La coronación de un nuevo rey

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¿Alguna vez has escuchado hablar sobre las leyendas del Rey Arturo y sus caballeros?

Sería una verdadera pena que no conocieras sus hazañas, sus aventuras increíbles o las historias de amor que vivieron... Hay todavía una infinidad de secretos por descubrir entre esos mitos, y mi madre, desde que tengo recuerdo, ha querido que yo los buscara por mi cuenta.

Cada mañana, mientras caminábamos hacia el colegio, su voz narraba un nuevo capítulo de la leyenda: Hablaba del mago Merlín, de sus conjuros y pociones, de cómo los caballeros del rey libraban fieras batallas en su nombre y regresaban a casa a inclinarse ante su majestad; otras veces susurraba, en voz muy baja para que nadie más que nosotras pudiera escucharla, los malvados planes de las hadas que querían derrotar a Arturo... Y había ocasiones en que tomaba una flor del camino y me hablaba sobre los romances que nacieron en los momentos de paz del rey y sus caballeros.

Y mientras ella contaba las leyendas, yo sentía que se hacían realidad a cada paso que daba. Podía ver el reguero dorado de la magia en las hojas de los árboles, pequeñas hadas danzar entre los arbustos, estallando en risas cuando las descubría; era capaz de escuchar en mi cabeza los ecos de los juramentos de los caballeros ante el rey o divisar entre la gente el vestido de colores de una de las damas del reino.

Pero hubo un día especial; una mañana en la que, mientras mi madre hablaba, algo brilló detrás de la verja entreabierta de un jardín y no pude evitar separarme de ella para perseguirlo. Solté su mano y me perdí.

Corrí hacia el resplandor, escuchando en mi cabeza las últimas palabras que mi madre había dicho: «... Y el joven Arturo sacó la espada de la piedra ante la sorpresa de todos los presentes. Era un arma mágica, plateada como la luna, tan antigua que ya nadie recordaba quién la había forjado...».

Entonces la vi.

Escondida entre la hierba del césped y los pétalos de flores de todos los colores, había una espada, larga, brillante, tan mágica que latía con vida propia. Me acerqué a ella y vi cómo se reflejaba mi cara en su filo, como si fuera un espejo.

-¿Eres Excalibur? -pregunté, emocionada.

Pero la espada no respondió. Sin pensarlo mucho, la cogí y la coloqué entre mis manos para poder verla de cerca. Pesaba lo mismo que una hoja de papel.

-Mi madre dice que puedes hablar. Todas las espadas importantes lo hacen... -añadí, molesta ante su silencio; también algo decepcionada.

Pero entonces, surgió de ella la voz de un niño. Parecía enfadado:

-Claro que soy Excalibur, estúpida. ¿Qué espada es más brillante y más poderosa que yo? ¿Acaso no has visto la inscripción en mi acero?

Levanté la espada hasta tenerla frente a mis ojos, pero no había ningún escrito en ella.

-Aquí no hay nada -respondí, encogiéndome de hombros. Para ser la espada legendaria, no tenía nada de especial.

La voz de la supuesta Excalibur gruñó y empezó a moverse entre mis dedos.

-Pero, ¿qué estás haciendo?

Dejé que se balanceara hasta que terminó por caerse al suelo, clavándose en la tierra.

-Prueba ahora, niña. Hay que hacer las cosas bien.

Recordé el cuento, el inicio de la leyenda del rey Arturo, cuando sacó la espada de la piedra... Tenía razón, había que hacer las cosas bien.

Así que me arrodillé frente a ella y la cogí por la empuñadura, tirando suavemente mientras el arma salía de la tierra.

Entonces me vi, rodeada de caballeros y con la corona en mi cabeza. Había personas que gritaban mi nombre y trompetas que anunciaban la coronación de un nuevo rey. O reina.

-Aquí comienza tu aventura -susurró Excalibur y sus palabras se grabaron en oro sobre el acero. Hasta que fue interrumpido por la inconfundible voz de mi madre.

Me llamó, me abrazó y me azuzó de vuelta al camino habitual hacia el colegio. No se fijó en la espada que llevaba en la mano, quizá ella no pudiera verla.

Pero yo sabía que aún la tenía sujeta entre mis dedos y eso bastaba.

Quizá de tanto escuchar una leyenda, ahora me tocaba hacer que se volviera realidad.

Belén Trueba Peñuelas
20-10-2022

Cuentos de mageiaWhere stories live. Discover now