Epílogo

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Era el primer día de secundaria de Nina y la chica podría haber ido en el autobús de la ruta, como todos los demás alumnos, pero había preferido gozar de un tranquilo paseo hasta allí. Después de todo, unos once años de vida aún no le habían sido suficientes para hacerse a la idea de que había vuelto a nacer.

Que sus padres no eran demonios.

Que ahora tenía un cuerpo.

Recordaba perfectamente lo que había pasado en su anterior existencia como Spectra y se dijo a sí misma que no debía olvidarlo, y menos en aquel día, pues iba a comenzar aquella etapa tan definitoria en su vida.

Ahora sabía a qué gente evitar, sabía que era posible que alguien encontrara un defecto en ella y siguiera insultándola, pero aún así, estaba preparada. Muchas cosas habían cambiado.

Pateó una piedra con un rastro de tristeza en su sonrisa.

Una parte de ella echaba de menos esos poderes que le permitían desaparecer, levitar y darles su merecido a los matones. Había perdido toda conexión con el mundo espiritual en el momento en el que regresó al vientre de su madre y sus células, multiplicándose en un proceso normal, dieron lugar a piel y órganos reales. Su cuerpo astral estaba dentro, como el de todo hijo de vecino.

Los cuentos de fantasmas eran solo eso, cuentos.

Y todo gracias a que sus padres, que esta vez eran conocedores de lo que pasaría, se escaparon de la caravana antes de que Laughing Karl sacara el tablero de la ouija. Regresaron a sus casas, Nina nació, y luego se casaron y buscaron trabajos aquí y allá para salir adelante. Sus familias, que se oponían a todo al principio, se rindieron ante los ojos brillantes de la niña y su cálida sonrisa, y también pusieron todos sus empeños y ayudas en criarla.

Sin embargo solo los señores Haze y Nina sabían la verdad de aquel punto de inflexión en el destino, era una historia muy complicada que explicar a los demás.

¿Quién iba a creérselo?

Pensando en todo aquello siguió avanzando por el patio y suspirando subió las escaleras de mármol del instituto.

—Es más grande de lo que recordaba...

Iba a entrar, pero entonces se dio cuenta de que había alguien sentado solo en el alféizar de una de las ventanas casi a ras del suelo. Era un chico de su edad, de piernas largas que acababan de pegar el estirón, pero lo que más llamaba la atención de él era su tremenda mata de pelo negra y sus ojos azules.

El corazón de Nina dio un salto y se apartó de la puerta por mirarle.

Es muy probable que él no te recuerde, cariño, solo estuvo por unos minutos en el otro plano. No te sientas mal por ello... piensa que siempre puedes empezar de cero, le había dicho su madre.

La chica parpadeó bajando la vista un momento a la vez que sonreía y se le coloreaban las mejillas. Era cierto que habían cambiado muchas cosas, pero otras tantas habían sucedido tal y como las recordaba. Cuando era Spectra la primera vez que había visto al chico era exactamente esta, aunque no empezaron a hablar hasta más tarde.

No podía esperar tantas horas, esos años sin él habían sido insoportables.

Se aferró a la idea de que ya se amaban en la otra vida y con ese anhelo, se acercó a Darien aunque ostentaba ese mismo escudo de paso de todo tan típico de él.

El muchacho levantó la vista al verla y Nina no notó en él ningún rastro de reconocimiento ni emoción. Pero tampoco parecía estar tan molesto como lo había estado la primera-primera vez que se habían conocido. En aquel taller... aún mantenía en su memoria el olor a madera, el tacto del serrín, y la voz del chico con una acidez que escondía gran dulzura.

Nina sonrió.

—Hola, ¿estás solo?

El chico tardó unos segundos en responder, observando bien los ojos de la niña intentando encontrar algún rastro de malicia. Luego asintió. Vio entonces Nina que tenía manchas de barro por todo el pantalón. Sacó un paquete de toallitas húmedas de su mochila y se lo ofreció.

—Los hay muy idiotas, no te preocupes, ya se cansarán si les ignoras. ¿Cómo te llamas?

—Darien.

—Yo soy Nina, creo que vamos al mismo curso, encantada.

El chico cogió el paquete que ella le ofrecía y luego volvió a mirarla.

Y sonrió. Sonrió como si supiera algo que los demás no podrían nunca llegar a comprender. Ahí estaba, esa curvita tan socarrona.

—Gracias, lo mismo digo, Nin, no estaba seguro de si eras tú, ahora tienes más consistencia. Es bonito volver a conocer a tu futura novia, lo estaba esperando.

La chica se quedó boquiabierta, y luego los dos se miraron y se echaron a reír. Darien bajó de un salto del alféizar y cogió la mano de Nina con decisión.

—Vamos, no lleguemos tarde.

—Sí.

Su mano... el tacto real de su mano era incluso más sublime que el que había podido percibir cuando no tenía cuerpo. Ahora a los once años era tan inocente y tierno que la chica pensó que podría derretirse ahí mismo y abrazarle, sentir esas mejillas aún redonditas con las suyas.

Y lo más increíble era que bajo toda esa materia latía su alma gemela.

Pensaba reencontrarse con ella en todas sus vidas, aunque ella misma tuviera que caminar por encima de todos sus cadáveres.



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¡Muchísimas gracias a todos por haber leído Spectra! Espero que hayáis disfrutado de ella y haya logrado sorprenderos el final. Darien y Nina son dos de mis personajes más queridos y poder compartirlos con el mundo me hace muy feliz. 

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De nuevo, mil gracias, ¡hasta la próxima!

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