Capitulo 1

1.9K 93 6
                                    

Hace muchos años fui feliz porque la tenía a ella, que estaba llena de vida y de luz. Nos conocimos siendo niños y mientras crecíamos nuestro amor también lo hacía. Sabíamos que estábamos destinados, que éramos almas gemelas, no había nadie como ella. Tenía un hermoso cabello rizado de color rojizo, piel del color de la porcelana y maravillosos ojos azules.

Cuando llegó a la edad apropiada, pedí su mano en matrimonio; nuestras familias nos apoyaron, habían esperado ese momento tanto como nosotros y nos acompañaron en nuestra felicidad. Mi regalo de compromiso para ella fue un camafeo en forma de corazón y una mariposa con una sola palabra inscrita dentro: Eternidad.

Mi amor por ella era tan profundo que nunca pude fijarme en otra mujer, ni siquiera en afamadas bellezas como la Señorita Cowper, quien se rumoraba venía de otra ciudad y todos habían quedado encantados con ella. La traté en diversas ocasiones con la cordialidad que merecía, pero solo eso, mi corazón ya estaba ocupado.

El día que por fin nos casamos, tuvimos una boda maravillosa y nuestra vida juntos al iniciar nuestro matrimonio no podía ser mejor. Soñábamos con tener nuestra propia familia y, mientras eso sucedía, disfrutábamos nuestro tiempo a solas, una intimidad y afinidad que pocos tienen el privilegio de experimentar. Pero un día, repentinamente todo cambió.

Ella enfermó y a deteriorarse poco a poco, ningún médico supo decir con exactitud que tenía, solo sabían que se estaba consumiendo lentamente. Ella trataba de no demostrar lo mal que se sentía, me sonreía y bromeaba, pero las ojeras y la palidez de su piel mostraban lo enferma que se encontraba. Hice lo que pude, llevé ante ella a cada médico que encontré e incluso a una vieja bruja conocida por todo el mundo.

- Su sangre está envenenada, ya no puedo hacer nada. -me dijo -No resistirá mucho.

Fue como si se hubiera pronunciado una condena, porque días después, conmigo a su lado sosteniendo su mano, su corazón dejo de latir y la vida abandonó su cuerpo con un último suspiro, llevándose la mía con ella. El dolor de perderla fue insoportable, me encerré en mí mismo, no permití que nadie me viera; el alcohol fue mi único compañero, me anestesiaba y me apartaba de mi amarga realidad.

Una noche, totalmente borracho, salí a caminar por el jardín del que era nuestro hogar. Caminaba sin rumbo fijo, tarareando la tonada de nuestro vals, las lágrimas corrían por mis mejillas, susurraba su nombre al cielo, maldiciendo mi suerte por haberla perdido. En mi estado, jamás vi lo que me acechaba; una sombra que me seguía de cerca, esperando el momento oportuno.

Llegué a la orilla de un claro, me detuve a ver el cielo y maldije al Dios que me había arrebatado al amor de mi vida, lloré, grité hasta que no pude más. Al paso de algunas horas y un poco más sobrio, mientras caminaba de regreso, la oscuridad me traicionó y me encontré cayendo sin parar por una zanja, donde quedé inconsciente. Tirado en medio de la noche con el dolor de lo que parecían huesos rotos, agradecí tener la oportunidad de reunirme con ella, en ese momento la muerte era lo mejor que podría pasarme.

De pronto, aquello que me seguía salió de la oscuridad como un animal al acecho en busca de su presa, cubierto por las sombras de la noche. Recuerdo que se acercó y en mi delirio pensé que era alguna criatura salvaje; pero una sombra humana me cubrió de la luz de la luna, se agachó junto a mi cuerpo herido, traté de decirle algo, pero las palabras no me salían, y después sentí sus manos, frías como el mármol tocando mi rostro.

-Estarás bien- susurró- Yo te voy a cuidar.

Y de pronto sentí un dolor punzante en el cuello, como si me hubieran clavado un cuchillo, y una sensación de calor ardiente recorrió mis venas, le rogué que parara, pero ni se inmutó.

-Pronto terminará- murmuró en mi oído.

Empecé a escuchar voces a lo lejos y pasos que se acercaban, la sombra volvió a acariciar mi mejilla y se fue. Al poco rato me encontraron, las personas me cargaron y llevaron de regreso a mi casa, me metieron a la cama y mandaron a traer al médico. El dolor que recorría mi cuerpo era demasiado intenso, nada lo detenía, era como si una fiebre dolorosa retorciera cada uno de mis músculos, como lava hirviendo recorriendo mi interior.

EternidadOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz