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—Pretendiendo—
La luz de la luna brillaba en el cielo, iluminando el momento en que Emilio y Joaquín entrelazaban sus manos. Emilio tenía miedo de que después de lo que tenía por decirle, Joaquín lo rechazara. Pero ya no podía seguir más con esa mentira, cada segundo que pasaba empeoraba más las cosas.
No podía dejar de observar el rostro de Joaquín: su mirada inocente y esos labios delgados que tanto soñó con besar. Esa noche lo había logrado. Pero, al igual que en los cuentos de hadas, la fantasía a veces debía llegar a su fin.—¿Qué era lo que querías decirme? —preguntó Joaquín ante el silencio de su acompañante.
—No sé por dónde empezar... — Emilio suspiró, aterrado. Su corazón se aceleró.
—Solo dilo —lo incitó Joaquín con una sonrisa que hacía sus hoyuelos más visibles.
Emilio se armó de valor.
—No soy Sebastian.
—¿Qué? —preguntó Joaquín, confundido—. ¿Por qué dices eso? —Luego, al ver que la persona que estaba con él no le respondía, se levantó, dio un paso atrás y preguntó—: ¿Quién eres?
Emilio suspiró, comprendiendo el temor que debía estar sintiendo Joaquín en ese momento.
—Soy su hermano, Emilio... —reveló. La expresión en el rostro de Joaquín cambió, parecía que algo se había roto en él. Emilio sintió pena. Deseaba poder cambiar el pasado...
—¿Desde cuándo...? —empezó a preguntar Joaquín, pero no pudo terminar la pregunta. Su voz se quebró. Mordió su labio evitando llorar.
Emilio se sintió como el ser más miserable de la tierra, había decepcionado a la persona que más le importaba.
—Lo siento —se disculpó. No sabía qué más decir.
—Fue una broma, ¿verdad? —preguntó Joaquín. No podía haber otra razón para que alguien fuera tan cruel. Emilio guardó silencio—. No puedo creer que no haya sido más que una simple broma para ti...
—Eso no es verdad, tú me gustas...
—No quiero escucharte más, ni si quiera sé quién eres...
Joaquín sacó su bastón, que siempre cargaba con él, y salió de ahí. Al verlo marchar, Emilio trató de seguirlo. Pero las ganas de llorar fueron más fuertes. Así que se detuvo dónde estaba para sacar todo el dolor de su corazón sin que nadie más lo viera.
Joaquín buscó a Rosa en el baile sin encontrarla, todo indicaba que se había ido sin él. Como no tenía la forma de comunicarse con nadie para que lo recogiera, supo que no tenía más opción que volver a casa por sí mismo.
Mientras caminaba, el frío típico de esa época del año, caló sus huesos. No podía dejar de temblar. Pero no importaba. Sufría por culpa de ese hombre que fingió ser otra persona para burlarse de él. Maldijo el momento en que lo dejó entrar en su vida y luego en su corazón. Lo odiaba por jugar con él, pero también se odiaba a sí mismo por no darse cuenta antes. Si tan solo pudiera ver, no habría sido un blanco tan fácil.
Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas.5
Su bastón tocó con una pared. Le pareció extraño. No se suponía que debía haber una pared ahí. Se dio cuenta que se había distraído y tomado un camino equivocado.
No tenía ni la menor idea de dónde se encontraba en ese momento y tampoco tenía la forma de pedir ayuda. Estaba solo.
Pronto sintió como algunas gotas de lluvia cayeron sobre su piel. Fueron aumentando hasta volverse un torrencial. No podía creer su mala suerte. Ese tenía que ser uno de los peores días de su vida.
Un auto se detuvo cerca de él.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó un hombre desde el interior.
—¿Podría decirme cómo llegar a la calle Álamo? —pidió Joaquín.
—No conozco ese lugar, chico —dijo el hombre. Luego añadió—. ¿Estás perdido? Puedo ayudarte a buscar tu casa... Ven, sube para que no te mojes.
Joaquín dudó en entrar al auto del extraño. No sabía quién era ni cuáles eran sus intenciones. Pero realmente necesitaba ayuda y no tenía más opciones.
—¿Tienes un número al cual llamar? —preguntó el desconocido cuando Joaquín se sentó en el asiento del copiloto.
Joaquín le dio el número de su mamá y escuchó cómo el hombre lo digitaba en su móvil. El teléfono sonó varias veces sin que nadie lo contestara.
—Podrías venir a mi casa...—propuso el hombre—. Podemos tratar de contactar a tus padres allá.
A Joaquín no le gustaba la idea. Tal vez solo tenía que ubicarse para poder continuar con su camino.
—¿Qué calle es esta? —preguntó Joaquín aferrándose a su última opción.
—Avenida Romero.
Joaquín suspiró hondo. Ni siquiera sabía dónde era ese lugar. No tenía más opción que ir con el hombre por más de que no lo deseaba.
Poco después, llegaron a su destino. Joaquín tenía mucho miedo por todo lo que estaba sucediendo, tanto que ya había dejado de pensar en Sebastian... o Emilio.
—¿Quieres comer algo? —ofreció el hombre. Joaquín se negó—. Al menos deberías bañarte, estás todo mojado. Yo pondré tu ropa a secar.
Muy a su pesar, Joaquín aceptó. No quería enfermarse.
El hombre aprovechó que Joaquín se estaba bañando para hacer una llamada.
—Joshua, ya tengo al ciego. ¿Qué quieres que haga con él? —preguntó al padre de Emilio.
—Lo que quieras, no me importa —respondió—. Solo deshazte de él.
—Eso te costará extra.
—Sí, sí, como quieras.
Al terminar de ducharse, Joaquín descubrió que no había ninguna toalla. Tampoco encontró su ropa por ningún lado. Llamó a su anfitrión para pedirle ayuda.
—Tengo una toalla extra en mi habitación —gritó el hombre desde algún lugar de la casa—, pero estoy ocupado. Tendrás que salir por ella.
Joaquín maldijo por lo bajo. Nada en ese día estaba saliendo como esperaba. Salió del baño, avergonzado, palpando las paredes con las manos. No podía ubicarse bien en ese lugar desconocido. Habría deseado, al menos, tener su bastón a la mano.
Encontró una puerta y la abrió, con la esperanza de encontrar ahí algo con lo que cubrirse. Agradeció que así fuera. Tomó lo que pensó que sería la toalla y se la acomodó alrededor de la cintura. Ahora ya no se sentía tan expuesto.
Quería llamar de nuevo a casa para poder irse de ahí y terminar con ese día de pesadilla.—Aún no has dicho cómo vas a pagar mi hospitalidad —escuchó que el hombre decía detrás de él, con una voz tan melosa que parecía un ronroneo.
Una mano lo tomó y lo apretó fuertemente. Joaquín pudo sentir la barriga prominente del hombre contra su espalda. Estaba aterrorizado, no sabía qué hacer. Nunca antes había estado en una situación similar. Se preguntó si alguien podría escuchar sus gritos.
El hombre bajó su mano hasta tocar sus glúteos.
—Suélteme —pidió Joaquín. Pero el hombre lo tomó del rostro y lo beso. Joaquín ahogó unas enormes ganas de vomitar ante el hedor que desprendía su boca. El hombre quitó la toalla de su cintura y lo arrojó contra la cama. Se acercó para sostenerle la boca abierta. Joaquín escuchó cómo se bajaba el cierre del pantalón.
De pronto, la puerta se abrió.
—¡Aléjate de él, maldito! —gritó una voz familiar.
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Un beso en la naricita ❤️

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Amor a ciegas [✔] © [Adaptación]
RomanceAmor a ciegas En la vida hay muchas formas de ver el mundo, una de ellas es a través del amor. Ese sentimiento que se mueve de forma misteriosa entre las personas, juntándolas gracias a la atracción mutua. Ése que es a primera vista. ¿Pero qué pasa...