

—Perdón —poco después se disculpó con sinceridad, agachando un poco la cabeza. Luego alzó la vista con curiosidad en dirección de la plaza —. ¿Está en una misión encubierto?

Kirishima dudó —. Si... algo así.

Ella asintió de nuevo. Luego escuchó una voz provenir de su teléfono.

—Hey, imbécil, ¿sigues ahí?

Maldición, había olvidado que seguía en llamada. Le pidió un segundo a la chica antes de llevarse rápidamente el aparato al oído de nuevo.

—Lo siento, había surgido algo que tenía que atender y me olvidé del celular en la mesa. Sabes lo tonto que soy —soltó una risa bastante torpe y apartó la mirada, apretando los dientes en una mueca nerviosa.

—Kirishima, ¿no hay algo que me quieras decir? —interrogó.

Oh, oh.

Había usado su apellido, esa era una  clara alerta roja.

De peligro.

Un cartel grande, muy grande.

Incluso podía apostar a que estaba arqueando una ceja, con esa expresión tan propia de "¿Enserio estás bien?" o "¿Te fumaste algo? Porque esta no te la creo" o alguna bastante parecida.

—No, no. No pasa nada, estoy bien. Perfectamente bien —farfulló. Se estampó la palma contra el rostro de manera interna por lo apresurado que había dicho las cosas a causa de la inquietud —. Bueno, te estaré esperando en casa. Adiós, te amo.

¡Me olvidé, lo juro! » KiribakuWhere stories live. Discover now